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Infidelidad Con Gaby - Parte 1

Y2h10

Becerro
Registrado
8 Dic 2011
Mensajes
5
Gabriela era una chica simpática, de 1.65 m de estatura, de cabellos lacios y negro, ojos del mismo color y piel bronceada; de su cuerpo, puedo decirles que era una versión a escala de Jennifer López, su trasero no era tan exageradamente voluptuoso pero sí, muy apetecible. Entonces, pueden darse una idea de la apariencia y de las formas de Gabi y a decir verdad, es la mujer con el mejor culo que he visto.

Nosotros estudiábamos la misma carrera de técnico paramédico, ella siempre estaba rodeada por hombres y a mí no me llamaba la atención unirme a su club de fans, me contentaba viéndola pasearse por el instituto, con sus jeans apretados y más de un pensamiento morboso cruzó por mi mente y la de muchos. Un amigo, Javier, llegó a ser su pololo, era un tipo divertido pero también mujeriego, Gabi conocía su fama y aun así, lo aceptó, quizás pensaba que su curvilíneo cuerpo cambiaría su promiscuidad y poco me importó, yo tenía una polola y pensé “bien por Javier y que disfrute de ese jugoso culito”.

Poco después, coincidí con ella en un curso, donde debíamos presentar informes casi todas las semanas, yo no conocía a nadie en esa clase y creí que a Gabi le iría mejor, pero al final de la sesión, ella se me acercó y me preguntó si tenía compañero; naturalmente, no me hice ilusiones, pensé que me quería agrupar con algún amigo o amiga suya que estuviera solo y le respondí, sin mayor interés “no, todavía no tengo compañero” y me propuso “bueno, yo tampoco, ¿te parece si lo hacemos juntos?”. Tomé sus palabras en doble sentido, me hubiera abalanzado para hacerlo ahí mismo pero no se refería a eso pero Gabi se dio cuenta de cómo sonó su propuesta y antes que dijera algo, repuso “me refiero al trabajo, no seas mal pensado”, sonriendo pero un poco sonrojada, contestándole y devolviéndole la sonrisa “sí, me parece bien”.

Así nos fuimos haciendo amigos, íbamos a su casa o a la mía a hacer los informes y presentarlos casi a la hora de entrega hasta que casi al final del ramo, Gabi fue a mi casa a terminar un informe y como creímos que nos tomaría tiempo, decidió quedarse. El trabajo no fue difícil, lo terminamos a las dos de la madrugada y pensé que se iría, hasta le ofrecí ir a dejarla a su casa pero Gabi prefirió quedarse.

Nos quedamos conversando en mi pieza, luego le ofrecí una bebida pero me preguntó con una sonrisa coqueta “¿no tendrás un cerveza?”, entonces busqué en mi refrigerador y encontré una botella de ron que se le había quedado a unos amigos, la última vez que vinieron a hacer una carrete. Luego agarré unas copas de la cocina sin hacer ruido porque no quería que se despertara mi compañero de casa y no quería aguarme la fiesta. Con el ron, la conversación fue más amena, nunca habíamos hablado de cosas personales pero esa noche, hablamos hasta de sexo.

Me hizo prometerle que nunca le
contaría a alguien lo que esa noche hablamos y después me haría prometerle que no contara lo que hicimos. Aunque un poco cohibida al principio, luego fue hablando sin complejos y con el ron en la sangre y la conversación sexual, mi pene iba endureciéndose, más aún con Gabi y con su redondo trasero hundiéndose en mi cama, incluso temí que fuera evidente lo tieso que tenía mi entrepierna. Llegó el momento de hablar de Javier y de cómo les iba en la cama y con una copa más de ron y bajo otra promesa solemne de silencio de mi parte, me habló de sus intimidades, diciéndome sin tapujos “bueno, sí, es evidente que ya lo hemos hecho varias veces” y pensé “¡maldito suertudo!, llevan poco tiempo juntos y ya lo hacen como conejos”.

Ella notó mi expresión y me preguntó curiosa “¿por qué esa cara?, ¿acaso no lo has hecho aún con tu polola?”, le contesté “sí lo he hecho, solo que pasaron dos meses antes que fuéramos a la cama”, cuestionándome, sonriendo “¿y por qué tanto?”. Entonces, le respondí “quería estar segura que yo estaba realmente interesado y que no buscaba solo placer”, comentándome sonriendo “vaya, se te habrán hinchado los cocos en esos cinco meses” y riéndome, le contesté “ja, ja, ja, sí pero bueno, valió la pena, a pesar que ella no tenía experiencia”. Más sorprendida, me preguntó “¿qué?, ¿no me digas que tú la desfloraste?”, le respondí “sí, su familia siempre fue sobre protectora con ella”.

Luego, me dijo bromeando “así que tú echaste a perder a esa pobre niña”, comentándole “ja, ja, puede decirse, prefiero decir que sus padres me la cuidaron bien” y añadió curiosa “ja, ja, ja pero vamos, cuéntame más de eso”. Entonces, le platiqué “como dije, ella no tenía experiencia pero la forma cómo se entregó, esa ternura, esa pasión pero bueno, hay cosas que aún no hacemos porque le da vergüenza” y afirmó sonriendo “¡sátiro!, ¡mañoso!, ¿qué cosas le querrás hacer a la pobre chica?”, le contesté “ja, ja, ja, nada malo, tú sabes, hay más de un par de posiciones para hacerlo”.

Por primera vez hablaba tan abiertamente de sexo con esa mujer, a la que quería practicarle más de una posición, no me importaba que fuera polola de un amigo, ni tan amigo, compañero de curso puede decirse. Llegué al punto en que me olvidé que yo también tenía polola y respondió, guiñándome el ojo “tienes razón, creo que Javier no puede quejarse”, diciéndole con cierta envidia “lo tienes satisfecho” y afirmó “sí pero hay algo que todavía no”. Gabi titubeó y se arrepintió de lo que iba a decir hasta que le pregunté curioso “¿qué es lo que todavía no?” y dijo sonrojándose por primera vez en la noche “no, no es nada” pero insistí “vamos, mira que yo te he contado todo”, señalándome “tienes razón, está bien pero...”.

Al instante, le señalé con tedio “sí, por tercera vez te prometo que lo que digas, no sale de aquí” y me respondió, mostrándome un puño juguetonamente “por tu bien, espero que sea así”, insistiéndole “pero vamos, cuéntame, ¿qué es lo que aún no hacen?”. Nuevamente, Gabi titubeó “Javier tiene cierto gusto por el sexo...” y le reiteré “continua”, diciéndome con vergüenza “bueno, él quiere hacérmelo por atrás”, luego tomó más ron. Entonces, le pregunté incrédulo “¿sexo anal?” porque creí que ya lo habrían hecho, viendo el inmenso trasero que ella tenía, cualquiera pensaría en metérselo por allí. Ya más suelta, Gabi me confirmó “sí, sexo anal” y agrego “nunca lo he hecho, ¿pensaste que sí?”, le respondí “como estuviste de acuerdo que hay más de una forma de hacerlo, creí que tú habías hecho eso”, imaginándome atrás de ella, perforándole su aún estrecho ano.

Naturalmente, mi pene estaba más duro que nunca y acomodé mis piernas para disimular mi erección, escuchándola decir “pues no, aún no me he atrevido, mis otras parejas también me lo pidieron pero... como que me dio miedo, no sé qué fijación tienen esos mañosos con mi pobre culito” y quise gritarle “¿culito? pero si tienes un ¡culazo!”. Todos en el instituto fantaseaban con romperle el culo en una buena culeada y ella no se daba cuenta que hasta los más recatados profesores, al menos de reojo, la veían meneando su cola con su coqueto andar.

Entonces, le pregunté, volviendo a mis cabales “¿y por qué el miedo?”, me contestó “porque puede ser doloroso, me gustaría complacerlo, me ha insistido mucho pero...”, cuestionándola “¿pero qué?”, me respondió “no sé, Javier es un poco tosco, con decirte que la primera vez que lo hicimos, me la metió toda de frente, ni siquiera espero que me mojara, es un desesperado”. Quise reírme pero debía comprender a Javier, tanto tiempo estuvo detrás de ella que al tenerla, no se aguantó y se la clavó lo más rápido que pudo, como para que no se le escapara pero no dije más y Gabi continúo quejándose “me dolió pero me hice la tonta, imagínate si acepto que me la meta por ahí, me va a desagarrar mi pobre anito”.

Oyendo lo que ella decía, mi verga estaba por explotar y mi leche casi manchaba mi ropa interior, diciéndole con sorna “ni que Javier la tuviera tan grande”, señalándome “bueno, no es tan grande pero sí la tiene gordita” haciendo gestos con la mano, para darme a entender de qué tamaño era y qué tan gorda la tenía. Obvio, me limite a decir “ah”, quizás con una sonrisa burlona porque me pareció que mi amigo no era tan aventajado como presumía, ella notó mi expresión y me preguntó entre enfadada y curiosa “¿qué?, ¿por qué ese gesto?, ¿cómo es la tuya?”, quise sacármela al momento y mostrársela, total, estaba recontra dura pero me contuve y me limité a decirle “quizás no sea tan gorda pero sí es más larga”, afirmando sonriendo “vaya, bien por tu polola, estará feliz” y le respondí “no puede quejarse”, con cierto orgullo.

De repente, me sorprendió preguntándome “y dime ¿tú ya le has practicado sexo anal?”, le contesté “no, todavía no, como te digo, aún se avergüenza de algunas cosas pero poco a poco, es una tarea que aún tenemos pendiente”, aunque me insistió “pero tú ya se lo has hecho a tus otras pololas”, respondiéndole “sí, a varias, tampoco querían al principio, por vergüenza, por temor al dolor pero al final, lo hicimos y una de ellas se volvió adicta y solo quería que lo hiciéramos por ahí”. Sorprendida y acalorada, me preguntó “¿tanto así?”, al parecer el ron y la conversación no solo me afectaba a mí, podía decir que le comenzaba a picar su vagina, afirmándole “sí y la otra no se hizo mayores problemas después, aceptaba gustosa tener sexo anal”.

Intrigada, me interrogó “¿en serio? y digamos, ¿cómo harías para introducírsela a tu polola?, en una no se la vas a meter toda, como hace el salvaje de Javier”, la veía preguntarme con una curiosidad que iba más allá del querer conocer y con una mano sobre su pecho, parecía que se estaba excitando. Sus ojos me miraban atenta cuando le contesté “no pues tiene que ser de a poco, hay que prepararla bien, sino le va a doler” y bebí más ron, luego ella se terminó su copa y también se sirvió más, preguntándome con interés “y ¿cómo iniciarías a una mujer miedosa?, como yo, por ejemplo”. A esas alturas, creo que yo tampoco me diferenciaría mucho de Javier, con el tremendo trasero de Gabi, quizás la perforaría en una y la cabalgaría salvajemente, para exorcizar el recuerdo de todas las veces que mis ojos siguieron el vaivén de sus caderas.

Conteniendo la saliva, le respondí “bueno...”, ya que el solo pensar que podría inaugurar su culito, se me hacía agua la boca, así que hablé sin mayores preocupaciones, diciéndole “primero usaría algún gel que te ayudara a lubricar y a dilatar tu anito, te untaría el gel y pondría un poco en mis dedos, después mis dedos masajearía tu anito hasta que te relajaras y poco a poco, iría introduciéndote mi dedo meñique”. Ahora era evidente que no era el único excitado, pues la vi morderse los labios y su mano sobre su pecho se movía sigilosa pero con cierto nerviosismo, preguntándome con cierta ansiedad “¿sí? ¿y qué más?”, le contesté “dejaría mi dedo meñique adentro, como para que te acostumbres a tenerlo dentro de ti, luego te lo sacaría y te lo metería lentamente, simulando el acto sexual”.

Al mencionar esto, me pareció ver cómo contraía sus muslos, como imaginándose que en realidad, lo hacía y al parecer, no le fue desagradable, creo que hasta lo disfrutó y dijo, conteniendo su nerviosismo y bebiendo más ron “¿y para qué harías eso?”. Le respondí con voz suave “para ayudar a dilatarte tu anito, después, cuando el dedo meñique entrara y saliera sin mayor resistencia, te lo sacaría e introduciría un dedo más grande, así uno por uno hasta que tu esfínter se acostumbrara y no sufriera cuando, cuando finalmente le introdujera mi pene”, quería darle mayor efecto a mis palabras.

Obvio, surtieron efecto, la vi retorcerse un poco, podría jurar que su conchita se había mojado y dijo, intentando calmarse “no te creo...” y repuse, saliendo un poco de mi excitación “¿por qué?”, me respondió “aún así dolería”, señalándole “tal vez un poco pero no demasiado”, repitiendo con cierto nerviosismo, propio de su excitación “no..., no te creo...”, a lo que repliqué “si no lo has intentado, ¿cómo sabes si te dolería o no?”. Entonces, añadió “bueno..., no sé..., ¿acaso tienes una de esas cremas aquí?” y no lo podía creer, prácticamente me estaba pidiendo que le hiciera una demostración, mi fantasía podría realizarse, ¡ser el primero en romper el por muchos codiciado culito de Gabi! y afirmé “sí, tengo una en mi cajón”, intentando serenarme.

