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Ayudando por el gusto de ayudar.

voyerista

Bovino adolescente
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19 Ago 2008
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86
Hola amigos bakunos:
Después de una larga ausencia en mis participaciones, aquí les tengo otro relato erótico. Quedó un poco extenso, pero espero que les guste. Pronto estaré subiendo más relatos de mis aventuras. Se agradecen sus comentarios.


Ayudando por el gusto de ayudar.
Era viernes por la tarde. Caminaba por una de las más conocidas avenidas del D. F. para reunirme con unos amigos. Habíamos quedado para platicar y tomarnos unas cervezas, pero lo estaba dudando, pues de por sí, no soy muy afecto a beber y ese en especial, día no me sentía con ánimos de tomar alcohol. Mientras decidía qué hacer, me había puesto a caminar, viendo aparadores y a las chicas guapas que pasaban por la calle. Llegué frente a un edificio en construcción. Allí, vi sentada en una banca a una chica morena, muy delgada de cabello lacio largo hasta los hombros, de color castaño. Vestía un pantalón rosa claro, una chamarra deportiva del mismo color con franjas blancas en las mangas y tenis blancos con vivos rosas. Tendría unos veinticinco años o tal vez más. No era una belleza que parara el tráfico. Era una chica normal. Pero se veía un poco extraña en ese lugar. Iban a dar las cinco. Decidí sentarme en el otro extremo de la banca, para descansar de mi caminata y acabar de decidir qué hacer el resto de la tarde.
Durante unos minutos, la chica y yo compartimos la banca sin hacernos caso el uno al otro. De repente, se abrió la puerta de entrada a la construcción y salió un guardia. Ella se levantó, se dirigió al tipo y habló con él. Había algo en los gestos de ella que señalaban cierta urgencia. Como si le preocupara algo. El vigilante negó con la cabeza y le dijo algo más. Ella regresó a la banca que compartíamos y se volvió a sentar. Después de unos segundos, me preguntó: “¿Tú también esperas a alguien?”. Yo volteé y la vi por primera vez a los ojos. Eran unos ojos cafés, con cierta tristeza en la forma de mirar. La chica daba la apariencia de ser muy ingenua. “No. No estoy esperando a nadie. Sólo me senté a descansar un poco. Ya llevaba un rato caminando”, le respondí. Permanecimos callados por unos segundos. Ella rompió el silencio y me dijo: “Yo estoy esperando a mi primo. Según me dijo, está trabajando en este edificio, pero el que cuida la puerta dice que no lo conoce. Que hay muchos trabajadores y no conoce a todos. Me dijo que a las cinco salen de trabajar. Que mejor espere a ver si lo veo”.
Yo miré mi reloj. Casi era la hora, así que le respondí: “Bueno, pues falta muy poco. Creo que es mejor que esperes”. “Sí eso voy a hacer”, dijo y continuó hablando: “Es que debo encontrarlo para darle un recado. No vivo aquí ¿Sabes? Y me urge hablar con él para regresar temprano a mí casa”. Yo pregunté: “¿Dónde vives? Si se puede saber, claro está”. “Pues, vivo en un pueblito que está antes de Toluca. Como hay que viajar por carretera, no me gusta mucho hacerlo de noche. Se pone un poco peligroso, por los asaltos”. “Ah, te entiendo”, le respondí. Empezamos a platicar de cualquier cosa, que si el tráfico, que si el ruido de las calles, en fin. Le pregunté su nombre y ella me dijo: “Marta… Noemí”. Yo noté cierto nerviosismo al decirme los nombres. Casi de inmediato me dijo: “Es que tengo dos nombres”. A mí me pareció que mentía, pero decidí que eso no era asunto mío. Seguimos platicando. Conforme pasaron los minutos me di cuenta que deseaba conocer más a la chica. No me explicaba porque. En realidad mi primera impresión sobre ella no había cambiado. Era muy delgada, aunque debo admitir que a mí me fascinan las chicas delgadas, la figura de Marta estaba dentro del tipo de físico que me gusta, pero su cara no me acababa de convencer. Era muy simple. Noté que no llevaba maquillaje.
