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Cuidado con tus deseos… ¡Se te pueden cumplir!

voyerista

Bovino adolescente
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19 Ago 2008
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Estimados bakunos:
Les comparto una más de mis aventuras. Espero que les guste. Este relato se lo dedico especialmente a los que se han tomado un poco de tiempo para dejarme sus comentarios y especialmente sus mensajes. Se los agradezco, pues me motivan a seguir escribiendo estos relatos y a buscar más aventuras para compartir con ustedes.

Cuidado con tus deseos… ¡Se te pueden cumplir!​

Hace algún tiempo entré a trabajar a una empresa que se dedicaba a transporte y entrega de mercancías. Una de las primeras personas que conocí, desde el día que llegué a pedir empleo, fue la recepcionista. Era una chica bajita, de pelo lacio, largo y de un intenso color negro, peinado en cola de caballo. Su piel era blanca, su cara era agradable, con labios sensuales, tenía algunas pecas, lo que la hacía verse un poco aniñada, su nariz era recta, ojos cafés ligeramente rasgados y labios sensuales. Sus pechos eran de tamaño regular. Tenía caderas anchas y piernas bien formadas. Todos estos detalles contribuían a hacer una bonita combinación de rasgos físicos que la favorecía mucho.
Otro detalle que me encantó de ella fue meramente incidental: cuando entré y pregunté por el empleo, la chica me sonrió con amabilidad y me dijo que esperara. Me indicó un pequeño escritorio y una silla puestos a izquierda de su escritorio. Yo me senté a menos de dos metros de ella. Digamos que tenía una vista de tres cuartos de su lado izquierdo y su espalda. Ella vestía un entallado pantalón de mezclilla a la cadera y una blusa roja algo corta, que al estar sentada, se levantaba un poco. Esto, combinado con el pantalón entallado, que se bajaba un poco, hacía que se asomara parte de su calzón de color blanco. Yo no pude evitar prestar atención a ese detalle y me quedé encantado con la vista. Ella pareció no darse cuenta y siguió con su trabajo como si nada. Yo no pude evitar prestar atención a ese detalle y me quedé encantado con la vista. Noté que el escritorio parecía estar desocupado. Sólo pude pensar: "¡Quién fuera el afortunado de ocupar este escritorio y tener esa vista todos los días!". Me llamaron para entrevistarme y, para no hacer la historia larga, terminé contratado. Así comencé a tratar con esta chica, a la que aquí llamaré Lucía.
Lucía acostumbraba vestir pantalones muy ajustados y blusas cortas, también algo ajustadas, que le permitían lucir su cuerpo y también ver algo de su ropa interior. Como casualidad del destino, resultó que el lugar que me asignaron, era el escritorio desde el que había esperado a que me llamaran para mi entrevista. Así que diario trabajaba cerca del lugar de ***** y con frecuencia tenía oportunidad de ver esas prendas. Para mí, que soy un voyerista consumado, esto era un verdadero deleite. Me cuidaba mucho de que ni ella ni nadie se dieran cuenta de lo que veía y creo que logré evitar ser descubierto. Pasó el tiempo y yo pude ver que ella usaba, además de los consabidos calzoncitos de color negro o blanco, otros de color azul claro, rosa, beige y blancos con pequeños puntos negros y otros con estampados de flores. Casi a diario tenía la oportunidad de ver alguna de éstas prendas y me ponía feliz con estos detalles. Pero además de admirar esas prendas, fui tratando a Lucía y haciéndome su amigo.
Desde el principio, Lucía me pareció una mujer bonita y con el trato fui descubriendo que también era muy agradable. Era una chica a la que valía la pena tratar. Yo me fui interesando más y más en ella. A veces compartíamos la mesa durante las horas de comida en el comedor de la empresa. Ambos llevábamos nuestra propia comida y nos poníamos de acuerdo para salir a la misma hora a comer. Así fuimos haciendo una bonita amistad. Yo me conformaba con tratarla. Pero no puedo negar que varias veces me llegó la idea de intentar pasar a algo más con Lucía. Sobre todo, después de que me fui aficionando a admirarla a ella y a sus prendas interiores.
Sólo había un problema: ella tenía novio y trabajaba en la misma compañía. Cuando lo conocí, el tipo no me agradó. Y no porque fuera el galán de la chica que comenzaba a quitarme el sueño, sino que era una persona difícil. Era uno de esos tipos que se la pasan diciendo y diciendo que son unos fregones, que ellos saben cómo hacer bien las cosas, pero que nadie los escucha. Que casi, casi son unos genios incomprendidos, pero que a la primera oportunidad van a demostrar que hacen las cosas mejor que nadie. Además, como a veces compartía la mesa con él y con Lucía, noté cómo ella cambiaba cuando el galán nos acompañaba. Se volvía callada, bajaba la mirada y sólo asentía a todo lo que él decía. A mi me sorprendía ese cambio, pero no podía hacer nada, pues era la relación de ellos y sentía que si me metía iba a terminar manipulando las cosas a mi favor y podía salir perjudicado. A veces llegué a desear poder tener una oportunidad con Lucía. Llegué a decirme que no me importaría si esa oportunidad se limitaba a sólo de tener sexo con ella, aunque fuera una sola vez, mientras no tuviera consecuencias para ninguno de los dos.