Súbitamente, dijo como arrepintiéndose “¿qué estoy diciendo?”, luego repuso “y ¿cómo?, ¿cómo sería?, ya, bueno, digamos que a manera de prueba, dejo que hagas todo lo que has dicho porque alguna vez tengo que hacerlo” y me reiteró su advertencia nerviosa “mira que si dices algo, te mato, en fin ¿cómo sería?, mejor termina de explicarme”. Era obvio que Gabi estaba súper excitada por lo que le describí pero en este momento, no podía dejarme ganar por mi ansiedad y abalanzarme sobre ella, o espantarla de otra forma, si quería disfrutar de su estrecho ano y tener su enorme culo entre mis manos, tenía que calmarme, tenía que darle el puntillazo final para que cayera y no dudara en dejarme proceder.

Así pues, le contesté “como tu anito estaría completamente lubricado y flexible, mi pene también untado con gel, se deslizaría sin mayor oposición, claro que te lo metería de a poco, considerando que mi pene no es tan grueso, así tu anito sufriría menos, a decir verdad, sería mejor que un pene delgado te ayude a dilatarte tu esfínter”. Enseguida, me comentó “sí, sí, tienes razón, Javier la tiene gorda y sí, si lo dejo a él, me va romper toda, ese loco desesperado pero ¿puedo?”, respondiéndole “dime” y me sorprendió, diciéndome con cierta excitación “¿puedo verla?, muéstramela, no vaya a ser que acepte y resulte que tienes un pene más grueso”, era obvio que había descubierto mi erección y eso la había calentado más aún.

Con nerviosismo, me desabotoné el pantalón y casi disparada, salió la cabeza de mi pene y ella se encargó de sacarme el resto, exclamando sorprendida “vaya, ¡sí es mucho más larga! pero solo un poco más delgada, ¡casi nada!”. Creí que se arrepentiría y maldije mi infortunio, pensando “será otra paja más” pero no fue así, Gabi llegó al punto que no hay marcha atrás, su conchita debía estar empapada y se sobaba su entrepierna disimuladamente, intentando acallar esa picazón que incrementaba en sus intimidades, diciendo, como justificándose “no importa, tengo que saber cómo es, si no es ahora, nunca...”.

No creo que sienta gran remordimiento por serle infiel al aventurero de Javier, que conociéndolo, le habría puesto el gorro a Gabi más de una vez, buscando refugio en sus amigas cariñosas cada vez que le negaba su culito. Además, no me sentía tan culpable, después de que adiestrara el ano de Gabi, sería Javier quien disfrutaría de todo el sexo anal que quisiera con ese enorme trasero, al fin y al cabo, él saldría ganador, así que digamos que le estaba haciendo un favor y me preguntó con ansiedad “¿dónde está la crema?”, le contesté “¿ah?, ¡oh, sí, sí!, por acá la tengo”.

Con el pantalón que se me caía, busqué en mi mesa de noche, donde tenía una provisión de crema para cuando desvirgara el culito de mi polola y pensé fugazmente en ella pero hombre y débil al fin, ante la posibilidad que se presenta una vez en la vida, no me iba a hacer para atrás. Ella se paseaba nerviosa mientras yo, aún más nervioso, buscaba el gel hasta que al fin, lo encontré, Gabi se dio cuenta y sin tener que decirle algo, se fue acomodando en mi cama y me preguntó nerviosa “ay, no sé, ¿cómo me coloco?”, así que tragando saliva, le dije “es mejor que te pongas en cuatro”. Obedientemente, ella se ubicó como una perrita ansiosa, arrodillándose en la cama primero y luego, inclinándose hacia adelante hasta que su cabeza tocó el colchón, con sus codos apoyados en la cama que cubrían su rostro, sentiría un poco de vergüenza, o tal vez no quería que su cara delatara su ansiedad.

La observé por unos segundos, aunque su posición no era como la había imaginado porque su espalda formaba una joroba, aún así, era una imagen digna de recordar y un poco impaciente, Gabi no sabía si bajarse el pantalón deportivo, o dejar que yo lo hiciera, incluso su mano nerviosa hizo más de una vez, el ademán de querer hacerlo pero no se atrevía. Así pues, fui descubriendo lentamente el objeto del deseo de muchos y ante mí, fue apareciendo un bronceado y carnoso trasero, que de solo verlo, casi se me salía todo el semen, aún más observando la diminuta tanga negra que desaparecía entre sus abultadas nalgas y hasta me quedé sin aliento.

Sin dar mayor pie a que Gabi dudara, decidí continuar, tomando su tanguita y se la fui bajando suavemente, sintiendo que su piel se le erizó, quizás por el frío o porque era la primera vez que alguien que no fuera su pololo, la veía así, lo cierto es que al bajarle completamente su tanga, noté que estaba mojada. Al escudriñar un poco en sus intimidades, su lampiña conchita lucía empapada, sus labios vaginales parecían aguardar ansiosos que los penetraran y pensé “algún día” pero no quise distraerme y mis manos recorrieron sus redondas formas mientras ella se retraía un poco, así que continué haciéndolo hasta que la sentí menos tensa. Luego, le separé cuidadosamente sus abultadas nalgas, para verle mejor su arrugado anillo, objeto del deseo de muchos universitarios y de cuanto macho la haya conocido u observado.

Nuevamente, ella endureció sus nalgas y quise darle un palmazo para que las relajara pero opté por acariciárselas y otra vez surtió efecto hasta que la escuché decirme “vamos Chris, apúrate”, quizás hablando para sus adentros pero en el silencio de la noche, pude escuchar su ruego. A continuación, esparcí el frío gel sobre su esfínter, lo que hizo que su piel se pusiera como de gallina y aún así, no se hizo para atrás, se mantuvo firme, ansiosa, esperando que mis dedos hicieran todo lo que dije y me llamó con voz apagada “Chris”, le respondí “¿sí?”, temiendo su arrepentimiento y me susurró “por favor, que solo, que solo sean los dedos, ya sabes, no quiero...”, diciéndole con cierta resignación “entiendo”. Gabi estaba excitada pero consciente, no quería finiquitar su infidelidad pero no me desanimé, tenía esperanzas que mis caricias la hicieran cambiar de opinión.

Al saber que aceptaba sus términos, Gabi se relajó más, incluso su espalda que antes formaba una joroba rígida, ahora se iba distendiendo y ya no ocultaba tanto la cabeza, al tiempo que mis dedos masajeaban su arrugado esfínter y las zonas adyacentes con movimientos circulares, luego, a manera de espiral, de afuera hacia adentro, presionando suavemente al final, de tal forma que su ano se fuera haciendo a la idea que mi dedo iba a penetrarla. Cuando sentí que su estrecho anillo no oponía mayor resistencia, le unté más gel y me embadurné mi dedo meñique, luego mi dedo hizo el mismo recorrido en espiral un par de veces, solo que esta vez, presionaba al final con más fuerza, notando que su ano cedía fácilmente, fue entonces que decidí profanar su pequeña cueva y fue ingresando lentamente mi dedo hasta la uña, escuchándola exclamar “aaahhh...”, algo sorprendida pero a la vez, excitada.

Al instante, Gabi se contrajo, apretando las nalgas y a su vez, su esfínter presionó mi dedo, fue un acto reflejo que poco a poco fue calmando, dejándome proseguir, de manera que mi dedo hacía un corto trayecto de ida y vuelta, sin sacárselo, desde el comienzo hasta el final de la uña y un temblorcillo recorrió su cuerpo. Cuando su cuerpo cedió, mi dedo fue ingresando de a poco, repitiendo la misma operación hasta que su ano se comió gustoso todo mi dedo meñique y se movía algo nerviosa, separando un poco las piernas, como para que sus carnosas nalgas se abrieran y dejaran que mi dedo ingresara sin dificultad. Por momentos, su espalda se arqueaba dejándome observar su esplendoroso trasero en toda su dimensión pero Gabi aún no se atrevía a voltear, para ver cómo desfloraba su hasta hace poco virginal ano.

Pasados unos instantes, mi dedo meñique hacía un recorrido más largo, desde la mitad del dedo hasta el final, hasta donde su arrugado anillo me lo permitía; al principio, las incursiones eran lentas y a medida que su ano se hacía más flexible, se lo fui haciendo con mayor rapidez, simulando la penetración real del acto sexual y al fin, sentí que Gabi comenzaba a disfrutarlo, era momento que otro dedo hiciera su incursión. Así, le saqué mi dedo meñique y observé el descontento que causó en su cuerpo que se había acostumbrado a aquel intruso, enseguida me unté el índice con gel y esparcí más en su pequeño agujero, luego mi dedo repitió las mismas maniobras y todas fueron bien aceptadas por el cada vez más dilatado y flexible ano de Gabi.

Cuando le saqué el dedo índice, fue ella quien siguió su recorrido hacia atrás, para no dejarlo ir pero contuve su trasero con mi mano y Gabi entendió que era el turno de un dedo más grande, el dedo medio y aguardó ansiosa su ingreso. Se lo fui introduciendo lentamente y ella misma hizo el recorrido hacia atrás, insertándoselo más y gimió nerviosa “hhhuuummm”, notando que el nuevo inquilino en su ano era más grande, aunque podía decir que disfrutó cuando mi dedo medio estuvo todo adentro, más aún cuando simulando el acto sexual, su recorrido era más rápido y la veía mover su cabeza nerviosa, tal vez mordiéndose los labios, evitando que algún gemido suyo la delatara por completo.

Cuando mi dedo medio fue pan comido para su goloso ano, decidí introducirle dos dedos a la vez, pues la vi impaciente, aguardando lo que seguía y no escuché alguna queja por mi labor, sus ahogados gemidos y su profunda respiración me lo confirmaban pero tampoco había alguna palabra que dejara de lado aquel acuerdo de solo usar mis dedos en su adiestramiento anal. Así pues, fui introduciéndole mis dedos índice y medio a la vez pero su voluminoso trasero fue escapando, temeroso de esta nueva incursión; sin embargo, cuando los dos estuvieron adentro, su huida se acabó y su cabeza se enterró nuevamente entre las sábanas. Al fin pude verle su rostro, apoyado de lado sobre la cama, cubierto por sus negros cabellos, con sus mejillas encendidas, acaloradas y una mueca de dolor y de placer en sus carnosos labios, además que sus ojos entrecerrados lagrimeaban y la escuchaba quejarse, gemir y suspirar “aaayyy..., hhhuuummm..., aaahhh...”.

No solo yo hacía los movimientos de ingreso y de salida, ella también se unía a mi accionar, moviendo su trasero y dejando que mis dedos le entraran hasta la raíz, incluso se levantaba, con sus manos apoyadas sobre la cama y sus dedos estrujaban las sábanas, transmitiendo su dulce dolor y todo su placer; también arqueaba la espalda y abría más sus muslos, me mostraba todos sus atributos. Ya sin reprimirse, ahora Gabi gemía “hhhuuummm…, ooohhh...”, estaba enloqueciendo y veía su tremendo trasero ir y venir, con su voz disfrutando de mis caricias y su cuerpo estremeciéndose pero no escuchaba algo que me permitiera clavármela de verdad, dejarme de esos inocentes juegos.

Quise apurar la situación, entonces le saqué mis dos dedos y pasaron unos segundos mientras ella aguardaba en silencio hasta que le dije “eso es todo por hoy” y exclamó sorprendida “¿cómo?”, por primera vez volteó completamente y me vio, observándola desde atrás, Gabi estaba en cuatro patas, con su imponente trasero al aire, sus bien formados muslos, su pantalón remangado hasta las rodillas, igual que su colaless, su polera a la altura de sus senos y su rostro excitado, sus cabellos mojados, sus mejillas coloradas y en sus ojos, una expresión de ruego. De nuevo, le reiteré “que es suficiente por hoy” pero me solicitó “no..., vamos un poquito más..., mira que falta un poco”, llegando a tomarme una de mis manos y jalándola hacia su trasero, como para que reiniciara mi faena y exclamó suplicante “vamos...”.

Al principio, me contuve, luego cedí, dejando que su propia mano me dirigiera hacia la raja de su trasero y al verla así, tan sumisa, dominada por mis caricias, disfrutando de aquello que hasta entonces le había negado a otros, incluso que se había negado a sí misma por temor, pensé “¡qué diablos!, no debe faltar mucho para que me pida lo que quiero”. Así pues, agudicé la picazón en su ano, moviendo lentamente mis dedos dentro suyo y con desesperación, ella comenzó a moverse hacia atrás, entonces respondí empujando hacia adelante y mi mano rebotaba contra sus nalgas. Por esto, ella se estremecía y gimoteaba “ay..., hhhuuummm..., qué ricoo..., no aguanto máss..., hhhuuummm”, replicándole angustiado “yo tampoco...”, incluso comencé a acariciarme mi pene, pensando “si no me permite penetrarla, al menos tendré una fenomenal paja con el espectáculo que me da”.

Ella escuchó mi exclamación y sin dejar de moverse, volteó a verme y se sorprendió al ver desenvainada mi tiesa verga, nuevamente se volteó, quizás imaginaba que lo que le proporcionaba placer no eran mis dedos, sino mi pene; esta idea habrá podido más que su conciencia, o que su voluntad y finalmente, el placer que sentía no le dejó más remedio que pedirme desesperada “hhhuuummm, ya no puedo más, hhhuuummm, no puedo máss..., métemela..., vamos..., métemela”. De inmediato, exclamé incrédulo “¿qué?, ¿pero tú...?” y Gabi me recriminó “olvida lo que te dije” e insistió en su pedido “sólo métemela, por favor, hazlo..., vamos..., métemela...” casi gritando, loca de placer.