Seguimos hablando mientras dio la hora de salida de los trabajadores. La acera se comenzó a llenar de grupos de hombres que salían de trabajar y se iban en distintas direcciones. Marta puso atención y después de unos minutos que se vació la calle. Me dijo: “Creo que ya salieron todos. Mejor voy a preguntar, porque no vi a mi primo”. Se levantó, fue hacia la puerta y tocó. El guardia salió y ella hablo con él. El hombre le dijo algo y ella se regresó a donde estábamos sentados con gesto de preocupación.
Le pregunté: “¿Qué pasó?” y ella respondió: “Dice que ya salieron todos, que si no vi a mi primo, que entonces hoy no vino a trabajar o de plano, no trabaja aquí”. Se sentó en la banca, pero ahora se veía un poco abatida. Apoyó sus codos en sus rodillas. Hablamos un rato acerca de lo que podía hacer ante esa situación. Después, como si quisiera distraerse, comenzó a preguntarme cosas: mi nombre, en qué trabajaba, qué hacía caminando por allí, etc. Después yo le pregunté a ella, sobre su trabajo. Ella me dijo que era secretaria en una escuela, que como salía temprano, había aprovechado para viajar al D.F. para buscar a su primo.
Volvimos a hablar sobre qué podía a hacer ella. Evaluamos sus posibilidades: regresarse a su casa sin haber encontrado a su primo o llamarlo por teléfono, afortunadamente ella tenía su número de celular, para verlo en algún lugar. Incluso podía quedarse en la casa del primo, si lo encontraba. Comenzó a buscar en su bolsa el teléfono. Pero en ese momento, Marta notó que tenía otro problema: “Mi monedero no está”, dijo. No sabía sí se lo habían robado o lo había tirado por un descuido, en el ajetreo de subir y bajar del Metro. Nerviosa, revisó también las bolsas de su pantalón y chamarra. Descubrió que el poco dinero que traía no le alcanzaba para regresar a su casa. Puso una cara que conmovía a cualquiera. Le dije: “Pues háblale a tu primo. Tal vez lo puedas encontrar y te ayuda”. Ella sacó una libretita y buscó el número. Caminamos a un teléfono público cercano. Marcó y después de largos segundos, colgó y dijo: “No contesta, me manda al buzón de mensajes”.
Para Marta, las cosas se estaban complicando. Nos volvimos a sentar en la banca y seguimos hablando de qué otras opciones tenía: Podía esperar un rato y volver a llamar al primo. A mí se me ocurrió que podía prestarle dinero para que regresara a su casa, pero ella se negó: “¿Y luego cómo te pago? No vivo aquí, así que sería difícil pagártelo. Ni modo que vayas a mi casa a cobrarlo”. Yo dudé un poco, pero tenía razón. Para mí, darle el dinero, era casi como perderlo, pues había pocas posibilidades de volver a vernos. Después de unos minutos ella volvió a llamar a su primo. Siguió sin contestar. Mientras tanto, estaban por dar las seis. Ella decidió esperar un rato más para llamarle otra vez. Mientras, seguimos platicando.
En mi cabeza comenzó a surgir una idea para “ayudar” a Marta, sin que ella se sintiera obligada a pagarme el dinero que le diera. Comencé a buscar el modo de encaminar la plática hacia algún tema que me permitiera proponerle una forma de que los dos nos beneficiáramos. Mientras hablábamos, salió el tema de su familia. Ella me dijo que tenía dos hijos. Yo me sorprendí un poco, y le pregunté: “¿Eres casada?”. “Sí. Pero como si no lo estuviera. Es que mi esposo y yo andábamos mal desde hace tiempo y el año pasado se fue a Estados Unidos a buscar un mejor trabajo. Desde entonces no lo he vuelto a ver. De repente habla por teléfono, pregunta por sus hijos y platica con ellos. Pero conmigo casi no habla. La última vez que hablamos, de plano le dije que si pensaba regresar o que si me conseguía a otro. Ni me contestó”.