Otros compañeros notaron mi amistad con Lucía y alguno incluso me llegó a sugerir que le tirara la onda, que le haría un favor si ella dejaba de salir con ese novio, pues era una persona que sólo le iba a traer problemas. Y así fue. Supongo que quien me lo dijo conocía un poco más al tipo. Un día, me enteré que el galán de Lucía había sido despedido. El chisme se hizo muy grande, pues al parecer había tomado datos de varios clientes de la compañía y les había ofrecido trabajar para ellos por su cuenta, aprovechando que había comprado una camioneta de carga. Alguno de ellos habló con el jefe del novio de Lucía y se armó un tremendo lío. Incluso a mí me llamó uno de los jefes de la compañía para preguntarme si le había soltado información a alguno de los dos. La verdad, el trato con ella e indirectamente con su novio, me pusieron en una situación muy difícil. Poco después se aclaró que el novio de Lucía había tomado datos de informes que le habían encargado y que otra información se la había sacado a Lucía, aprovechando su relación y que ella tenía acceso a nombres de clientes, e-mails, teléfonos, direcciones, etc.
Un par de semanas después de aclarado el asunto, Lucía renunció al trabajo. En el inter, me contó que había dejado al novio y que no pensaba volver a buscarlo. Desafortunadamente, no tuve oportunidad de intentar conquistarla, pues su renuncia la presentó un par de días después de confiarme esto. Un día llegué y la encontré recogiendo sus objetos personales. Se despidió de mí y me dio una tarjeta con su teléfono y su correo electrónico escritos con pluma. Antes de que me entusiasmara, me dijo que se iría con su familia un tiempo, ella venía de otra ciudad. También me dijo que la verdad, no sabía si iba a regresar a la ciudad pronto. Ocasionalmente intercambiamos algunos correos, pero como no había señales de que fuera a regresar, los mensajes fueron haciéndose más esporádicos. Pocos meses después, yo también renuncié a ese trabajo, para dedicarme a concluir mis estudios.
Pasó casi un año sin que supiera nada de Lucía. Un día, la encontré en el lugar menos esperado para mí: la biblioteca de la universidad donde estudiaba. Acababa de empezar el semestre. Buscaba un libro para una de mis tareas y al entrar por uno de los tantos pasillos llenos de estantes, me topé de frente con ella. Estaba más bonita que antes. Vestía una camiseta blanca de algodón, que se le transparentaba ligeramente y marcaba, además de las formas de sus senos, las costuras y contornos de su brasier, incluidos los detalles del encaje. Llevaba unos pantalones de mezclilla muy ajustados, que destacaban sus bien torneadas piernas.
Creo que ambos pusimos cara de sorpresa, pero nos saludamos, nos abrazamos con gusto y yo, al sentir el calor de su cuerpo, el roce de sus pechos contra mí y sus brazos alrededor de mi cuello, no pude evitar sentirme muy excitado. Pero de inmediato empezamos a hablar y yo me concentré en la conversación. Para evitar que nos llamaran la atención, decidimos salir de la biblioteca. Salimos a un jardincito con bancas cercano, para platicar más tranquilos. Al sentarnos, yo noté que el ajustado pantalón de Lucía quedó ligeramente bajado, mostrando la orilla de un calzón de color azul claro. Yo me distraje unos segundos con esta vista, pero en cuanto comenzamos a platicar, atendí a la plática con mi amiga y dejé un poco de lado el asunto.
Me contó que tenía poco menos de un mes de haber regresado al D.F., que había decidido retomar su carrera, que había abandonado al momento de irse de la ciudad. “Apenas me estoy acabando de mudar y no me lo vas a creer, pero estaba pensando llamarte, pues quiero retomar contacto con los amigos y conocidos que dejé aquí. Esto es una coincidencia increíble, me estaba acordando de ti y te encuentro ¿Qué has hecho? Cuéntame”. Yo le conté qué había hecho y que ya casi terminaba mis estudios universitarios. Ella me felicitó y me dijo: “Oye, estaría bien que nos veamos para comer un día ¿No crees?”. Yo dije: “Si, claro, tú dime cuando puedes”, aunque no me hacía muchas ilusiones. Antes de que yo pudiera reaccionar, me dijo: “Pero a ver, de una vez vamos haciendo la cita. Es más, para que no haya el pretexto de que como somos estudiantes sin dinero no sé qué, te invito a comer a mi casa. Estoy rentando un departamentito muy chiquito cerca de aquí. Tú nada más dime qué llevas y allí lo preparamos ¿Qué te parece?”. Yo acepté. Nos pusimos de acuerdo en qué iba a llevar para la comida y acordamos de vernos el viernes, después de clases.