Como pude, me despoje del pantalón, me subí a la cama y arrodillado, me ubiqué detrás de ella y casi me da un infarto al verme ante semejante panorama, sus enormes caderas y sus redondas nalgas iban estrechándose a medida que llegaban a su cintura, como para tomarle una foto. Al momento, Gabi me suplicó “¿qué esperas?, yaaa..., hazloo..., por favooor..., métemelaaa”, enseguida tomé todo el gel que pude y se lo embadurné, luego me eché el restante y le introduje mis dedos para hacerme espacio, lo que ella disfrutó, al tener nuevamente mis dedos expandiéndole su ano, gimiendo “uuufff, qué bien, qué rico, métemelo..., vamos...”.

De inmediato, le saqué mis dedos y le fui introduciendo la cabeza de mi pene, que ingresó sin mayor dificultad hasta la mitad y de ahí en adelante, forcejeé un poco y con mi excitación, no me di cuenta que no tenía que proceder tan bruscamente y Gabi se quejó “aaauuu..., hhhuuummm..., espera..., hhhuuummm...”. Entendiendo que sus traumas respecto al sexo anal podían volver, le acaricié sus nalgas y su espalda para apaciguarla, luego procedí con mayor suavidad, repitiendo el mismo ejercicio que realicé con mis dedos y su ano fue cediendo, más lentamente que antes pero con mayores gestos de aprobación de su parte, escuchándose “aaayyy..., aaayyy..., sí..., así..., despacito..., hhhuuummm...”.

Cuando mi pene iba por la mitad, Gabi volteó a verme; su rostro lucía excitado pero incrédulo, seguro no podía creer que se la estuvieran clavando por el ano y que lo estuviera disfrutando, de manera que su expresión me excitó y tomándola de la cintura, le empujé un cuarto más de pene, por lo que exclamo con la boca abierta “aaahhhh”, tragando aire y haciendo que su pecho creciera, con una expresión de sorpresa y reproche en su rostro y me excusé “lo siento..., lo haré más despacio...”. Luego, la vi apoyar un codo, cerrar el puño y morderse un dedo para evitar gritar, entonces no me moví, más bien empecé a retroceder lentamente pero Gabi repuso “aaauuu..., no, no, está bien..., continúa..., ooouuu”, cuando recobro el aliento, pues a pesar que le dolía, quería seguir teniéndola adentro, perforándola por primera vez.

Le hice caso y rehíce mi camino..., ahora sus dedos arañaban las sábanas y se quejaba “aaayyy..., me estás rompiendo, aaauuuccchhh”, temí que se arrepintiera y le dije que no le iba a doler pero su ano era muy estrecho, con semejantes culo, no quedaba mucho espacio para su pequeño agujero. Comencé a acariciarla hasta que se relajó, al menos su ano no estrechaba tanto mi pene, que ya me comenzaba a doler y me dijo con voz entrecortada ““sigueee..., aunque me partas..., termina...” y le comenté “está bien”.

Inicié mis movimientos con cierta oposición de su esfínter y le unte más gel como pude, su anito lucía rojo pero poco a poco fue cediendo y con cada ida y vuelta de mis caderas, le iba introduciendo un poco más pero la escuchaba quejarse “no, no..., espera...”; sin embargo, al poco rato, ella misma se contradecía pidiéndome que continuara, diciéndome “está bien..., dame más..., uuufff..., vamos..., hhhuuummm..., ooouuu...” mientras la animaba “ya casi..., ya casi entra toda...”. Cuando al fin pude empujarle mi verga hasta la raíz, ella se desmoronó, sus codos y su cabeza estaban presionando la cama y sus manos haciendo puños..., así soportó la última arremetida, gimiendo “ay..., caraj..., suaveee…”.

Quiso huir pero mantuve mis manos aferradas a su cintura, quería que sintiera toda mi verga dentro suyo, perforándole las entrañas y que se acostumbrara a ser clavada pero me pedía “aaayyyy, aaayyy, suéltameee...” y le insistía “esperaa... que ya va a pasar...”, increpándome “salvaje..., no te diferencias mucho de Javier...”. A eso, le señalé con sorna “a diferencia de él..., te tengo clavada por el ano...” y exclamó con cierto enfado “no por mucho...”, intentando salirse pero nuevamente le empujé mi verga hasta la raíz y sus abultadas nalgas chocaron contra mi ingle, este choque originó un temblor en su carnoso trasero, que se propagó por sus caderas y su columna se contrajo, suspirando “ooohhh...”, hinchando sus pulmones.

De nuevo, intentó huir pero me la clavé otra vez y durante unos segundos, repetimos esa operación que pasó de ser un forcejeo a un incipiente acto sexual y cada shock eléctrico que le producía mi pene perforándola, la hacían desistir de escapar, pues su ano ya más elástico, me permitía ingresar y salir con menor dificultad. Ahora ella no huía, sino empujaba su trasero hacia mí, cada vez con más fuerza y yo también arremetía contra Gabi, de forma tal que el dulce sonido del golpeteo de sus abultadas nalgas contra mi ingle fue uniéndose a sus gemidos que iban en aumento, escuchándola “hhhuuummm...., ahhhh...”. De pronto, me atreví a preguntarle “¿te gusta?” y me respondió “sssííí..., me encanta..., ¿cómo no hice esto antes?, uuuhhh...”, ya súper excitada.

Mis manos en su estrecha cintura guiaban su voluminoso trasero contra mi ingle y veía desaparecer mi largo pene entre sus redondas nalgas, al tiempo que mis movimientos eran cada vez más rápidos y más fuertes y el sudor nos invadía, de manera que sus gemidos, mi respiración, sus nalgas chocando contra mí y la cama chirriando, todos estos sonidos inundaban armoniosamente mi pieza mientras me decía “aaasssííí, asíí..., ay, que reviento..., acábame...”, respondiéndole “ya casi...”, sintiendo mi torrente de leche próximo a salir. En un último empujón, en que le enterré mi musculosa verga hasta el fondo, ella se contrajo toda y su espalda se arqueada a más no poder y desgarrando mis sábanas con sus dedos, fue entonces que mi pene inundó su pequeño agujero con semen hirviendo por primera vez.

“¡Ooohhh!”, fue su última exclamación antes de dejarse caer a un lado, luego que por primera vez, su cuerpo había disfrutado de un salvaje orgasmo proporcionado por el sexo anal, ahora Gabi reposaba recostada de lado y respiraba forzadamente y entre la maraña de sudor y de cabellos, su rostro encendido aún saboreaba todo el placer que le había proporcionado aquella experiencia. Por mi parte, contemplé maravillado sus entreabiertos muslos y por sus nalgas, aún escurría mi blanquecino semen, era para estar satisfecho, aquel monumento de mujer había sucumbido ante mí. Cuando al fin, ella abrió los ojos, me miró incrédula, no dando fe a lo sucedido, no creía que aquello que se negó a hacer durante tanto tiempo, pudiera depararle semejante placer...

En un momento dado, ella me observó con mi expresión satisfecha y mi pecho aún jadeante, con mi pene semi erecto que aún tenía algunos líquidos y en un último arranque pasional, se arrastró entre mis sábanas hasta llegar a mi pene y mamármelo, en agradecimiento por todo el placer que le había proporcionado, sin importar que hacía poco, hubiera estado en su ano, pues su placer había sido estratosférico. Esa chica que más de uno ansió poseer, se convirtió en una especie de ninfómana debido al adiestramiento anal que le di y me la chupaba con gran pasión, se desvivía por acariciármelo y lamérmelo hasta limpiármelo completamente; por mi parte, solo me atreví a acariciarle el cabello y a observar su semidesnudo cuerpo.

Finalmente, ella se hizo a un lado y me dijo suspirando “vaya..., no puedo creer lo que hicimos” y le contesté “yo tampoco” pero como volviendo en sí, luego de un ataque de locura, se apartó un poco, cubriéndose parte de su desnudez con mis sábanas y volvió a su estado racional, ese en el que las culpas y los arrepentimientos tienen lugar, donde mora la conciencia. De repente, me dijo preocupada “júrame que no se lo vas a decir a nadie” y le respondí intentando calmarla “está bien” pero me insistió “¡júramelo!” y le dije “lo juro...” y solo así vi que se tranquilizaba. Hubo un incómodo silencio, no sabíamos qué hacer o qué decir, así que decidí dejarla sola unos momentos e hice un ademán que me iba a salir y no me dijo más.

Fui al baño y me limpié mis partes íntimas, esperando que Gabi se calmara y que al menos, al regresar, parte del bochorno se le hubiera pasado, luego regresé a mi pieza y la encontré quitándose la ropa, inclinándose completamente de espaldas a mí, con todo su enorme trasero luciendo aún mieloso por mi semen. Sus carnosas nalgas me daban un magnífico paisaje y tuve ganas de clavármela de nuevo, parecía una invitación pero noté que quería recoger la sábana que estaba en el piso, luego se cubrió con ella y se asustó al verme en la puerta, observándola, quizás quiso reprocharme algo pero sólo llegó a decirme con timidez “creo que necesito una ducha...”, lo que era obvio, no iba a ir al trabajar con el perfume de mi esperma sobre su redondo trasero y sus bien formados muslos.

Al instante, le dije “claro...” y le di paso para que fuera a la ducha mientras intentaba alejar cualquier recuerdo de lo sucedido porque me daban ganas de entrar a la ducha, aunque dudo que Gabi, ahora menos excitada, me dejara poner en práctica esa idea. Poco después, ella ingresó a mi pieza cubierta por mi polera, diciéndome avergonzada “no había otra cosa qué ponerme, espero que no te importe...”, respondiéndole “no te preocupes, te queda mejor a ti que a mí...” y una tibia sonrisa suya me animó a pensar que las cosas podían volver a su cauce normal, aunque luego, un incómodo silencio nuevamente reinó entre nosotros y entendí que quería un poco de espacio para cambiarse, ya la había visto desnuda y en una pose por demás sugerente pero sin alcohol en la sangre y sin la picazón en sus partes íntimas que antes tenía, seguramente se sentiría más pudorosa, así que me salí, so pretexto de prepararle el desayuno.

Después de desayunar, nos fuimos a nuestros trabajos y en la tarde, presentamos nuestro informe, no sabíamos que teníamos que disertarlo, así que no preparamos algo porque nos la pasamos envueltos en la iniciación anal de Gabi. Expusimos el trabajo como pudimos, imagínense que tan mal nos fue, después de beber mucho ron y de poseer el trasero de Gabi, yo no podía concentrarme mucho y ella estaba igual de distraída que yo; obviamente, el profesor nos puso una mala nota... Al terminar la clase, se desató la pelea y me echo la culpa de nuestro traspié académico, aunque nos iba bien en los otros informes y me hizo responsable si era que se echaba el ramo...
 

Y2h10

Becerro
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Parte 1 - abajo de Parte 2
Infidelidad Con Gaby - Parte 2

Yo sabía que su enojo no era tanto por el curso, sino por la perforación que le hice a su enorme culo e intenté calmarla pero no logré mucho y terminamos peleados; por suerte, esa semana no había informe por presentar pero aún así, nos veríamos en clase, no tenía ganas de ofrecerle paz y ella tampoco parecía querer dármela, así que evitó verme o saludarme, al igual que yo evité ver o hablar con Javier, tuve algo de remordimiento, me era incómodo saludarlo después que me deleité con el culo de su polola. De pronto, escuché que me decían “¿cómo estás?” y al voltear, note que era él y le respondí sin ánimo “ahí..., más o menos”, luego me replicó serio “Gabi me contó todo...” y pensé “¡mierd...!, lo sabía, Gabriela se lo confesó” y pensé “bueno, hace tiempo que no me agarro a golpes con alguien, parece que hoy vuelvo al club de la pelea y con lo grande que es Javier, me va a sacar la cresta”, esperando el primer golpe del recientemente cornudo.

Le respondí incrédulo y totalmente nervioso “¿ah, sí?” y dijo pensativo “sí”, agregando “no te preocupes, sé lo fastidiosa que puede ser Gabi”, enseguida le pregunté sin entender “¿qué?”, contestándome “ya sabes, cuando le ponen malas notas, se pone insoportable... pero ya se le pasará”, exclamando “¡aaahhh...!”, con cierto alivio. Al parecer, Gabi no le había contado la historia completa porque si no, se armaba la golpiza del siglo en el patio del instituto y añadió burlonamente “por tu culpa, tendré que volver a llamar a mi amiga, ¿te conté de esa que lo chupa como toda una profesional?, además tiene unas senos enormes...” y le pregunté “¿qué?, ¿no te basta con Gabi?” y me contestó “bueno, a Gabi no le gusta practicarme el sexo oral, tú sabes, algunas mujeres piensan que es denigrante, tonterías suyas”.