Yo le pregunté, con la intención de ver qué me decía: “Y… ¿Estás pensando en buscar a otro o nada más se lo dijiste por molestar?”. Marta me dijo: “¡Cómo crees! En mi pueblo, ni quien me tire un lazo. Como casi todos nos conocen a mi esposo y a mí desde niños, pues nadie se anima conmigo. Además, hay muchachas más jóvenes que yo, solteras y sin hijos. Yo, con dos niños y el trabajo, apenas tengo tiempo de nada. Fíjate, hoy mis papás se llevaron a mis hijos a visitar a unos parientes en Michoacán. Es el primer fin de semana que estoy sola en años y mira cómo lo vengo a aprovechar, perdiéndome en la ciudad”. Sentí que éste era el momento indicado para descubrir mi jugada.
“Bueno, no estás perdida. Sabes cómo regresar a tu casa. El problema es que por ahora, no tienes muchas opciones. Respecto a aprovechar que estos días vas a estar sola, pues…, no sé…, también creo que podemos arreglarlo. Igual y no te la pasas tan sola y puedes resolver tu problema del dinero”. Ella me vio con cierta curiosidad y me preguntó: “¿Qué te traes?”. Yo ya no podía echarme para atrás, así que le dije: “Mira, creo que hay una manera de ayudarte. Espero que no te ofendas. Verás, desde el principio llamaste mucho mi atención. Por eso me senté cerca de ti y pues… ya vez, se dio la plática y aquí estamos. Yo estaba pensando que hay una solución, espero que no lo tomes a mal. Yo puedo darte algo de dinero para que regreses a tu casa. Sé que ya es tarde, pero igual y te buscas un hotel para pasar la noche… y mañana te vas a tu pueblo…”.
Marta escuchó y me contestó: “Oye, pero yo creo que después sería difícil pagarte el dinero, además…” Marta se interrumpió, comenzó a sonreírse y dijo: “… ¿Voy a pasar la noche sola o acompañada?”. Ella ya había captado mi intención, así que ahora tenía que ser muy claro y convincente: “Ese es el punto. Es como tú quieras. La verdad, me caíste bien. Conforme hemos platicado, también me gustaste. Quiero ayudarte y se me ocurre que puede ser de esta manera: te invito a cenar, buscamos un hotel dónde pasar la noche y te doy algo de dinero para que mañana puedas viajar a tu pueblo. No me lo tienes que pagar. Claro, si no estás de acuerdo, si te parece que me quiero aprovechar de la situación o no te doy confianza, pues lo entiendo. Sólo me dices que no y te puedes ir. Todavía puedes llamarle a tu primo y pedirle ayuda para regresar a tu casa y yo me voy sin molestarte”. Parece que esto último convenció a Marta, porque cuando terminé de hablar, ella lo pensó unos segundos y dijo: “Esto es muy raro, pero la verdad, me das confianza, te ves muy tranquilo y… pues, me gustó que seas sincero. Pero ¿Qué vamos a hacer?”.