La semana se fue muy rápido para mí. Entre clases, lecturas y tareas, los días se pasaron pronto y el viernes llegó. A la hora acordada llegué a la entrada de la universidad donde había quedado de verme con Lucía. Ella estudiaba en una facultad ubicada al otro lado del campus, así que la esperé unos minutos. De repente, volteé hacia la puerta por la que entraban y salía mucha gente y la vi. Venía muy guapa, vistiendo un pantalón negro muy entallado, una blusa rosa con botones al frente, que tenía un discreto escote. Llevaba unos zapatos bajos, que se veían muy cómodos. Traía su cabello recogido y de su hombro derecho colgaba una bolsa de mezclilla algo gastada, que se veía muy llena. Se veía muy bien. Me quedé callado y creo que hasta con la boca abierta. Lo que me fascinaba de ella era que no necesitaba maquillarse mucho, ni ponerse ropa muy provocativa para ponerme nervioso. Ahora creo que sabía perfectamente el efecto que me causaba con sólo pararse frente a mí. “Hola ¿Cómo estás? ¿Me esperaste mucho tiempo?”, me dijo mientras me daba un beso en la mejilla y lo completaba con un suave abrazo.
Yo le dije: “No. Apenas hace unos minutos que llegué y no tardaste tanto”. Mientras le decía esto, la admiré más de cerca. Como solía ocurrir, la blusa que vestía Lucía se le ajustaba ligeramente sobre sus pechos, abriéndose un poco y permitiendo ver algo de su brasier, en esta ocasión de color blanco con algunos adornos de color rosa, que hacían juego con su blusa, pero que no pude ver bien, sólo adivinar a través de la pequeña abertura entre sus botones y lo que se alcanzaba a transparentar a través de la tela de la blusa. Me dijo: “¿Nos vamos? Hay que caminar unos quince minutos hasta el edificio donde vivo”. Para llegar a su departamento, teníamos que cruzar un puente peatonal. Al subir, le di el paso a Lucía. A través de la delgada tela de su pantalón se marcaban las costuras de su ropa interior. Pude adivinar que ella llevaba debajo un bikini y cuando subió el primer escalón noté que su ajustado pantalón se bajaba, mientras que su blusa se levantó un poco y esto me permitió ver la orilla de un bikini de tela blanca con estampados de flores y el elástico también de color rosa, me quedó claro que Lucía llevaba debajo de su ropa un coordinado blanco con flores rosa y algunos detalles de ese mismo color. Yo no pude evitar quedarme algo sorprendido, pero reaccioné y comencé a subir, como hipnotizado, tras de sus redondas caderas, siguiendo su vaivén y los detalles de su prenda íntima que se me mostraban.
Bajamos del otro lado de la avenida y seguimos nuestro camino. Yo todavía estaba nervioso por lo que había visto. Aunque sabía que a mi amiga le ocurrían seguido estas cosas, basta recordar el día en que nos conocimos, yo nunca me había atrevido a decirle nada al respecto. En parte porque no quería avergonzarla y en parte porque no quería perder la oportunidad de seguir viendo esos detalles de ella.
Después de recorrer algunas calles, platicando de cómo nos había ido en nuestras respectivas clases, llegamos al edificio donde vivía Lucía. Era una construcción de tres pisos, con ventanas que daban a la calle. Abajo había un enorme zaguán que ocupaba casi toda la fachada. A la derecha, una pequeña puerta que ella la abrió. Entramos por un pasillo largo y fresco. Después subimos por la escalera hasta el segundo piso. Nuevamente, Lucía me obsequió una vista de su bikini, que disfruté hasta el último segundo, pero sintiendo el temor de ser descubierto por mi amiga mientras fisgoneaba de esa manera su ropa interior. Al llegar al departamento, Lucía tomó sus llaves y abrió. “Pásale, estás en tu casa”, dijo. Y me permitió entrar. Llegó un olor a comida. Me quedó claro que mi amiga había preparado la parte de la comida que le tocaba desde la mañana, para ganar tiempo.
El departamento era pequeño y estaba amueblado con sencillez. Estaba formado por una estancia pequeña. Había un sofá a la derecha de la puerta. Enfrente del sofá, una mesa pequeña con dos sillas. Un par de libreros, ocupados con libros, discos, revistas, una grabadora, una televisión pequeña y algunos adornos más, completaban el mobiliario. A la derecha del sofá había dos puertas la del baño y la que llevaba a la recámara. Al frente de la puerta de entrada, cruzando la estancia estaba una ventana con cortinas, que daba a la calle y a la izquierda había una puerta que llevaba a una cocina pequeña que también tenía una ventana más pequeña. Yo puse mi mochila encima del sillón y saqué lo que había llevado para la comida: un poco de pasta y unas manzanas para usarlas como postre o entrada.