Lo miré extrañado porque recordé la espectacular mamada que Gabi me dio días antes y no tuve que decirle algo, ella misma se engulló mi pene con vehemencia, al parecer también recibí las caricias de sus labios en mi pico antes que Javier, hasta ese punto llegó su excitación, se olvidó de sus convicciones sobre el sexo oral, después de haber estado en su culo, sucumbiendo ante el placer y la gratitud hacia el pene que le desfloró su ano. Luego, Javier replicó “además, cuando Gabriela se pone fastidiosa, prefiero buscarme a otra...”, notando mi silencio e intentando justificar su infidelidad; naturalmente, no le podía reprochar mucho porque yo mismo le fui infiel a mi polola, seducido por las curvas de Gabi, entonces Javier se alejó, diciéndome que si quería, podía darme el número de teléfono de su amiga.

Esa semana, al salir con mi polola, tuve que disimular la cara de culpabilidad y ella me noto distraído pero me excusé diciéndole que tenía mucho trabajo y mucho por estudiar y me creyó, pensando “¡mierd...!, ¿por qué tanto remordimiento?, en toda mi vida es la primera vez que he sido infiel y dudo que vuelva a repetirlo”, intentando acallar mi conciencia pero no tardaría mucho en tropezar de nuevo con la misma piedra. Terminó la semana y nuevamente vi a Gabi en clase, otra vez teníamos que hacer un informe, sería el último del ramo y ya no podríamos evitarnos, así que quedamos de acuerdo en hacer el trabajo el sábado por la tarde, en el instituto. No mencioné nada de ir a mi casa o a la suya, no creo que hubiera aceptado, además su trato conmigo era frío, ella tampoco sospechaba que caería de nuevo en una infidelidad...

Nos encontramos en la sala de computación del instituto, Gabi vino con un pantalón blanco apretado y noté el revuelo que causó en el pasillo, todos los hombres babearon al verla pasar; después me daría cuenta que su pantalón no tenía bolsillos en la parte trasera y aunado al color claro, casi translúcido de su prenda, uno prácticamente podía verle todo su jugoso trasero. Llegué a pensar que no traía ropa interior, aunque luego descubriría que su diminuta tanga blanca se había perdido entre sus generosas nalgas.

No obstante eso, intenté concentrarme en el trabajo, su trato indiferente no me daba lugar a otra cosa y sin embargo, por momentos soñaba despierto y recordaba lo sucedido dos semanas atrás, o como la vi de espaldas minutos antes, con su sugerente pantalón blanco, que no dejaba mucho a la imaginación. Llegó la hora de cerrar la sala de computación y no habíamos terminado el informe, además que el tipo que administraba la sala nos conocía, así que nos dejó quedarnos unos minutos más y a pesar de eso, no pudimos finalizar el trabajo. Al abandonar el centro de computación, nos dimos cuenta que el instituto estaba prácticamente desierto y le dije “debemos presentar el informe el lunes, solo nos queda el domingo” y me preguntó secamente “¿qué hacemos?”, sugiriéndole “no sé, vamos a tu casa...” pero me contestó de mala gana “no, un virus mató mi computadora y no la he arreglado”, comentándole “entonces vamos a mi casa...”.

Al momento, me dijo con desconfianza “eso te convendría” pero le pregunte con seriedad “¿quieres terminar el informe o no?” y me respondió con cierto enojo “pero tú quieres ir a tu casa a trabajar, o a qué...”. Ya enfadado, le contesté “¿a qué te refieres?” y me respondió “ni creas que te vas a aprovechar de nuevo de...”, interrumpiéndola fríamente “no te hagas la inocente, que yo no soy el único culpable...”, ya no dijo más, simplemente recibí una estruendosa cachetada que me dejó helado y no supe qué hacer, estaba molesto pero no la iba a golpear. Pensé en otra cosa para desquitarme, enseguida la abracé con fuerza y la besé, por lo menos me quedaría con el último beso y Gabi no reaccionó, por unos instantes llegué a sentir que me correspondía pero luego vino el forcejeo, apartándome bruscamente, lucía iracunda pero parecía haber disfrutado del beso que le robé, al menos eso creí hasta que me dio otra cachetada, gritándome “idiota...”, con lo que me parecía una fingida furia o pudor.

Después, sin dar pie a una réplica mía, ingresó presurosa al baño de damas, que estaba a escasos metros de nosotros y vacilé unos segundos pero con la rabia que tenía, no iba a dejar las cosas así e ingresé también al baño de damas. La encontré frente al lavamanos, mirándose en el gran espejo del baño y me preguntó sorprendida “¿qué haces aquí?”, contestándole “esto...” y nuevamente, la abracé y la besé, aunque pensé “no va a dejarse vencer otra vez”.

Hubo menos forcejeo que la primera vez y llegué a sentir su lengua, además sus brazos parecían querer abrazar mi cuello pero me alejó nuevamente y otra vez, mi mejilla enrojeció por una cachetada. Cuando volteé el rostro para verla, me miró de manera extraña y pensé que me daría otro golpe pero entonces me tomó del cuello y fue ella misma quién me besó, en un lujurioso pero extraño beso. Esta vez, yo la alejé, ahora había pasión en el brillo de sus negros ojos y su pecho henchido subía y bajaba por la adrenalina que esa situación generaba, viendo su rostro ansioso y sus medianos senos ir y venir.

De repente, me pregunté “¿por qué no?”, enseguida tomé su blusa y en un rápido movimiento, se la jalé, rompiéndole todos sus botones y dejando sus senos a mi vista; al instante, me abalancé sobre ellos, jaloneándole su sostén y engullendo sus pezones mientras ella gemía sorprendida “¡aaahhh!”; para entonces, Gabi respiraba agitada, así que me acarició el cabello pero sus manos prefirieron buscar en mi pantalón e hice lo propio con el suyo. De esa manera, ella tomó mi endurecido pene entre sus dedos, al tiempo que yo le bajaba su apretado pantalón como podía, así como la pequeña prenda que parecía ser su ropa interior; al mismo tiempo, mi pantalón cayó al suelo por su propio peso mientras Gabi no dejaba de pajearme mi pene.

De inmediato, dejé de acariciarle sus senos y la besé nuevamente pero cuando me aparté, veía deseo en sus ojos, no dije más y bruscamente hice que se volteara, que me diera la espalda; cuando Gabi entendió lo que quería, no ofreció resistencia, solo se agarró de los bordes del lavamanos, esperando que la sometiera. De espaldas a mí, con su pantalón y su ropa interior apenas por debajo de su pubis, me hice espacio entre sus redondas formas y mi tiesa verga como dirigida, se ubicó a la entrada de su ano; en ese momento, alcé la vista y la vi por el espejo, con una expresión de ansiedad que se leía en su rostro y me susurró súper excitada “vamos...”.

Simplemente le fui hundiendo mi verga, al principio no le entró pero fui empujando y a su vez, ella inclinaba su espalda, haciendo que su trasero presionara contra mi pene hasta que al fin, logró entrar y se quejó “ooohhh...” mientras parecía temblar de placer y en su boca abierta, vi un gesto dulce de dolor. Repuesta del impacto inicial, Gabi siguió empujándose hacia atrás mientras yo apresaba su estrecha cintura y arremetía hacia adelante hasta que en este raro forcejeo, le fui clavando mi verga centímetro a centímetro, parecía que iba a desfallecer pero seguía empujando su enorme trasero hacia mí, solo así acallaría ese cosquilleo anal que ahora tenía, que la dominaba, pues sabía todo el placer que aquello le podía deparar.

Para ese instante, los ojos de Gabi lagrimeaban, no sabía si de alegría, por ser nuevamente atorada por el ano, o de dolor porque esta vez, no había crema que nos ayudara y continuamos hasta que por fin, la tuvo toda adentro, enseguida bajó la cabeza, parecía disfrutar teniendo todo mi pene dentro de su estrecho agujero, llenándola y sólo se escuchaba su respiración entrecortada, gimiendo “hhhuuummm, uuufff”. Al mismo tiempo, sus manos se asían al lavamanos con fuerza y las mías no soltaban su pequeña cintura, haciendo que cualquiera que entrara al baño en ese momento, podía pensar que se trataba de una violación, yo presionándola contra el lavamanos y ella, con su blusa desgarrada, su sostén roto, sus senos al aire, su pantalón bajado a medias, mis manos aferradas a su cintura y claro, mi pene abriéndole sus gordas nalgas.

En un momento dado, Gabi levantó el rostro y me vio por el espejo, parecía poseída, tenía la misma expresión de locura pasional que le vi días atrás en mi cuarto, entonces me reclamó a media voz “¿qué esperas?”. No tuvo que decir más, simplemente comencé a cabalgarla dificultosamente y escuchando sus quejidos, reprimía los míos, pues a mí también me causaba un poco de dolor perforarle su estrecho ano, pues su esfínter me lo apresaba y parecía no querer soltarlo. Paulatinamente, las penetraciones fueron más agradables y disfrutaba de la fricción de mi miembro contra su pequeño agujero, ella también y la escuchaba gemir complacida “uuuhhh..., hhhuuummm..., ooohhh...”.

Luego, una de sus manos soltó el lavamanos y se dirigió a sus henchidos senos, ella misma se dedicó a estrujárselos mientras soportaba mis embestidas contra su inflado trasero y mi ingle rebotaba contra sus redondas nalgas, produciendo un ruido armónico que resonaba en todo el baño. Gabi se inclinaba, procurando que mi verga le entrara mejor, que sus nalgas dieran paso a penetraciones más profundas, con su cabeza prácticamente apoyada de lado en el espejo, con un codo contra la unión entre el lavamanos y la pared mientras su mano libre no dejaba de acariciarle sus senos, que retumbaban con cada incursión de mi pene en su ahora ágil esfínter hasta que vociferó “aaayyy..., debo estar loca..., hhhuuummm...”, preguntándole jadeante, sin dejar de moverme “¿por qué?”, me respondió “hhhuuummm, porque me gusta demasiado..., oooohhh...”, volteando parcialmente y mirándome directamente a los ojos.

Esto me excitó más, ahora mis arremetidas eran más fuertes y más rápidas, luego ella volvió contra el espejo, soportando y disfrutando de mi vigor, incluso se empañó con su sudor y con el aliento de sus gemidos que cada vez eran más continuos, diciéndome “uuuhhh..., me vas a mataaar..., aaahhh...”, a punto de reventar de placer mientras le gritaba, “tomaaa...”, castigándole el ano con mayor vehemencia. Poco después, le llené su ano con mi ardiente semen y el goce que esto originó, se propagó por todo su ser, transformándolo en un prolongado orgasmo y Gabi apoyó los codos en el lavamanos, respirando dificultosamente, al tiempo que yo no dejaba de presionar mi verga contra sus enormes nalgas, esperando que dejara de escupir lo que parecían litros y litros de esperma.

Me dediqué tanto a observar sus reacciones, a través del espejo, que no me di mayor tiempo de contemplar su imponente trasero, con mi verga partiéndola en dos y sus carnosas nalgas arremangadas contra mi ingle, sus redondas formas terminaban armoniosamente en su estrecha cintura y mi pene se fue deshinchando mientras yo admiraba sus curvilíneas formas. Luego, me alejé y Gabi seguía apoyada contra el lavamanos, reponiéndose de toda la agitación que le provocó su satisfactorio orgasmo, luego retrocedí unos pasos y aprecié su gran culo bronceado y su pequeño y enrojecido ano destilando mi leche, manchando su pantalón. A continuación, ella volteó, me miró satisfecha y con su pantalón tal y como estaba, se me acercó, no le importó que el piso estuviera sucio o que su pantalón fuera blanco, simplemente se arrodilló y se tragó mi semi erecta verga, limpiando, lamiendo y relamiendo cada gota de semen...

Menos agitado, suspiraba complacido por las caricias que sus labios y su lengua le brindaban a mi también enrojecida verga hasta que finalmente, Gabi apoyó su cabeza en mi ingle y sus brazos rodeaban mis piernas, parecía cansada luego de la furiosa cogida que le di, supongo que debía comprenderla. Entonces me justifiqué “ella se lo buscó con esas repetidas bofetadas...”, luego me dije “además, ambos lo disfrutamos, espero que no me eche la culpa por lo sucedido otra vez” y pareció que leyó mis pensamientos, preguntándome a media voz, desde su posición “ahora, ¿qué vamos a hacer?”. No le contesté porque tampoco sabía la respuesta y con cara de angustia, Gabi me miró desde abajo, con sus rojizos labios aún mielosos por mi leche y tras un silencio incómodo, intenté agregar algo pero el sonido de unos pasos acercándose nos hizo darnos cuenta del lugar y de la situación en que estábamos, más aún, de la forma en que nos veíamos…

Asustada, me preguntó “¿qué hacemos?” y contesté presuroso “pues hay que escondernos”, indicándole una de las cabinas de los baños; en cualquier otro baño, hubiera sido una situación bochornosa, una travesura tal vez, sin mayor consecuencia pero en los claustros del instituto y dependiendo de quién ingresara a ese baño de damas, podría significarnos una expulsión segura. Los pasos se oían cada vez más cerca y con el pantalón apenas sobre las rodillas, me apresuré a ingresar a una de esas cabinas, en cambio, Gabi se veía presa del miedo y se quedó para arreglarse mientras me metía a unas de las cabinas Para mi suerte, el cerrojo de la puerta estaba roto, no había tiempo para ir a otra cabina y la puerta exterior del baño hacía un chirrido que nos indicaba que alguien iba a entrar.