Ya más seguro por su respuesta, le dije: “Si quieres, primero vamos a buscar dónde te quedes. Después te invito a cenar algo y vemos cómo nos ponemos de acuerdo para el resto de la noche. Si en algún momento decides que te quieres quedar sola, pues, con toda confianza me lo dices y tan tranquilos. Yo por lo menos te ofrezco invitarte a cenar, pagarte la habitación para que pases la noche y que mañana veas cómo te organizas para buscar a tu primo o irte a tú casa”. Marta lo pensó unos segundos y respondió: “Bueno, acepto. Tú me dices a dónde vamos”. Nos dirigimos al Metro. Yo pensé que lo mejor era buscar un lugar en el Centro de la ciudad. Allí conocía hoteles discretos y no muy caros. Entre el ajetreo de esas calles, una pareja que entrara a uno de esos hoteles podía pasar más desapercibida. Marta llevaba su bolsa y yo una mochila, así que pareceríamos una pareja que venía a un viaje corto. Además conocía restaurantes y cafeterías cercanos para cenar. Mientras íbamos en el Metro, conversamos de cualquier cosa, que si conocía la ciudad, que hacía cuanto no venía de visita, en fin. Cuando salíamos de la estación, Marta me pidió que nos sentáramos en los escalones de la salida y me dijo algo nerviosa: “Oye, quisiera saber que va a pasar cuando entremos al hotel… este, verás, yo no he estado con otro hombre aparte de mi esposo y desde que se fue…, pues, nada de…, tú me entiendes ¿No?”. “Sí. Te entiendo. Mira podemos entrar, nos instalamos y platicamos un rato o salimos a cenar o podemos jugar un juego que se me está ocurriendo…”. “¿Qué clase de juego?” preguntó Marta. Y respondí: “Puedes hacerme un strip-tease”. Ella rio nerviosa y me dijo: “¿Quieres que haga eso?, ¿En serio?”. Yo le dije: “Si tú quieres. Recuerda que nada es a la fuerza” y ella respondió: “Bueno. Pues vamos”.
Caminamos unas calles y llegamos al hotel que había pensado para hospedarnos. Entramos. Pedí la habitación y tomé la llave. Teníamos que subir dos pisos. Nos dirigimos a las escaleras, que eran algo estrechas. Subimos al segundo piso y caminamos hasta el final del pasillo. Mientras lo recorríamos no pude evitar la tentación de rozar sus nalgas. Estiré mi mano y suavemente acaricié su trasero. Ella dio un pequeño brinco y dijo: “Órale, espérate un poco” y se sonrió, pero no hizo ningún otro gesto de rechazo. Entramos a la habitación. Era pequeña y sencilla pero limpia. Marta caminó hasta el fondo y dejó su bolsa encima de un buró. Yo cerré la puerta y nos miramos por unos segundos sin saber qué hacer. La contemplé con atención. Ella rompió el silencio para decirme que pasaría al baño. Me senté en la orilla de la cama. Cuando salió, ya un poco más tranquila me dijo: “Bueno ya estamos aquí ¿Qué vas a querer hacer?”. Yo le dije: “Pues el juego que te propuse”. Ella abrió los ojos y me dijo: “¿Es en serio lo del strip-tease?”. “Claro”. Le respondí. Marta me dijo: “Pero nunca he hecho algo así, además no hay música y para eso se necesita música ¿No?”. Yo le respondí: “No es necesaria la música y tampoco tienes que bailar. Sólo sigue mis indicaciones: párate frente a mí y ve quitándote la ropa despacio, conforme yo te lo pida”. “Bueno”, dijo ella y dio unos pasos hasta quedar frente a mí. Respiró profundamente, como para tomar valor y dijo: “Estoy lista. Tú dime qué hago”.
Comencé pidiéndole que se quitara la chamarra. Ella bajó el cierre despacio y se la quitó. Dejó al descubierto una camiseta de licra negra con estampado de flores rojas. Puso la chamarra encima de la cama. Le ordené que se quitara sus zapatos. Marta se sentó en la cama, desató las agujetas y se los quitó. Enseguida se quitó sus tobilleras blancas y las colocó junto a su chamarra. Dejó al descubierto sus pies, con las uñas pintadas de esmalte rojo brillante.