***** abrió la ventana, pero dejó las cortinas cerradas, como eran claras, dejaban pasar muy bien la luz y hacían el ambiente muy agradable. Pero me resultó más agradable por la compañía de mi amiga. Comenzamos a organizarnos para la comida. Le pedí permiso a Lucía de pasar al baño. Cuando entré, me encontré colgadas en ganchos algunas prendas íntimas de ella: un par de bikinis de color blanco y uno azul claro, sí el que le había visto el día de nuestro encuentro en a biblioteca, además de un brasier de encaje de color negro. La vista de estas prendas me hizo recordar lo que acababa de ver durante el ascenso de las escaleras. Comencé a desear poder ver a mi amiga vestida sólo con la ropa interior que llevaba puesta y de la que me había dado ya algunos atisbos. Pero cuando salí, comenzamos a preparar el resto de la comida y mi mente se mantuvo ocupada. Mientras seguíamos con nuestra charla preparamos la mesa y después comimos. El rato fue muy agradable. Después de comer seguimos hablando de todo un poco: Lucía puso música y me dijo: “¿Quieres un poco de café?”. Acepté su ofrecimiento. La verdad estaba muy a gusto con ella y no quería ver mi reloj, para no saber cuánto tiempo nos faltaba para despedirnos.
En algún momento, la plática llegó al tiempo en que nos habíamos conocido. Lucía preguntó por algunos de nuestros antiguos compañeros de trabajo, pero yo tenía poco contacto con ellos, así que no hubo mucho de qué hablar. Surgió el tema de su exnovio y ella me dijo algo que me sorprendió: “Fíjate que le caías bien. Era muy celoso y seguido teníamos problemas, porque no le gustaba que hablara casi con nadie en el trabajo. Pero contigo la cosa era distinta. Un día, espero que no te vayas a enojar por esto, me dijo que contigo no tenía desconfianza, que incluso le parecía que eras gay, porque te veía muy tranquilo cuando hablabas conmigo y porque nunca me tiraste la onda”. Yo me quedé de una pieza. Sólo se me ocurrió decir: “Pues creo que se confundió, pues a mi me encantan las mujeres”. Y lo que me respondió Lucía me dejó todavía más sorprendido: “Claro que lo sé. Yo si me daba muy bien cuenta cómo veías a otras compañeras del trabajo, e incluso cómo me veías a mí” y se sonrió con cierta complicidad.
Yo me sentí extraño. No sabía que decir. Parecía como si me hubieran descubierto alguna travesura hecha hace tiempo y que yo daba por olvidada. Le pregunté: “¿A ti te molestaba que te viera?”. Lucía dijo: “No. Me hacía sentir muy bien. Y gracias a que mi ex no desconfiaba de ti, pues te podía permitir esas miradas, sin preocuparme por lo que él dijera”. De momento no supe qué decir. Se me ocurrió que había llegado el momento de decirle a Lucía qué había visto cuando subimos por las escaleras del puente y las del edificio y cómo me había puesto con eso. Dudé unos segundos en hacerlo, pues temía que ella se enojara y me corriera de su casa. Pero algo me hizo decidirme. Como que sentí que era el momento adecuado.
Comencé a decirle: “Bueno. El que tú hayas compartido este secreto conmigo se merece que yo te diga uno mío ¿No crees?”. Ella me miró con curiosidad y dijo: “¿Ah, sí y que me vas a decir?”. Para aumentar un poco el misterio, le dije: “Tiene algo que ver contigo”. Vi cómo su curiosidad aumentaba y ella ponía más atención. Yo continué: “Yo también espero que no te enojes por lo que te voy a decir”. Ella negó con la cabeza y dijo: “Anda, dime”. Comencé a contarle que había visto su bikini cuando subíamos las escaleras, tanto del puente peatonal, como las del edificio de departamentos. Le describí todos los detalles que había captado y cómo a partir de ellos me imaginaba la apariencia no sólo de su calzoncito, si no también de su bra, que obviamente ambos eran parte de un coordinado que ella llevaba en ese momento debajo de su ropa. Conforme hablaba, ella comenzó a sonrojarse, pero no se molestó. Se sonrió y bajó la mirada. Enseguida recuperó su seguridad y me dijo: “Eso me ocurre muy seguido. Incluso me han llegado a decir cosas por la calle o a veces las amigas me avisan, pero aun así, no lo puedo evitar. Incluso, creo que me gusta esto de enseñar un poco y ver la reacción de los hombres ¿Cuándo nos conocimos en el trabajo, también me llegaste a ver?”. Yo afirmé con la cabeza y ella se sonrió. Dijo: “Vaya, no estaba tan perdida. Sentía tu mirada, pero no me molestaba. En realidad me hacía sentirme muy bien. No sé en que consistiría la diferencia entre tu forma de mirarme y la de otros, pero me gusta mucho cómo me miras tú”.
Ambos ya nos habíamos descubierto nuestros secretos: ella tenía cierto gusto por el exhibicionismo y yo por el voyerismo. Ahora me quedaba ver hasta dónde podía llegar. Le dije a Lucía: “¿Te puedo pedir algo?”. Ella preguntó: “¿Qué?”. “Pues verás. Me encantaría poder comprobar lo que te dije respecto a tu coordinado. Espero que no te parezca que me estoy tratando de propasar”. “¿Te gustaría ver la ropa interior que traigo puesta?”. Yo hice un gesto afirmativo con la cabeza, esperando no causar una reacción en mi contra. Lucía respondió: “Pues… no sé. Como que así nada más, no me animo ¿Qué te parece si buscas la manera de convencerme?”. Yo había visto una baraja en uno de los libreros, así que le propuse a Lucía: “¿Jugamos póquer?”. Respondió con una pregunta: “¿Y que vamos a apostar?”. De repente me miró abriendo mucho los ojos e hizo otra pregunta: “¿Quieres que apueste mi ropa?”. Le respondí: “Recuerda que somos estudiantes y no tenemos muchos ingresos, así que sería mejor no apostar dinero ¿No crees?”. Lucía se rio y dijo: “Creo que tienes razón. Sólo te pido que si pierdo, me devuelvas mi ropa, no te la vayas a querer llevar ¿Eh?”. “Lo mismo digo para mí. Si ganas y me dejas sin ropa ¿Cómo me voy a ir a mi casa?”. Ella volvió a reírse y aceptó jugar póquer de prendas conmigo. Despejamos la mesa.