Entonces, Gabi se acomodó mirando al espejo, luego escuché que la intrusa entraba al lado, después bajaba la cadena y salía, enseguida salí del baño, me paré y nos miramos, ¿culpa?, ¿vergüenza?, intentaba descifrar qué era lo que sus negros ojos brillantes intentaban decirme y sin embargo, no era eso. Al momento, me tomó del cuello y me acercó a sus carnosos y rojizos labios, parecía una efusiva muestra de agradecimiento, tal vez de cariño y permanecimos unidos así unos segundos, quizás minutos hasta que el vibrar y el tenue sonido en mi pantalón me indicaban que tenía una llamada. Aún así, continuamos besándonos unos instantes más pero el persistente sonido hizo que nos alejáramos hasta que el teléfono celular dejó de sonar, ahora sí se notaba que había incomodidad en su expresión.

Nuevamente, regresó el teléfono celular y su persistente sonido, enseguida lo reconocí, era el timbrado que había configurado para ella, mi polola, ¡diablos!, tengo polola y Gabi me sugirió “anda, contesta, puede ser algo importante”, diciéndole “permíteme un segundo…”. Con la cabeza semi inclinada, quizás para no verme, Gabi se hizo a un lado, quedándose junto a la puerta del baño, enseguida busqué presuroso mi teléfono celular y como esperaba, era Cote, mi polola y le contesté mecánicamente “hola, amor, dime…”.

No sé cómo le habrá caído a Gabi escuchar ese saludo telefónico, al que yo estaba acostumbrado e instintivamente, volteé a la cabina donde ella estaba, hasta ese momento, no hubo mayor señal de movimiento, parecía que quería escuchar atenta mi conversación; sin embargo después de mi respuesta, escuche un pequeño ajetreo y pensé “se estará arreglando” y Cote inquirió “¿por qué me contestas tan agitado?”. Intentando guardar la compostura, le contesté “me has atrapado en el baño” y me dijo, con voz risueña “ah…, lo siento…” pero le pregunté preocupado “no, no importa, dime, ¿ha ocurrido algo?”.

A esto, me respondió “no, es solo que como me habías dicho que el Franco no iba a estar esta tarde”, pues odiaba encontrase con mi compañero de casa, añadió “pensé que podría visitarte a tu casa y no sé, ver unos videos y…”, con su dulce voz. María José nunca me diría que quería ir a mi casa para hacer el amor como conejos, esa parte escabrosa y los comentarios subidos de tono siempre me los dejaba a mí, este pudor, su inocente invitación, era una de las pocas veces que se me ofrecía tácitamente. Su forma de decirlo, su vocecita, todo ello me robaba una sonrisa, lo que Gabi captó al salir del baño y mi sonrisa, que disimulé volteando el rostro, tartamudeando “uuuyyy, aaammm...”, me cohibí de decirle “amor” porque Gabi estaba cerca y después de lo sucedido, era un poco incómodo, por lo que sólo agregué “Cote, lo siento, te dije que tenía que terminar un trabajo, debo presentarlo el lunes”.

Luego, ella insistió “pero lo haces mañana, vamos, es solo un ratito…” y le dije sonriendo nuevamente “¿un ratito?”, diciéndome un poco avergonzada “bueno, tú eres el que siempre se demora en eso” y me sonó también a queja. Era cierto, ella no tardaba mucho en tener un orgasmo, generalmente yo me demoraba más y a veces, lograba arrancarle hasta un quinto orgasmo pero con Gabi, siempre se dio la coincidencia que terminábamos los dos al mismo tiempo. En ese instante, la observé, estaba frente al espejo donde hacía un rato, la había poseído, nuevamente estaba enfundada en su pantalón blanco y la vi desde sus bien formadas pantorrillas, sus carnosos muslos y ese abultado pero firme trasero.

Con eso, nuevamente se me armaba una erección pero Cote insistió por el teléfono celular “amor, ¿qué dices?, ¿aceptas?” y respondí volviendo a mis cabales “¿qué?”, me confirmó “¿aceptas?” y le contesté “no, no puedo…” y vi una tibia sonrisa de Gabi por el espejo, diciéndome resignada “está bien, ya sé cómo eres con tus trabajos…” y le ofrecí “en la próxima, te lo compenso”. Sonriendo, me comentó “mira, me debes una, te tomo la palabra, señalándole “está bien” pero insistió traviesamente “sólo mándame un beso y dime que me amas y dormiré tranquila”.

Al momento, le señalé “Cote, hay gente acá…”, bajando la voz, claro, Gabi estaba acá, con un oído parado y sus deliciosas tetas también, intentando arreglarse la blusa de alguna forma, pues le había roto los botones y no podía abrochárselos. Qué decir de su sostén, era historia e intentaba acomodárselo pero a menos que tuviera aguja e hilo, no se iban a quedar en su posición mientras Cote insistía con su voz de niña “vamos, amor” pero le decía “es que…”, intentando refutar mientras veía a Gabi quitarse el sostén completamente, no tenía arreglo, escuchando que Cote me preguntó juguetonamente “¿acaso no me amas?”.

Una pregunta caprichosa que siempre me hacía cuando quería algo, era un jueguito inocente cuya respuesta era evidente pero después de lo sucedido, me preguntaba “¿la amo?, ¿por qué hago esto?, si la amara, no lo haría, ella no se lo merecía”. Luego, ella insistió “¿amor?”, en busca de respuesta y al fin, le contesté “está bien…, te amo…, duerme bien…”, entonces hice el sonido de un beso, quería terminar esa conversación antes que los sentimientos de culpabilidad terminaran de asaltarme y la escuché decirme “yo también te amo, trabaja y pórtate bien”, haciendo también un sonoro beso por el teléfono celular, creo que hasta Gabi lo oyó y luego colgó.

Ese “te amo” me partió el corazón, me sentí una gran basura, un mentiroso de la peor calaña pero Gabriela ya había solucionado el problema de su blusa, haciéndose un simple moño con los bordes de su blusa a la mitad de su abdomen, este arreglo se veía deliciosamente escotado pero funcionaba de maravillas. Por suerte, su blusa no era tan clara y no se veían directamente sus senos pero ¡mierda!, la silueta que formaba la tela y sus pezones, se veían muy provocativos”. Luego, ella me comentó “cariñosa la niña…”, sacándome de mi abstracción y le dije pensativo “sí, bueno, ella es así”, replicándome de forma irónica “bueno, siquiera a ti te llaman, el mío ni se acuerda”.

De inmediato, me acordé de la frase de Javier, cuando me dijo "cuando Gabi se pone así, prefiero buscarme a otra" y pensé “idiota, no sabe la mujer que tiene, no la aprecia” y me recriminé “¿con qué moral me atrevo a pensar así?”. Luego, le propuse “bueno, salgamos de aquí”, mirando mi teléfono celular y comentándole “ya son casi las 10, el guardia no debe demorar en venir”, contestándome “está bien, solo una cosa…, súbete el pantalón…”, sonriendo y pensé “mierda”, arreglándome lo mejor que pude. Gabriela salió primero, para ver si había moros en la costa y como el pasillo estaba despejado, me pasó la voz para que saliera y caminamos silenciosos, pensativos, solo antes de llegar a la puerta del instituto.

Al salir por una de las puertas laterales del edificio, noté como los guardias se comían a Gabi con las miradas y le lancé una mirada agresiva al primero que atrapé saboreando las curvas con las que me había deleitado antes; enseguida, el tipo bajó la vista y se hizo el desentendido. Su reacción me dio a entender que no podríamos ir a mi casa en transporte público, seríamos la comidilla de todos los ojos masculinos y la envidia de los femeninos y por suerte, era fin de mes y tenía suficiente plata para ir en taxi hasta allá. Subimos a un taxi en silencio y ni bien me senté, recibí un mensaje de Cote, diciéndome "no te desveles mucho, te amo", ¡mierda!, a pesar que le arruiné sus planes para esta noche y lejos de estar enfadada, se preocupaba por mí y pensé “es linda”.

Gabi seguía pensativa, mirando por la ventana y sólo volteó al notar que el taxista acomodaba su espejo retrovisor, tal vez para enfocar el escote de su blusa, aunque lo primero que enfocó fue mi mirada seria y directa, creo que entendió el mensaje. Salvando la situación, acomodó su espejo para el lado correcto, mejor dicho, lo regresó a su posición original, pues no le resultó la treta, entonces Gabi tomó mi mano y renació su temor hacia los viajes en taxis, quería darle a entender a nuestro chofer que no estaba sola, además sonreí tibiamente y ella también, luego se tomó el cabello y siguió buscando en las ventanas, una respuesta para nuestra situación, todo ello se estaba yendo al tacho por mi infidelidad… pero era casi imposible no sucumbir ante las monumentales curvas de Gabi…

Pronto intenté excusarme y comencé a recriminarme “no debí matricularme en ese maldito ramo, al menos no en este curso” pero en eso, Gabi me avisó “Marco…, ya llegamos” y le respondí aturdido “¿qué?..., oh…, sí, bajemos”. Gabi avanzó hacia mi casa vacía mientras yo le pagaba al taxista, que me cobró súper caro y me preguntó “oye, socio, ¿cómo haces para tener una mujer así?”, con una morbosa sonrisa y le contesté “no sé, pregúntale a su pololo”, señalándome “ja, ja, ja…, qué buena…, eres un putamare, ja, ja, ja…” y se fue riendo.

Enseguida, saqué mi llave y caminé hacia Gabi, que esperaba en la puerta, preguntándome enseguida “¿qué te dijo ese idiota?”, por el taxista y su sonora risa, contestándole “olvídalo, nada en especial…” y entré a la casa con ella a mi lado. Tras esos recuerdos y los sentimientos de culpa que me aquejaron, no solo a mí, también a Gabi por lo que veía, era evidente que debíamos hablar, así que nos sentamos en la sala e inicié la conversación que nos habíamos evitado, diciéndole “parece que esta situación se nos está yendo de las manos” pero no podía apartar mi vista del escote de su blusa y me respondió “sí, creo que sí”.

Entonces, agregué “más allá de los encuentros que hemos tenido y de una reciente amistad, nunca hemos tenido un acercamiento más romántico, por decirlo así, como una pareja normal”, intentando no mirar sus senos, que parecían imanes. Luego, me indicó “parece que lo nuestro se basa en eso", haciendo referencia al sexo y confirmando mi teoría. Enseguida, le pregunté, para rematar la idea “¿quieres a Javier?”, me respondió “sí, bueno, si no fuera así, no sería su polola” y me devolvió la pregunta “¿y tú quieres a tu polola?”, le contesté “sí, la quiero, es la primera relación que realmente me dolería perder…” y la miré fijamente y me repuso, mirándome intensamente “¿estás seguro?, la forma en que me tomas, no me hace dudar de lo que dices”.

Hacía unos minutos en el taxi, estaba seguro que era lo correcto pero ahora, con ella frente a mí, no estaba seguro de nada e intentaba estarlo, era el cuerpo de Gabi, su forma angustiada de preguntar y ese brillo en sus ojos… pero Cote no se merecía esto, me lo repetía ingenuamente, olvidando mi condición mortal de ser imperfecto. Así, le contesté fríamente “sí, estoy seguro...”, luego agregué “tal vez encuentres que permitiéndole a Javier hacértelo por el ano…, disfrutes tanto como conmigo…”, aunque me sentí como un idiota enviándola a ese mujeriego pero era su pololo, ella lo eligió, así como yo elegí a Cote y dijo con cierta resignación, devolviéndome el golpe “tal vez sea cierto…, quizás si tú se lo haces de la misma forma a tu polola, encuentres eso que le falta a tu relación…”.

Acto seguido, le indiqué “bueno, aclarado esto, creo que podremos trabajar tranquilos…”, mintiéndome más de la cuenta y dudando de mi fortaleza frente a sus atributos físicos, al momento que me comentó “sí, está bien pero si no te importa, ¿podrías dejarme descansar en tu pieza?, estoy un poco agotada”, un poco avergonzada y se alejó para dejarse caer en mi cama, contestándole “no importa...” y la seguí a mi cama. Lo que realmente importaba era lo que fuera a pasar dentro de mi pieza.

Luego de unos minutos de estar aferrados el uno al otro, en silencio, decidimos salir de la ducha, el vapor que generaba el agua caliente estaba por convertir aquel espacio en un sauna, así que deslicé la cortina por el otro lado y finalmente, escapamos de aquella vaporosa prisión. Enseguida, cerré la llave del agua caliente y le alcancé una toalla, para que secara sus carnosas formas y tomé otra, escuchándola decirme sonriendo “vaya…, qué chiquito…”, mirándome mi entrepierna y protesté “oye, tú ya lo has visto, lo has sentido y hasta lo has sufrido cuando está inspirado”, al darme cuenta que mi verga se había reducido a su mínima expresión luego del baño y de las tres exprimidas que Gabi le había dado a mi pene esa noche, aclarándome cariñosamente “lo sé, tonto” abrazándome, pensando que así acallaría mi ego supuestamente herido.