Marta se levantó, volvió a pararse frente a mí y preguntó: “¿Qué más me quito?”. “Ahora quítate tú blusa, por favor”. Ella dijo: “Bueno”. Tomó la blusa de la parte inferior y comenzó a levantarla, para sacársela. Después de quitársela, también la puso junto a sus otras prendas. Llevaba un brasier blanco de algodón, muy sencillo, sin adornos ni encajes. Yo la contemplé por unos segundos y después ella me preguntó: “¿Con qué sigo?”. “Ahora tu pantalón, por favor”. Ella se mordió el labio inferior y me miró con atención mientras llevaba sus manos al botón de la prenda. Bajó su mirada, para ver mejor sus movimientos, lo desabotonó y se bajó el cierre. Después, metió sus pulgares en los costados y comenzó a bajárselo despacio. Dejó al descubierto una pantaleta completa rosa claro, con toda la parte frontal de encaje. El resto de la prenda era de algodón. El tipo de la prenda era algo anticuado, pero muy de acuerdo con lo que usaría una señora casada, así que no me sorprendió.
El encaje de la prenda permitía adivinar el triángulo oscuro de su vello púbico. El pantalón también acabó sobre la cama. Ahora Marta ya sólo vestía su brasier blanco y su pantaleta rosa. Era muy delgada. Sus caderas apenas más anchas que su cintura, sus piernas largas y delgadas, sus pechos eran tan pequeños que no alcanzaban a llenar las copas del brasier. Le pedí que diera la vuelta y obedeció. Pude admirar su espalda, que me pareció muy bonita, sin marcas. Sus nalgas eran pequeñas, pero bien paraditas. No pude evitar la tentación de tocarlas y acerqué mi mano para rozarlas suavemente. Marta volteó diciéndome: “Creí que sólo ibas a ver, no a tocar”. “¿Hay algún problema por eso?”, pregunté. Ella dijo: “No. Sólo dame un poco más de tiempo. Esto es muy raro para mí. Nunca lo había hecho y pues, no sé, me siento extraña”.
“No te preocupes, te entiendo. Siéntate y vamos a platicar un poco, para que te vayas acostumbrando a estar así. Debo decirte que la verdad, te ves muy bien. Me parece que estoy viendo un lindo espectáculo”. Ella dijo: “¡Ay! Gracias” y rodeó la cama para acomodarse al otro lado. Se sentó, con la espalda apoyada en la cabecera y las piernas ligeramente flexionadas. Comenzamos a platicar. Le pregunté qué le gustaba hacer: bailar, pasear, leer, en fin. Marta contestó a mis preguntas y de ahí se siguió a platicando. Después de unos minutos ya estaba más relajada. Incluso me pareció que ya no le incomodaba estar frente a mí vestida sólo con su ropa interior. Mientras conversábamos yo seguí admirando cada detalle de ella. Su sonrisa, su cabello rozando sus hombros desnudos, sus pequeños pechos, su vientre casi plano, sin estrías ni marcas, su ombligo, su cadera cubierta por la pantaleta, el triángulo de vello de su sexo, adivinándose a través del encaje, sus largas y delgadas piernas, sus pies con las uñas pintadas de esmalte rojo.
Ella se dio cuenta que la estaba mirando atentamente y me preguntó: “¿Qué hacemos ahora?”. Yo, de momento, dudé. La verdad, había llegado mucho más lejos de lo que hubiera pensado cuando la vi sentada en esa banca de la calle. No me había hecho muchas expectativas y creía que sólo iba a tener una plática y nada más. Sin embargo las cosas habían llegado hasta donde estábamos y decidí avanzar un poco más… Comencé a acariciar su mano izquierda y fui subiendo despacio por su brazo, hasta llegar a su hombro. Lo acaricié con suavidad y después bajé la mano para tocar su seno izquierdo. Lo acaricié por encima de la tela del brasier y después metí mi mano para acariciarlo mejor. Rocé su pezón con mucha suavidad y sentí cómo se endurecía. Marta cerró sus ojos y yo acaricié su otro seno de la misma manera. Después acaricié su abdomen y bajé hasta su cadera. Acaricié sus costados y continué así por sus piernas, sus rodillas hasta sus pies.