Antes de empezar el juego, Lucía me dijo: “¿Qué te parece si mejor sacamos una carta cada quién y la mostramos al mismo tiempo? El que saque la más baja, pierde y paga con una prenda. Luego volvemos a mezclar las cartas y repetimos el juego ¿Estás de acuerdo?”. Yo acepté y comenzamos. Yo tenía algo de práctica con la baraja. Cada viernes me reunía con mis amigos a jugar póquer, así que tomé las cartas y les comencé a mezclar con cierta habilidad. Mientras las mezclaba, Lucía dijo: “Oye, tienes práctica. A ver si no pierdo todo”. Yo en realidad, estaba muy nervioso, pero el comentario de mi amiga me dio un poco más de confianza. Después de mezclar la baraja, la puse boca abajo en el centro de la mesa. Le dije a Lucía: “Adelante. Toma tu carta”. Ella eligió una y la sacó. Después tomé la mía. Antes de mostrarnos nuestras cartas, ella dijo: “Es nuestra última oportunidad de arrepentirnos. Si comenzamos, nos seguimos hasta que alguno quede en ropa interior ¿Estamos de acuerdo?”. Yo dije que sí y quedamos en mostrar nuestras cartas volteándolas sobre la mesa. Mi nerviosismo aumentaba. Ambos la volteamos al mismo tiempo.
Lucía mostró un ocho de tréboles y yo un seis de diamantes, así que perdí la primera mano. Tuve que pagar y me quité mi suéter. Lucía se animó un poco y mezcló las cartas. Después, volví a perder otras tres veces seguidas. Pagué con mi cinturón y zapatos. Comenzaba a pensar que aceptar este juego había sido mala idea. Mi amiga se estaba animando más, cuando se le vino una racha de tres manos perdidas al hilo. Así, pagó las dos primeras con sus dos zapatos. Como no llevaba calcetas, ni medias se quedó descalza. A la tercera mano perdida le tocaba pagar con su pantalón o su blusa. Ella decidió pagar con la blusa. Antes de quitársela, noté que se ponía nerviosa. Pensé que se iba a echar para atrás y a pedir terminar con el juego, al ver que había perdido. Pero me sorprendió cuando, después de dudar sólo unos segundos, se levantó, dio unos pasos hacia donde estaba, quedó de pie frente a mí y, mirándome fijamente, dijo: “Pues voy a pagar. Ya empecé con esto y no me voy a rajar”.
En seguida comenzó a desabotonarse su blusa, la abrió y me permitió ver sus pechos redondos, cubiertos por las copas del bra, que era blanco, con unas pequeñas flores rosas estampadas. Entre ambas copas, en la parte que las unía, había un pequeño moño de color rosa que combinaba con el estampado. El borde superior de las copas tenía un encaje, también de color rosa. Lucía se quitó la blusa y me la entregó. Yo la tomé. La sentí tibia por el calor que se había transmitido a la prenda desde su cuerpo. Me miró con un gesto de picardía y me dijo: “¿Seguimos o ya lo dejamos así?”. Yo sólo atiné a decir: “Seguimos. Supongo que quieres el desquite”. Ella se sonrió y volvió a sentarse. Siguieron otras tres manos seguidas en que nuevamente perdí. Pagué con mis calcetines y mi camisa. Luego le llegó el turno de perder a *****. Pagó con su pantalón. Nuevamente se puso de pie. Comenzó a desabrocharlo y se lo bajó despacio. Dejó al descubierto un bikini blanco con estampados rosas, que hacía juego con su brasier. Además de el par de hermosas y bien torneadas piernas que yo había admirado y soñado con tocar, casi un año atrás. Tomó la prenda con su mano derecha y me la entregó. Le pedí que se diera una vuelta, para admirarla mejor y ella, como que dudo, pero acepto. Giró lentamente sobre su eje y yo pude admirar todo su cuerpo, ya sólo vestido con su coordinado.
Me pareció que a Lucía le estaba gustando el juego, pero ya habíamos llegado al límite que ella misma había propuesto, así que me pareció correcto decírselo: “Bueno ya estás en ropa interior. Es lo que yo te había pedido y tú propusiste que cuando uno de los dos quedara así, terminaba el juego. No se si quieras seguir o hacemos otra cosa. Lucía preguntó: “¿Qué otra cosa hacemos? Aunque debo confesarte que me estoy sintiendo muy bien así. Desde hace rato sentía calor”. Yo le dije: “Pues estás en tu casa, eres libre de quedarte así. Para mí es un lindo espectáculo”. Lucía se sonrió y se acercó a mí. Me dijo: “Gracias”. Se inclinó y acercó su rostro al mío. Yo sentí el calor y el aroma de su cuerpo, su mirada intensa. Me dijo: “Bueno, pero necesito que me regreses mi ropa, aunque ya no me la ponga”. Yo le dije: “¿Con qué vas a pagar por ella?”. Ella se acercó todavía más y rozó sus labios con los míos. Enseguida nos besamos. Fue un beso largo, que empezó suave y fue subiendo de intensidad, nuestras bocas se frotaron, nuestras lenguas se tocaron y exploraron una a la otra.