Después, le dije al sentirla nuevamente “no te has secado bien…” y me contestó coquetamente “entonces ayúdame”, obvio, no me rehusé a su invitación y mientras ella se secaba el cabello, le secaba sus armoniosas curvas y protegidas por la toalla, mis manos tocaron todos los rincones de su cuerpo, provocando más de una sonrisa traviesa. Cuando mis manos se insertaron en el espacio entre sus nalgas, exclamó risueña, “oye…, ahí no…” pero le dije, excusándome “aún está mojado…” y no puso objeción, me dejó actuar, aunque noté cierto gesto de dolor cuando le rocé su ano, diciéndome “bueno, han sido dos veces esta noche en su aún poco experimentado ano, ¿qué esperabas?”. Sin lamentarme por ello, mis manos subieron buscando deleitarse con sus otros atributos y llegando a sus tetas, donde se le erizó la piel, al sentir el jaloneo que le daba y sus pezones se pusieron rígidos como piedra, con la misma rigidez se iba manifestándose en mi verga.

De espaldas a mí, Gabi continuaba secándose nerviosamente el cabello, con la toalla sobre su cabeza y con su cuello desprotegido, entonces me le acerqué y la besé juguetonamente en el límite entre su cuello y su hombro. Por el espejo frente a nosotros, noté como esta simple caricia, la desarmó completamente y soltó un suspiro excitado, cerrando los ojos y se volteó hacia mí, en busca de un beso. Hacía poco que había descubierto su debilidad, o su fascinación por el placer que le provocaba el sexo anal y ahora, al parecer, había encontrado un punto débil de su anatomía, tal vez un punto G, un punto que al ser tocado, despertaba toda su pasión.

Naturalmente, me incliné para corresponderle ese beso y su respiración agitada me decía que su excitación iba en aumento hasta que nuestras toallas se deslizaban por nuestros cuerpos hasta caer al piso y ya mi nueva erección era evidente, por nuestra diferencia de estaturas, ahora Gabi estaba sintiendo lo duro de mi pene en su ombligo, pues quizás por instinto, mi verga buscaba insertarse en esa cavidad, aunque era muy pequeña para satisfacer mis necesidades y las de ella. Así lo entendió Gabi, que empezó a abrazarme del cuello, buscando trepar sobre mí, quería encontrar una manera en que mi verga no le presionara el ombligo, sino otro de sus agujeros.

Motivado por sus lujuriosos besos y sus senos apretándome por el ir y venir de su respiración, su desesperación y su ansiedad porque la penetrara otra vez y con mi verga hirviendo de deseo de probar su carne nuevamente, no lo pensé dos veces y mis manos dejaron de acariciarle su espalda, deslizándose hasta su cintura y tocándole su culo hasta sus muslos, donde mis manos se fijaron y la levanté. Al momento, ella exclamó sorprendida y agradecida “ooohhh…, síííí…” y la mantuve izada en lo más alto unos instantes, con sus grandes senos a la altura de mi boca, succionándole sus jugosas tetas y chupándole sus pezones, la sentía estremecerse de placer y me suplicaba “yyyaaa…, por favor, yaaa…, hazlooo…”.

Entendía que quería ser penetrada y la fui descendiendo poco a poco hasta que mi verga le rozaba su pubis y en este incómodo accionar, la cabeza de mi verga se paseó por los labios de su empapada vulva y un temblorcillo la recorrió mientras mi verga se deslizaba hasta su ano. Al instante, la miré aún excitada pero con un gesto de desconfianza, me dio su aprobación, pues aún sentía adolorido su esfínter y la fui dejando caer, de manera que mi verga se fue insertando en su maltratado ano y sin embargo, resistió pero segundos después, sus dedos arañaban mi cuello y mi espalda, el dolor se le estaba haciendo insoportable y me rogó, visiblemente adolorida “no, aaauuu…, espera, nooo…, ayyy…, mejor nooo…, por ahí no…”, respondiéndole “está bien…” y atendiendo a su pedido, la fui levantando, sacándole la cabeza de mi pene de su maltrecho ano.

En ese momento, sólo me quedó satisfacer a su reclamo y deslicé nuevamente mi verga hasta su pubis, hasta su mojada vulva y exclamó más aliviada “sí, por ahí sííí…”, enseguida sus dedos dejaron de estrujar mi espalda, la mueca de dolor se desdibujó en su rostro y nuevamente lucía su candorosa excitación. De esa forma, mi verga se fue insertando en su vagina como en mantequilla y su evidente lubricación hizo que no tardara mucho en tenerla completamente clavada, escuchándola gemir “aaahhh…, sssííí…, hhhuuummm” mientras sus brazos me sujetaron con fuerza y sus piernas temblaron al sentir su conchita completamente invadida por mi tieso miembro. Además, sus labios y su lengua no tardaron en buscar los míos, al tiempo que su cuerpo saboreaba esta nueva penetración y me pidió tras unos instantes “vamooos…, Marco…, dame…”.

Ubiqué mejor mis brazos debajo de sus muslos, con mis manos sujetando sus voluminosas nalgas e inicié el ascenso y el descenso que el cuerpo de Gabi estaba deseando, insertándole y sacándole mi verga de sus humedecidos labios vaginales y me agradeció esta fricción gustosa, susurrando “sssííí…, asííí…, qué biennn…, hhhuuummm…” mientras sus inflados senos rebotaban en mi cuerpo y sus dulces gemidos llenaban mis oídos. Con la sangre hirviendo, fui aumentando el ritmo de su ascenso y su descenso, ella disfrutaba de ese vigor y de la fuerza que le imprimía a estas penetraciones, cada vez más continúas, exclamando “aaahhh…, hhhuuummm…, aaahhh…”.

El agitado vaivén de su cuerpo le impedía continuar con sus pedidos, el aire en sus pulmones apenas le daba para emitir esos gozosos suspiros y la fuerza en mis brazos también apenas me daba para continuar con este esforzado movimiento, de manera que mi ritmo fue decayendo, más no la rigidez de mi verga y me reclamaba “vamos, Marcooo…, más fuertee…, vamoss…”, recuperando el aliento y notando mi decaimiento físico. Al no haber mayor reacción de mi parte, ella misma fue subiendo y bajando en movimientos torpes pero placenteros, los que no serían suficientes para llevarla a otro orgasmo. Me hubiera gustado terminar en esa posición pero tras tres actos sexuales esa noche y mi poca ejercitación física en los últimos tiempos, iba a ser una tarea difícil, sabía que no podría mantenerla en alto mucho tiempo, así que mis ojos buscaron un lugar de apoyo que nos permitiera terminar aquel encuentro…

Pensé ubicarla sobre el lavamanos pero dudaba que aguantara el peso de Gabi y la fuerza de nuestro accionar, luego observé la taza del baño y con su tapa abajo, me permitiría sentarme en él. Enseguida, con el cuerpo de Gabi a cuestas, me fui a sentar sobre él y ella sonrió agradecida, al notar mi práctica solución, diciéndome “así está mejor…” y se dispuso a proseguir la faena, meneando su jugoso culo por toda mi pelvis y encontró que mi verga aún endurecida la llenaba plenamente. Ahora, con sus pies apoyados en el suelo, Gabi se encargó de subir y bajar, incrustándose a placer mi verga en su ardiente conchita, clamando “¡qué... bien…! aaahhh..., uuuhhh…”, sintiendo que volvía la misma agitación de instantes previos.

Me dediqué a descansar mis brazos, rodeando su cintura mientras mis labios succionaban sus tetas, que iban y venían por sus movimientos y su agitación; por su parte, sus manos acariciaban mis cabellos… hasta que… Gabi decía confundida “aaayyy…, no puede ser…, no puedo másss…”. La miré extrañado y pensé que ya había llegado al orgasmo, lo que me pareció muy repentino, dado que hacía poco que habíamos reiniciado nuestro accionar y en su rostro de fascinación y aún de excitación, pude ver nuevamente aquella locura pasional que había visto cuando le desvirgué el ano, o cuando la poseí por el mismo agujero, de manera salvaje en el baño del Instituto.

Esa locura, ese apetito anal había vuelto y en el punto más álgido de su excitación, creyó que sentiría mayor placer siendo penetrada por el más estrecho y adolorido de sus agujeros, así me lo dio a entender cuando ella se levantó un poco, sacándose mi verga y tomándola con su mano, como su dueña. Enseguida, se la ubicó en la entrada de su ano, que aún herido, palpitaba esperando una nueva incursión y le pregunté incrédulo “¿estás segura?”, respondiéndome tajante y lujuriosa “sí”. Para dar por sentada su posición al respecto, ella misma se fue sentando en mi verga, mordiéndose los labios para no dejar escapar algunos quejidos de dolor, fue hundiéndose mi maciza verga de a poco y mis manos se limitaron a guiar su accionar, tomándola por la cintura.

De esa manera, noté que su piel se estremecía mientras descendía y hasta se quejó “uuufff…, ooouuu…” y la animaba “ya casi…”, al instante que sus piernas empezaban a temblar, producto del dolor, del cansancio, o tal vez, de su excitación hasta que no aguantó más y se dejó caer, exclamando adolorida “aaayyy…”. Al momento, me abrazó con fuerza mientras su cuerpo se reponía de aquella dolorosa incursión, de aquella forzada penetración que parecía haberla partido y con su rostro escondido entre mi hombro y mi cuello, me reclamó en voz baja “mira en qué me has convertido…”. Enseguida, pensé “¿en una infiel?, ¿en una ninfómana?, ¿en una adicta anal?”, quizás esta última se acercaba más a la respuesta, ya que estaba dispuesta a sufrir este dolor inicial, en pos de un clímax mayor.

Pude quedarme en silencio pero preso de la curiosidad, me atreví a preguntarle “¿en qué te he convertido?” y apartándose de mi hombro, mirándome fijamente con un brillo inusual en sus ojos y con un gesto cariñoso, tal vez excitado, me respondió “en una adicta a tu pico” y me dije “mi respuesta estuvo cerca”. Gratamente sorprendido y halagado, quise responder algo, retribuirle pero Gabi no me dio pie a alguna réplica inmediata, quizás esperaba una respuesta física y no con palabras, ya que procedió a menear su delicioso trasero por mi entrepierna, era la primera vez que hacía esta maniobra cuando mi pene la estaba empalando por el culo…

Tras el gesto de sufrimiento inicial, un gesto de gozo fue cambiando su expresión, transformando el dolor inicial en incipiente placer y hasta su piel se erizó nuevamente, al sentir recobrada esa sensación y suspiró aliviada “hhhuuummm”, al notar que el dolor cedía y la excitación ganaba paso otra vez. Ya más segura, comenzó a ir y venir suavemente sobre mi verga mientras mis manos continuaron guiando su cintura y mis labios buscaron los suyos, que en generosos besos, me retribuían el placer que mi verga le generaban a su pequeño agujero.

Luego, mis labios se dirigieron a sus henchidos pezones, que parecían que iban a explotar mientras murmuraba jadeante “sí…, tómame así…, disfruta de mi cuerpo como yo disfruto de ese pico…”. Para entonces, el sudor empezaba a bañarnos, el subir y bajar de su cuerpo era cada vez más rápida y sus gemidos, el golpeteo de sus nalgas en mi ingle, la dulce fricción y el placer que provocaban iban en aumento…, solo que ahora sus fuerzas iban en descenso y me rogaba, con sus mejillas encendidas y su rostro cansado “aaahhh…, vamosss…, ayúdame…, ahhh…”. Al instante, mis manos rodearon su voluminoso culo y mis descansados brazos la ayudaron en su tarea de ascenso y descenso, primero imitando su ritmo, luego incrementándolo, haciéndola exclamar satisfecha “sssííí…, asííí…, aaahhh…, ya casi…, hhhuuummm…”.

Su castigo auto infringido, esta auto penetración estaba llegando a su clímax y sus movimientos y sus incrustaciones eran cada vez más frecuentes, más vertiginosas y sus senos vibraban cerca de mi pecho, además que sus voluptuosas nalgas retumbaban contra mi entrepierna y Gabi gemía profundamente “aaahhh…, aaahhh…, aaahhh…”. En un último movimiento, se dejó caer con fuerza, clavándose mi verga lo más que pudo, luego meneó nuevamente su apetecible cola mientras su cuerpo se retorcía, producto de un nuevo orgasmo, enseguida me abrazó con fuerza y mi casi enroscada verga se dio maña para inundarla, para refrescar sus intimidades con su lechoso líquido y suspiró agradecida “uuufff…, hhhuuummm…” y nuevos espasmos la recorrieron, producto de estas ráfagas de semen invadiéndola.

Nuevamente, su rostro descansó en mi hombro y su cuerpo deliciosamente relajado y agotado, descansaba contra el mío, sus senos dejaban de golpear mi tórax, en clara evidencia que su respiración recobraba su ritmo habitual. Finalmente, le propuse “vaya…, creo que necesitamos un baño…”, notando nuestros cuerpos sudorosos, entonces ella alejó un poco su rostro de mi hombro y lucía un poco perpleja, tenía una graciosa expresión y sólo me dijo, casi me suplicó “sí pero que esta vez, solo sea una ducha…”. Me reí percatándome que su cuerpo estaba exhausto, lo que era evidente después de todas esas experiencias sexuales y Gabi temía que mi propuesta de bañarnos juntos nuevamente encerrara otro castigo a su arrugado anillo pero le respondí sonriendo “está bien, que solo sea un baño…”, solo así vi que su expresión de sorpresa, casi temor, se tornaba en una más risueña.

Después de esos agitados encuentros, yo también dudaba que pudiera someterla una vez más, al menos por esa noche, o dentro de los siguientes minutos, además teníamos otras tareas pendientes, es decir, aún no terminábamos el informe del instituto que debíamos presentar el lunes pero después de eso, tal vez más repuestos, ¿quién sabe?, a estas alturas, cualquier cosa podía pasar entre nosotros. Ya en la pieza, Gabi aún sentía adoloridas sus intimidades, así que decidió volver a la ducha, para limpiarse y refrescarse, a lo que me ofrecí rápidamente “te acompaño…” pero me dijo desconfiada “no, no, gracias…, primero voy yo, después vas tú…”, poniéndome un alto con su mano en mi pecho.

La vi en su tortuoso camino a la ducha, parecía un poco caldeada luego de todas las penetraciones anales que le hice esa noche y me pidió “solo tráeme una toalla limpia pero la dejas en el colgador”, sonriendo al escucharla…, la entendía, Gabi ya no quería correr riesgos, teníamos que dejarnos de esos jueguitos sexuales, al menos por el momento, debíamos completar nuestro informe, además que tampoco quería que Gabi terminara hastiada del sexo anal y de la persona que se lo practicaba. Entonces, fui a la secadora y saqué nuestra ropa, tomé la suya y una toalla y me dirigí al baño; al escucharme, ella cerró la llave del agua y corrió la cortina de la ducha pero esta vez no me dejó ver todo su provocativo cuerpo, solo sacó la cabeza y me estiró el brazo, pidiéndome la toalla, haciéndome pensar que la misma chica que me tentó hacía unas horas, ahora lucía ahora muy precavida, temerosa de otro encuentro sexual.

Esperé a que terminara de secarse dentro de la ducha, para luego ingresar a bañarme, como habíamos acordado y al fin, salió, nuevamente con la toalla sobre sus senos, cubriéndola hasta debajo del pubis y me ofrecí cortésmente a ayudarle a secarse pero me contestó, con una expresión graciosa “no, gracias…, aléjate…” y sonriendo, le dije “está bien…”, dejándole mi toalla y me dijo, señalando mi pene, que lucía tímidamente encogido “haz que se quede así…”, contestándole “lo intentaré pero no lo provoques…” e ingresé a la ducha. Cuando salí de la ducha, Gabi se peinaba frente al espejo del lavamanos, aún llevaba la toalla puesta, a pesar que su ropa seca y limpia estaba sobre la tapa del baño y me explicó “todavía está caliente…”, en alusión a la ropa.

A continuación, le dije en broma “¿qué todavía estás caliente?, bueno, haré un esfuerzo para bajarte la calentura…”, quitándome la toalla de la cintura pero me respondió “no, tonto, mi ropa aún está caliente…, no te me acerques…”, riéndose nerviosamente, al ver que me aproximaba a ella y le comenté “está bien…, voy a prender la computadora”, saliéndome del baño. Llegué a mi pieza y mientras la computadora encendía, me vestía con un bóxer y un short y al poco rato, concentrado de lleno en el informe, no noté que Gabi, ya vestida, había ingresado a mi pieza. Cuando me percaté de su presencia, pude ver que había algo de nostalgia en su mirada y se dio cuenta que la observaba…

Rápido, me señaló “vaya…, pareciera que no ha pasado mucho tiempo desde la última vez que vine…” y no pudo evitar mirar la cama donde hacía dos semanas, le había desflorado el ano, había estado en la tarde allí, antes de meterse en la ducha pero ahora, esos pensamientos cobraban un valor diferentes en ella y le contesté “sí, parece que sí… pero ya…, vamos a trabajar…”. Era casi medianoche y desde que salimos de la sala de cómputo del instituto, no habíamos avanzado, Gabi lo entendió y se vino a sentar a mi lado, sólo que no soportó mucho sentada y tuvo que ponerse de lado, apoyada en una nalga, parecía que su arrugado anillo le fastidiaba y me dijo fingiendo seriedad “no te rías que aún me arde…”.

Trabajamos una hora y parecía que el sueño nos quería envolver, lo que era de esperarse después de todo el ajetreo físico pero solo queríamos terminar el condenado informe y envolvernos en los brazos de Morfeo. Por momentos, cuando Gabi me preguntaba algo, o me hacía alguna sugerencia, yo volteaba a mirarla, para prestarle atención, solo que mis ojos se desviaban a menudo y terminaban en el escote de su blusa, aquella prenda que tuvo que unir en sus bordes, a la altura de su abdomen porque en un ataque pasional, le había roto todos sus botones. Así, mi vista siempre se perdía en sus apetecibles senos, cual niño lactante los contemplaba con cierta ansiedad pero me pedía, un poco risueña “mírame a los ojos…” y le respondía “sí, sí, te escucho…”, sin dejar de admirarle sus tetas.

De inmediato, me decía “Marco…, ¡esos no son mis ojos!…”, levantándome mi pera y fijando mi vista en su ojos hasta que una vez, le propuse “bueno…, ¿sabes qué?, creo que mejor preparo café…”, pues quería despejar la vista y la mente y añadió, bostezando un poco “sí, que sea café cargado, bien cargado…”. Luego, le pregunté bromeando “¿quieres comer algo?…, como una ¿pizza?…” pero me respondió enfática “no…, todo menos eso, ya sé cómo te pone la pizza…” pero con algo de gracia y le aclaré, riéndome “sólo preguntaba, haré unos sándwiches…”.

El ir a la cocina y preparar esa panes me despejó, de manera que cuando regresé a mi habitación, Gabi dormitaba frente a la computadora, enseguida la desperté y reanimándonos con el café, pudimos terminar nuestro trabajo, ya eran casi las 3 de la mañana y los dos estábamos medio sonámbulos, con el cansancio físico, por nuestros encuentros sexuales y mental, por el informe del instituto. Ante esto, decidimos irnos a la cama, al parecer solo dormiríamos, pues los cuerpos y las ganas no nos daban para más, sólo que Gabi no quería dormir con la misma ropa puesta, así que buscamos algo que pudiera ponerse en mi mueble, llamándole la atención una polera pequeña, más femenina y me miró con gracia y suspicacia, afirmando “¡ajá!…, no sabía que tenías estos gustos…”.

Al momento, le aclaré, quizás con aire melancólico “oye…, eso es de una prima que pasó unos días conmigo…” y me preguntó curiosa “¿y qué hace en tu closet?”, le expliqué “no sé, tal vez se le quedó cuando vino…” pero conservaba esa prenda como recuerdo. Luego, me preguntó, sin comerse el cuento “ah… y ¿cómo se llama tu primita?”, le respondí, sin darle mayor importancia “su nombre es Alejandra”, cuestionándome con picardía “¿y quisiste mucho a Alejandra?”, le contesté, un poco malhumorado “¿qué?..., oyeee…, no seas mal pensada… que ella acaba de tener un hijo hace poco…”. Entonces, me señaló burlonamente “¿ah, sí?, qué linda… y ¿quién es el papá?”, notando que sus preguntas me hacían sonrojar, quizás delatarme y se estaba divirtiendo a costa mía.

Rápido, le repuse irónico “ya, ya…, basta de preguntas insidiosas…, ¿te vas a poner eso sí o no? o si quieres, te traigo algo del Franco, que el doble tuyo…”, respondiéndome con cierto sarcasmo “ay, no, no lo tomes a mal pero seguro que él debe usar una polera tipo carpa, para su tremendo cuerpo…”. No me ofendí porque sonaba gracioso y tenía algo de cierto..., mucho molestaban a mi amigo por lo gordo que era y porque usaba ropa más holgada aún y repuso pensativa, mirando el polera de mi prima “sólo dame un ratito, ¿me quedará?…, tal vez sea muy apretado para dormir… De inmediato, se me vinieron a la mente, pasajes de una historia antigua, una tremenda historia de pasión y de lujuria, quizás no muy lejana…, algún día la escribiré y por lo que recordaba, aquella ropa podía caberle a Gabi, ya que las dimensiones de mi prima eran similares a las suyas…

Bueno, quizás Gabi era un poco más voluptuosa pero este juicio era algo injusto, dado que Alejandra era más joven, casi una niña, cuando usó esa polera y sin embargo, la última vez que la vi…, sí, creo que podía decirse que las contexturas de Alejandra y de Gabi eran parecidas, pues tenían bustos similares, procurando no excavar en mi memoria y en mis sentimientos, era un excitante recuerdo pero era historia pasada, pensé con nostalgia. Creo que aquello de enfundarse en la ropa y tal vez, en la historia de otra niña, no le llamaba mucho la atención a Gabi, su ego femenino no quería compartir, o competir con esos recuerdos, tenía su propia personalidad, sus propias formas y ¡vaya, qué buenas formas!.

Al final, Gabi vio una camisa mía, era un poco vieja y no la usaba mucho porque se había decolorado, aunque su tela aún se mantenía suave y fresca, diciéndome aliviada y bostezando por el cansancio “creo que esta me puede quedar bien…” y le propuse, imitando su bostezo “pues bien, póntela y a dormir”. Luego, me preguntó vergonzosa “pero… ¿podrías hacerme un favor?”, le respondí con curiosidad “¿cuál?” y me contestó, con una expresión tímida “podrías darte la vuelta mientras me cambio”, reclamándole “oye pero si ya…”, después de todo e intenté protestar buscando las palabras adecuadas, no quería sonar muy rudo, o herir su susceptibilidad ante su repentino ataque de pudor y añadió juguetonamente “hazlo por mí, ¿sí?”, respondiéndole “está bien…, está bien…”, era mi invitada y después de todo lo que le hice esa noche, creo que debía ceder a su pedido, volteándome sonriendo y pensé “¡mujeres!”.

Al cabo de unos minutos, me dijo finalmente “ya puedes darte la vuelta”, le hice caso y… ¡wow, divina tentación!, lucía hermosa, vestida solo con esa camisa, dándome cuenta que dejarme esa impresión fue su intención al pedirme que me diera la vuelta mientras se cambiaba. Mi vista se paseó por sus bien formadas piernas, que terminaban donde la camisa empezaba, apenas por debajo de sus intimidades, seguro que también desnudas y con sus manos en su cintura, Gabi me daba a entender lo grande que le quedaba mi camisa, así como el pequeño tamaño de su cintura y más arriba, sus pechos desafiantes levantaban mi camisa y sus pezones indicaban su justa posición.

También vi una sonrisa coqueta en su rostro, sabía que me la había comido con la vista y eso inflaba su vanidoso ego femenino, luego me preguntó luciéndose “¿qué tal me queda?”, dándose una vuelta muy despacio y exclamé “de maravilla” mientras veía como su trasero levantaba la camisa, casi permitiéndome ver su redondo culo. Luego, dijo provocativamente “bueno, creo que es hora de…” e inquirí “¿sí?”, sintiendo que en mi adormecido cuerpo aún se podía despertar otra erección, aunque lo dudaba, por lo maltratado que estaba mi pene y puntualizó risueña, “que es hora de dormir”, soltando otro bostezo, respondiéndole desganado “sí, tienes razón”, realmente cansado.

Mientras ella se dirigía a mi cama, yo buscaba un saco de dormir en mi cajón y Gabi se acomodaba entre mis sábanas cuando me vio desplegar el saco, mirándome curiosa y comentándome con pena “oye, no seas tonto, no vas a dormir en el piso, debe estar frío y duro, te puedes enfermar”, señalándole “lo que no querrías”. Aquel ataque de pudor que tuvo al vestirse para dormir y la forma tragicómica en que había huido a mis bromas e insinuaciones mientras terminábamos el informe del instituto, me habían hecho dudar que Gabi quisiese compartir la cama. Sin embargo, me insistió “nada de eso, ven aquí que hay espacio para los dos”, haciéndose a un lado pero como no reaccioné, ella agregó con picardía y dándole un palmazo al colchón “vamos que no te voy a morder”, comentándole “está bien, solo espero que no ronques, o hables dormida” y me dijo desganada “ja, ja, graciosito, apúrate que quiero dormir”.

Sentí un poco de calor y ante su mirada atenta, me quité la polera, quedándome sólo en bóxer y noté su expresión desconfiada, preguntándole “¿algún problema con que duerma así?”, me contestó de buen humor “no…, con tal que no dejes que nada se te escape” y mirándome mi entrepierna. Al parecer estaba muerta de sueño y me limité a decir “ok…”, luego me aproximé a la cama y cuando me vio acercarme, levantó las sábanas para dejarme acomodar entre ellas. Inicialmente, se recostó de lado, dándome la espalda mientras yo me acostaba boca arriba, mirando el techo y pensando en lo sucedido. Esa noche, habíamos tenido más de un encuentro sexual, en más de una posición y por tanto, no debía haber tanta tensión entre nosotros, debía haber más confianza, muestras de cariño y esas cosas propias de toda pareja pero ese era el problema, nuestra situación no estaba definida.

¿Qué éramos?, no éramos pololos porque aún seguíamos con nuestras parejas formales, tampoco éramos amigos, apenas si éramos amigos y habíamos sido más cariñosos de la cuenta, después de todas las situaciones sexuales de esa noche, habíamos superado esa etapa. ¿Amantes?, creo que esta era la palabra que más se acercaba a nuestra situación, aunque dudo que a Gabi le gustara como sonaba eso, o quizás amigos con ventaja, creo que eso éramos.