Yo no me atreví a tocar su cuerpo, sólo seguí con otros besos, hasta que ella me tomó de los hombros y me hizo levantarme. Antes de que reaccionara, Lucía ya se había inclinado frente a mí y me estaba desabotonando el pantalón. Lo bajó y vi cómo ella miraba con satisfacción el bulto que formaba mi miembro, ya erecto, debajo de mi trusa. Lo acarició por encima de la tela y después comenzó a acariciar mis piernas. Se levantó y me dijo: “Vamos a la recámara” y me tomó de la mano para llevarme a su habitación. Antes de entrar, tomé de mi mochila unos condones que llevaba, como ya era mi costumbre desde hacía tiempo, para alguna emergencia. Entramos y me llevó a la cama. Tomó los condones de mi mano y los puso en una mesita junto a la cabecera. Me pidió que me acostara y en cuanto me acomodé, ella comenzó a recorrer mi cuerpo, de los pies a la cabeza. Me hizo sentir un gran placer. Después de unos minutos de caricias, me levanté y le di otro beso a Lucía. Ella lo correspondió con más intensidad.
Quise corresponder a sus caricias, así que comencé a tocar su cuerpo. Ella se soltó el pelo y se acostó boca arriba. Yo la recorrí también de pies a cabeza. Conforme la acariciaba, Lucía se iba poniendo más cachonda. Toqué cada uno de los dedos de sus pies y después subí por sus piernas. Acaricié sus muslos blancos y suaves. Llegué a su sexo, que acaricié apenas, con suavidad. Noté que su sexo estaba cubierto de un tupido vello que se alcanzaba a transparentar a través del bikini. Esto me excitó más todavía. Me concentré algunos minutos en tocar la zona de su sexo y busqué sus labios vaginales y los acaricié por encima de la tela del bikini, con más suavidad. Lucía sólo hacía algunos gemidos suaves y decía: “Mmmmmh, qué bien se siente, síguele así…”. Subí por su abdomen y llegué a sus pechos, que también acaricié con suavidad por encima de la tela de su brasier. Busqué sus pezones y conforme los tocaba, noté cómo se endurecían y paraban, resaltando a través de la tela. Ella sólo siguió con sus suspiros y gemidos suaves, animándome a seguir con las caricias. Llegué a sus hombros. Los rocé con mucha suavidad.
Después le pedí que se pusiera boca abajo. Lucía obedeció. Comencé a acariciar sus pies, subí por sus piernas y llegué a sus caderas. Acaricié suavemente sus nalgas y su espalda. Lucía todavía traía puesto su coordinado, le desabroché el brasier y pude acariciar su espalda con más libertad. Ella seguía dando muestras de disfrutar mis caricias. Comencé a besar su espalda y hombros. Ella se acabó de quitar su brasier y lo dejó en la mesa que estaba junto a la cama, mientras decía: “Ya me estorba”. Después de acariciar con su espalda, ella se dio la vuelta y pude ver sus hermosos pechos, redondos y con una amplia aureola de tono rosado. Sus pezones seguían erectos. Los toqué, sintiendo la dureza que ya habían alcanzado. En cuanto sintió mis dedos sobre sus pezones, Lucía reaccionó con mucho placer y hasta arqueó su espalda: “Aaaah, se siente bien… Tócalos más, bésalos, son tuyos…”
Yo me incliné y los besé con suavidad. Los acaricié con mi lengua, provocándole mucho placer. Con mis manos complemente estas caricias, tocando sus pechos. Después, bajé mis manos y rocé su bikini, que ya era la última prenda que vestía. La tomé de los costados y comencé muy lentamente a bajársela. Lucía levantó sus caderas y después levantó un poco sus piernas, para permitirme quitárselo. Pude ver la zona de su sexo, cubierta de una tupida mata de vello oscuro y bien delimitado. Noté que ella acostumbraba recortarlo para darle forma. Lucía me dijo: “Mira. Parece que me hubiera preparado. Me lo recorté hoy por la mañana”.
El cuerpo de Lucía se veía muy bien desnudo. Se veía mejor que en los sueños y fantasías que había tenido con ella. Supongo que era porque podía ver su piel, con todos sus detalles, incluidos sus lunares, marcas e imperfecciones, que le daban encanto y personalidad propia. Además la respiración que hacía moverse su pecho y abdomen, su mirada y su gesto de deseo, hacían que se viera más deseable. La recorrí con la vista de pies a cabeza. Ella se veía ansiosa de seguir con nuestro encuentro. Me miró con intensidad y me dijo: “Sigue haciéndome sentir bien, por favor…” Yo me acerqué a sus piernas y comencé a acariciar la cara interna de sus muslos por unos minutos. Ella separó sus piernas suavemente y pude ver su sexo. Sus labios ya se veían mojados. Acerqué mi mano para tocarlos suavemente. En cuanto los rocé, se produjo una reacción en todo su cuerpo, como si hubiera sentido una descarga eléctrica: “Aaah… ¿Qué me haces? Ay, ay, ay ¡Síguele! Mmmmh”. El líquido de sus labios ayudó a que mis caricias fueran más suaves. Con mucho cuidado me dirigí a la parte superior de sus labios, buscando su clítoris. Lo toqué con mucha suavidad. En cuanto sintió el contacto, Lucía casi lanzó un grito y volvió a arquearse como si le hubieran dado otra descarga eléctrica: “Aaah, aaah, sigue, sigue”.
Después de unos segundos de acariciarla en esa zona, Lucía me dijo: “Ya, ya, por favor, ya cógeme. Tengo muchas ganas. No me hagas esperar más”. Yo me levanté de la cama, para tomar un condón de la mesita junto a la cama. Ya sólo vestía mi trusa y mi camiseta. De inmediato me las quité y ya desnudo, tomé la caja y la abrí. Tomé uno y lo abrí. Me lo puse con cuidado, para evitar fallas, y me acerqué a Lucía, que no me había quitado la vista de encima y ahora miraba fijamente mi miembro erecto. Se acomodó en la cama, separando sus piernas. Yo me acomodé para penetrarla y le dije: “Voy a entrar ¿Estás lista?”. Ella afirmó con la cabeza y se respiró profundamente, mientras cerraba los ojos.
Me acomodé y comencé a entrar despacio. Ella se abrazó con fuerza de mi cuerpo, mientras emitía un suave quejido: “Aaah, despacio, entra despacio, por favor, aaah…” Cuando acabe de entrar, comencé a moverme muy despacio. Conforme lo hacía, Lucía emitía unos gemidos muy cachondos. Después, puso sus manos a los lados del cuerpo y los presionó contra la cama. Vi cómo hacía esfuerzos por contenerse de subir la voz. Yo le dije: “Puedes gritar, estás en tu casa, yo no me espanto s gritas. Ella se sonrió y se relajó, comenzando a subir el volumen de sus gemidos. Conforme avanzábamos, Lucía se ponía cada vez más excitada. Me dijo: “Quiero cambiar de posición ¿Puedes ponerte abajo?”.
Cambiamos de posición. Yo me coloqué abajo. Primero, Lucía se puso encima, de espaldas a mí. Se acomodó y tomó mi miembro, ayudándolo a entrar en su vagina, mientras hacía su cadera hacia atrás, muy despacio. Una vez que entré en ella otra vez, sólo me dejé hacer, mientras ella movía sus caderas hacia adelante y atrás, con un ritmo cada vez más rápido. Yo la tomé de la cintura y la guie con cuidado, para evitar que se me dejara caer sobre mí muy bruscamente. Pero Lucía resultó muy hábil, me provocó un enorme placer, sin llegar a lastimarme conforme se movía con un movimiento cada vez más rítmico. Conforme iba subiendo el placer, ella decía: “Así, así… ¿Te gusta? ¡Yo ya tenía ganas de un revolcón! ¡No tienes idea de cuantas ganas tenía de comprobar qué te traías conmigo! ¡Con esas miradas que me desnudaban!...”
Antes de eyacular, le dije: “Ya casi termino ¿Quieres cambiar antes de que me venga?”. Ella respondió: “¿Cuál quieres?”. “Ponte de a perrito”. Ella me dijo: “Mejor otra posición, porque en esa, vas a ponerme a gritar. No seas así... Mejor nada más me doy la vuelta”. Ella se acomodó encima de mi otra vez, pero ahora mirándome de frente. Volví a entrar en ella y comenzó a mover con ritmo sus caderas de arriba abajo. Mientras ella se movía yo tomé sus pechos, que se movían arriba y abajo con el ritmo de sus movimientos. Ella sólo dijo: “Tócalos con suavidad, por favor…” Después dijo: “Tómame de los pezones, con cuidado”. Yo toqué sus pezones y después los aprisioné con mis dedos, con firmeza y suavidad. Ella sólo dijo: “Así, así, suavecito. Trátalos bien y te voy a hacer sentir algo muy bonito, así…”. Sentí cómo la vagina de Lucía apretaba suavemente mi miembro. Incluso tuve la sensación de que también el calor aumentaba. Ella comenzó a apretar con más fuerza. La sensación era muy placentera y en pocos minutos comencé a sentir que ya no podría contenerme más. Le avisé: “Oye, ya casi me vengo, no voy a aguantar mucho”. Lucía dijo: “No hay problema, ya, termina, por favor, termina… ya, ya…” Yo eyaculé y Lucía se dejó caer sobre mí, exhausta. Sentía su respiración agitada y su aliento caliente sobre mi hombro derecho. Después de unos minutos me relajé y pude salir.
Le pregunté: “¿Que te pareció?”. Ella respondió: “Bien. Estuvo muy bien”. Y me dio un beso largo. Yo le dije que la verdad no esperaba que fuéramos a terminar teniendo sexo: “No pensé que te interesara para algo así”. Ella me dijo: “Pues, la verdad, estaba dudando si te interesaba. Como te dije hace rato, sentía cómo me mirabas, pero te veía tan tranquilo, que llegué a pensar que sólo era mi imaginación”. “Bueno. Ya te enteraste que no era así. Que la verdad, desde que te conocí, me llamabas mucho la atención y que soy uno de los más interesados en ver tú ropa interior cada que se pueda…” Ella se rio y dijo: “Bueno, estás invitado a verla, cada que se pueda.” Me respondió con una mirada traviesa. Su cara aniñada, con pecas y el pelo suelto y revuelto hacían que se viera muy sensual y francamente tenía ganas de volver a hacerlo con ella. La comencé a acariciar suavemente por los hombros y después el resto de su cuerpo. Pero Lucía me dijo: “No pienses que te quiero correr, pero me tengo que dormir temprano. Quedé de ir mañana a visitar a una de mis hermanas, que vive al otro lado de la ciudad. Mejor nos vemos otro día, más temprano, o un sábado nos vemos desde la mañana, para así pasar juntos todo ¿Qué te parece si el próximo sábado nos vemos desde temprano?”.
Mientras recorríamos su departamento para recoger nuestra ropa y nos vestíamos, quedamos de vernos el siguiente sábado. Otra vez nos veríamos en la entrada de la universidad, para ir caminando a su casa. Así empecé una breve relación con Lucía, que desafortunadamente concluyó pronto, por algunos problemas familiares que la obligaron a volver a su ciudad, pero que a mí me dejó muy gratos recuerdos. Sólo pudimos vernos dos veces más. Hoy, cuando voy a la universidad donde estudié y paso por los lugares donde Lucía y yo anduvimos, todavía no puedo evitar el recordar los buenos momentos que pasé con ella y cómo aquellos deseos que tuve cuando la conocí, se me cumplieron.
 