Al cabo de unos minutos, Gabi se volvió hacia mi lado y sin decir algo, se acurrucó en mi pecho, abrazándome, quizás las mismas preguntas cruzaron por su mente y quería encontrar las respuestas en mi pecho, o tal vez sólo tenía miedo de darme la espalda, es decir, quería cuidar su bien proporcionado pero aún adolorida culo. De repente, me preguntó tímidamente “¿te molesta que me quede así?”, notando la tensión que la cercanía de su cuerpo me había generado y le respondí “no, para nada”, recobrando un poco la cordura y mientras la luz de la calle iluminaba en algo mi oscura pieza, Gabi acercó sus labios hacia los míos y nos fundimos en un largo y eterno beso mientras le acariciaba sus cabellos y ella presionaba su brazo en mi pecho y le rodeaba su cintura.

Ese beso no era de amigos, ni de amantes, era más bien de amor y de devoción, no sé cuánto tiempo permanecimos así, ni en qué minuto me quedé dormido, solo sé que aquella noche soñé con ella, por primera vez. Me desperté por un pequeño ruido, el cantar de un ave a cierta distancia, aunque no estaba del todo claro afuera, el sol saldría por entre las montañas en unos minutos y esta ave anunciaba su llegada, de forma que tras unos segundos, me percaté que nuestra ubicación había cambiado, ahora Gabi ya no estaba recostada sobre mi pecho y nuestros labios se habían separado, nuevamente me daba la espalda, solo que esta vez, mi cuerpo estaba también de costado, detrás suyo y mi brazo rodeaba su cintura y la mano de Gabi sujetando la mía, parecía querer mantenerla allí, era un gesto tierno.

Más abajo, mi cadera delicadamente presionaba sus abultadas nalgas, no era un gesto obsceno pero lo sería instantes después, a medida que mi cuerpo y mi sensibilidad despertaban; sin embargo, Gabi y su bien dotado cuerpo seguían dormidos, así que quise alejarme, sintiendo venir una erección matutina pero su mano me lo impedía y no iba a sacarla bruscamente, no quería perturbar su tranquilo sueño, aunque lo que sí me estaba perturbando era el contacto de mi verga cada vez más dura en su carnoso culo. ¡Diablos!, intenté pensar en cosas terribles para hacer retroceder mi excitación pero no logré mucho, ahora mi pene semi erecto empujaba la camisa que protegía su precioso culo, buscando insertarse.

Intentaba luchar contra estas sensaciones, no quería aprovecharme de Gabi mientras dormía, no era correcto y sin embargo, mi pene no parecía entenderlo, tenía reflejos propios que yo no podía controlar, con decirles que había logrado salir, sin ayuda, de mi bóxer a través de su abertura. Viendo que nada parecía mermar mi deseo por la carne de Gabi, probé una salomónica solución, rozaría mi verga suavemente a lo largo de su trasero, a fin de darme placer, de pajearme, procurando no despertarla y evitando violar su estrecho agujero. Al inicio, estos movimientos comenzaron a surtir efecto, en algo estaban aplacando mi morbo y Gabi apenas se movió, producto de mi tacto o de su propio sueño, solo que al poco rato, estas tibias fricciones, lejos de acallar mi lujuria, empezaron a incrementarla de manera febril, nublando mi conciencia y no podía más, quería poseerla.

Mis movimientos eran cada vez más torpes y más notorios hasta que entre sueños, algunos quejidos se le escaparon a Gabi y no me quedaba otra, si quería acabar con todo el deseo matinal que su cuerpo me había despertado, tenía que penetrarla a como diera lugar. Aproveché que ella dejó de sujetar mi mano contra su cintura, quizás debido al continuo escarbar de mi pene contra sus nalgas y sigilosamente, la liberé, pues me ayudaría con ella a levantar un poco su camisa y a hacerme espacio entre sus nalgas. Así lo hice y levantarle la camisa no fue tarea difícil, su voluminoso trasero alejaba la mayor parte, lo difícil era metérselo en su pequeño agujero con delicadeza y con suavidad, evitando despertarla, sino podría reaccionar mal.

Por mi morbo, llegué a creer que la penetraría y ella no despertaría, después de todo, estaba sumamente exhausta y fui acomodando lentamente mi verga entre sus nalgas y algunos leves movimientos, me dieron a entender que Gabi estaba cerca de despertarse. No pude esperar más y ni bien encontré que su carne cedía, habiendo ubicado su esfínter con la cabeza de mi pene, comencé a empujárselo e instintivamente, su culo se contrajo. Entonces, mi mano dejó de guiar mi verga, que ya había encontrado su camino y se ubicó en su cintura, para impedirle escapar.

Sorpresivamente, Gabi preguntó entre sueños “¿qué?” y no respondí, simplemente se la empujé más y le inserté la cabeza de mi pene en su soñoliento cuerpo. Al instante, ella se estremeció, no sabía aún si era un sueño o una pesadilla, aunque pronto lo sabría y se quejaba “aaayyy…, aaauuu…” mientras le insertaba mi pene, estaba enloquecido por su cuerpo, por sus voluptuosas formas y por su estrecho agujero. Lejos de retroceder, seguí empujándole mi verga hasta que forzosamente, le entró casi la mitad y me preguntó nerviosa “aaauuu…, ¿qué haces?…, aaayyy…”, aún adormilada y me atreví a decirle desvergonzadamente “nada..., nada…, duérmete…”.

Inmediatamente, ella me reclamó “¿estás loco?..., ayyy…”, dándose cuenta de la situación y le susurré a su oído “sí…, loco por ti…”, acto seguido, le besé el cuello, quejándose tibiamente “aaayyy…, nooo…, aaahhh…”. También, su mano buscó la mía, que contenía su cintura y quiso apartarla para liberarse pero sus reflejos eran torpes, sólo logró sujetar mi mano y trasmitirme el dolor que mi presurosa penetración le estaba causando, pues ya tenía más de la mitad adentro y seguía forcejeando por meterle lo demás mientras chillaba adolorida “ooohhh..., aaauuu…, aaayyy…”. Para ese instante, su cuerpo se había levantado un poco de la cama y sus piernas pataleaban lenta y torpemente, buscando un impulso que la alejara de mí y sin embargo, no lo lograba.

En un último arranque de locura, le clavé el resto de mi verga con furia, ahora sí la tenía completamente atorada y empalada, al tiempo que ella soltó un lastimero gritito “aaayyyy, aaayyy” y suspiré “uuufff”, aliviado al tenerla enganchada. Primero la recorrió un espasmo de dolor, luego se dejó caer sobre la cama, dejando de patalear y su mano ya no alejaba la mía, se estaba reponiendo de aquella violenta incursión, Gabi intuía que no podría escapar, o lo que vendría le daría más placer. A pesar de escuchar sus dolientes lamentos, me negué tercamente a retirarle mi verga de su adolorido ano, quizás envuelto por una locura pasional, o por un presentimiento que aquel podría ser nuestro último encuentro, pues ya habíamos terminado el último informe y después de eso ¿qué?.

Súbitamente, ella me reprochó con sufrimiento, como leyendo mis pensamientos “eres de lo peor…, ni más vuelvo a trabajar contigo”, comentándole “lo siento”, volviendo un poco a mis cabales mientras el primer rayo de sol se filtraba por las montañas y me traía algo de cordura, entonces retrocedí un poco. Sin embargo, la lucidez mental no me duró mucho y le enfundé nuevamente mi verga, haciéndola quejarse “aaahhh, ya, ya basta…, aaayyy…”, diciéndole “está bien…” y le besé el cuello, a manera de disculpa pero vi como este dulce beso en el lugar adecuado la desarmaba, pues suspiró profundamente y su cuerpo contraído en muestra de dolor, se fue relajando, gimiendo “aaayyy…, nooo…, no me hagas eso…, sabes que no puedo…”.

Pícaramente, le pregunté “¿no puedes?” y clamó acalorada “aaahhh…, no puedo resistirlo…”, reiterándole “¿no puedes resistir qué?, ¿esto?”, volviendo a besarle el cuello y se estremeció otra vez, no de dolor, sino de placer, del incipiente placer. Mientras tanto, su pierna intentaba apartarse un poco, quizás para acomodarse mejor, para que su cuerpo saboreara mejor mi verga llenándole el ano y me dijo, con voz pausada “eres un maldito…, te odio…”, develando su excitación pero no di lugar a otro reclamo o insulto, le saqué lentamente mi verga, enseguida ella me presionó mi mano, quizás no quería que se la sacara y mi pene no duró mucho tiempo afuera, ya que se volvió a refugiar violentamente en sus intimidades, exclamando “ooouuu…, aaahhh…” mientras me apretaba mi mano.

Ante eso, repetí el movimiento una y otra vez, estaba dispuesto a llegar al clímax con ella, o a costa de ella pero Gabi lo presentía y pronto se uniría a mi labor, gimiendo “aaahhh…, sssííí…, sssííí…, vamos..., ooohhh mientras su pierna dejaba de apartarse tímidamente y procedió a levantarse, a hacerse a un lado, para permitirme perforarla a fondo. Para ese momento, su mano ya no sujetaba la mía, sino que nerviosa, se desabotonaba la parte superior de la camisa, buscando liberar sus senos, que no podían rebotar más allá de lo que la tela le permitía y continuaba exclamando “ooohhh…, sssííí…, más fuerte…, sssííí, aaasssííí…, hhhuuummm…”.

Ahora no se quejaba, solo pedía y clamaba por más de ese dulce sufrimiento, obvio, no me negué a su ruego y esclavo de mi propia excitación, incrementé el ritmo, viendo que sus nalgas bailaban con cada salvaje embestida de mi cadera contra su abultado culo. Además, su mano guiaba la mía a sus senos, para que pudiera sentir como temblaban de placer por mi vigor y hasta me gritó apasionadamente “¿ves?..., como lo que me haces sentir…, aaahhh…, aaahhh…”, dejando mi mano estrujándole sus vibrantes senos y su mano buscó mis cabellos, devolviéndome mi salvaje acción de nuestros encuentro anterior, tirándome bruscamente la cabeza hasta que nuestros labios se encontraron, ahora ella también tenía una expresión febril, diciéndome “ay…, qué placer…, nunca nadie…, nadie me hizo sentir así…, hhhuuummm...”.

Tal vez nuestros sentidos no estaban del todo despiertos aún, llevábamos varios minutos así y mi cuerpo no quería soltar su leche, además que el cuerpo de Gabi se negaba a desfallecer, lo estábamos disfrutando demasiado, empapados de sudor y agitados. De repente, me pidió “ya…, acaba, por favor que me matas…, aaayyy…” pero le señalé “resiste…, un poco más…”, suplicándome “sssííí…, sssííí..., aaahhh…, aaahhh…, más fuerte” y mis manos, aún en sus tetas, sentían sus aceleradas palpitaciones. En su cansancio, sus labios buscaron los míos y entre jadeos, su lengua trataba de incitar la mía, de apurar mi excitación con lujuriosos y cálidos besos, lo estaba logrando, pues mi verga apuraba los movimientos en su interior y mi cadera seguía castigando sus firmes nalgas sin piedad, escuchándola decirme “aaayyy…, no mááás…, no másss…, que reviento…, aaahhh…” pero le pedía “espera…, aguanta…, ya casi…, uuufff…”.

Parecía que Gabi iba a reventar del placer y casi al borde de la taquicardia, le hundí mi verga con fiereza, ella la resistió y empujó sus carnosas nalgas contra mi cadera, sabía que me venía y quería sentirme abriéndola al máximo, rogándome “yyyaaa…, aaahhh…, hhhuuummm…”. En ese instante, mi mano le apretó sus senos mientras llenaba su estrecha cavidad con litros de semen hirviendo y mi entrepierna temblaba con cada ráfaga de esperma que mi verga escupía; por su parte, Gabi se estremecía con cada ráfaga que su cuerpo recibía, exclamando “aaayyy…, aaahhh..., hhhuuummm…” mientras explotaba en un violento orgasmo, parecía que no había espacio para más en su conducto anal y apenas si podíamos respirar.

Ante eso, quise alejarme para buscar aire pero me mantuvo con mi mano en sus senos, yo había provocado ese agitado amanecer y debía permanecer junto a ella y disfrutarlo, reponiéndome a su lado hasta que Gabi señaló “ay…, después de lo de anoche…, no puedo creer que me hayas hecho acabar así…”, sorprendida y recuperando el aliento. Enseguida, le respondí “yo tampoco creí amanecer así”, aún agitado, luego me reclamó riéndose “te dije que mantuvieras a tu pene dentro de tu bóxer”, contestándole “sí y te dije que no lo provocaras”, exclamando sorprendida “pero si yo estaba dormida”, añadiéndole burlonamente “sí pero descuidaste tu retaguardia…”, reclamándome “eres un…, eres un…”, con fingido enojo y la cuestioné “¿un maldito?”.

Aún con mi verga en su ano, ella volteó a medias y recordó aquel febril reproche, enseguida entendí que quería buscar mis labios y me dijo con una tierna sonrisa “no…, eres un insaciable y ¿sabes por qué?”, le pregunté curioso “¿por qué?”, contestándome “porque tú sí logras saciarme”, Luego, no dijo más, sólo me besó.
 

Ray Talamantes

Bovino maduro
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este relato ya esta por aquí con el nombre de "rompiendolé el culo a Mili" o algo así y es un buen serial de varios capitulos, lo tuyo al parecer solo es una copia chilena, solo cambiando dos palabras, curiosamente con un relato mio paso lo mismo y de pronto aparecio en un foro chileno, gracias por participar.
 
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