pakobm

Bovino adolescente
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no inventes carnal, mas k el tipo de relato tipiko de soy cabron y mes cojo de volon, esto va para una novela jaja, aunk sinceramente y usted diskulpara pero tanto detalle como k es algo incongruente(en el sentido de los detalles) pero no dudo de tu gran memoria, en conclusion k buen relato hasta da morbo por conocer a **** jeje no para echarmela si no para k sea mi amiga jjajaja se ve buena gente!!
 

iramon

Bovino maduro
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Muy buen relato, me imagine a ***** con la buena descripcion
 

MR AGUILA

Bovino maduro
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Es bueno tu relato, sin embargo el unico pero que le encuentro es que detallas mucho y no digo que este mal, por el contrario a mi me gustan los relatos que llevan un muy buen detalle y desarrollo de historia, pero aqui el problema esta en que desarrollas mucho mas la historia previa que el mismo desarrollo del encuentro sexual, pero de ahi en fuera me agrado tu relato.
 

nicko0508

Becerro
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Esta algo extenso pero muy bueno, que digo bueno rebueno jaja gracias por el aporte
 

pastor666

Bovino maduro
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Muy buen relato carnal, una buena historia de como las fantasías a veces se hacen realidad.
 

nefta1122

Bovino maduro
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Buen relato Amigo, aunq tardé media hora leyendo.. terminé imaginando a tu ex.. jejeje afortunado ..saludos.,
 

mur_logz

Bovino adolescente
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muy buen relato, algo largo como han dicho algunos, pero me gusto, y si uno se imagina a la **** con su coordinado....
 

dragonredfly

Becerro
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la verdad me gusto tu relato, me hizo recordar un pasaje en mi vida algo similar....gracias.....
 

giparo

Becerro
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muy bueno tu relato echaz a volar tu imagimancion yo yami imaginava a tu novia en cuerada desde aque horas la verdad me gusto gracias.



saludos.
 

diakono22

Becerro
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excelente relato muy bueno ojala hubieramos conocido el magnifico cuerpo de ***** saludos
 

the_game619

Bovino maduro
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buenisimo relato, hasta para hacerlo pelicula... Felicidades muy detallado, extenso pero vale la pena
 

edyram65

Becerro
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Muy bueb relato, me gusto y comparto tu gusto por ver la ropa interior de las mujeres es muy exitante felicidades por cogerte a ****
 

el coruco

Bovino maduro
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largisiisisisisissisisisisisisisisisisimo el relato, mas largo que la vida de chabelo jajajaja :mota:
 
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Usted, compañero, ha sabido escribir un verdadero relato erótico, con argumento y fases bien definidos. Ha sabido distinguir entre un relato erótico y elegante, de uno pornográfico y sórdido. Un deleite leerlo. Enhorabuena.
 
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