Marta seguía recargada contra la cabecera de la cama, con los ojos cerrados. Pensé que había llegado el momento de verla desnuda. Le dije: “¿Porque no te quitas el brasier?”. Marta dijo: “Bueno” y se levantó. Llevó su mano derecha a su espalda para desabrochárselo. Cruzó su brazo izquierdo frente a sus pechos y detuvo con suavidad la caída de la prenda. Después, puso sus manos sobre sus senos, deteniendo el brasier. Bajó las dos manos despacio y dejó que resbalara por sus brazos, mientras me miraba con atención. Enseguida lo arrojó junto al resto de su ropa. Yo quedé fascinado. La sensualidad con que había hecho este movimiento me dejó paralizado. Sus pechos eran pequeños y los pezones ya estaban paraditos. Marta notó el efecto que este movimiento había tenido en mí y me miró con cierta malicia, mientras preguntaba: “¿Qué más hago?”. “Ahora, quítate la pantaleta, por favor”. Marta siguió de pie y comenzó a quitarse la última prenda que vestía. Cuando terminó, también la puso encima de la cama, junto a sus demás prendas. Ahora ya estaba completamente desnuda frente a mí. El vello de su sexo estaba recién recortado, formando un tupido, pequeño y bien delimitado triángulo oscuro.
Yo observé el montón de que Marta había formado con su ropa y pensé que era sorprendente cómo convencerla tan fácilmente de que se la quitara. Después volteé hacia ella, que permanecía parada, con las manos en la cintura y las piernas un poco separadas. Parecía sentirse bien por haber superado el reto de desnudarse frente a mí, un desconocido. La observé de arriba abajo varios segundos y ella dijo: “Bien, ¿Que te parezco? ¿Satisfecho o quieres algo más? Aunque no sé qué más me vas a pedir, ya me desvestí toda…” y dirigió una mirada a su ropa.
Yo la observé todavía unos segundos más y le pedí que se diera la vuelta para ver su espalda y sus nalguitas. Ella obedeció y pude admirarla unos segundos más. Noté que tenía una pequeña marca en su nalga derecha y como si ella hubiera adivinado a dónde estaba viendo, dijo: “Aquí tengo una cicatriz porque me lastimaron de niña cuando me pusieron una inyección” y la tocó con la punta de su dedo índice derecho. Yo le dije: “No te preocupes. Gracias por el Strip tease. Me gustó mucho”. Ella se volteó y me dijo: “No, estuve fatal. Sin música y sin gracia”. “Claro que no”, dije. “Estuviste muy bien. Piensa que apenas hace un par de horas éramos sólo dos desconocidos y mira, tuviste la confianza de hacerlo para mí”. “Si, ¿Verdad?” respondió y añadió mientras se reía: “No tengo remedio. Apenas nos conocimos y ya me quité hasta los calzones ¿Qué vas a pensar de mí?”. “Que eres una mujer decidida. Además me gustaste mucho. Te ves muy bien desnuda.”. “Ah ¿Sí? Pues muchas gracias por el piropo”. Le propuse a Marta que fuéramos a cenar y que después veríamos cómo se daban las cosas. Esto pareció darle más confianza. Comenzó a vestirse y yo la contemplé mientras lo hacía. Una vez que terminó, salimos de la habitación.
Cerca de allí había un pequeño restaurante que ya había visitado antes. Era pequeño y muy sencillo pero preparaban buena comida. Creo que el hecho de no haber intentado convencer a Marta de tener relaciones de inmediato la hizo sentirse más cómoda. Durante la cena la vi más relajada y tranquila. Nuestra plática giró en torno a su vida y su rutina en casa. Yo le hablé un poco de mi trabajo. Casi para terminar la cena, Marta dijo algo que me indicó que las cosas iban saliendo mejor de lo que esperaba: “Quiero pedirte una cosa. Verás, si… pasa…, si hacemos algo, pues no quisiera que al terminar te vayas. No quiero quedarme sola. Es que no soy, este…, no quiero que pienses que estoy buscando sólo el acostón y ya. No quiero sentirme sola o como una…, tú sabes…”. Yo le respondí: “Te entiendo. No te preocupes. No va a pasar nada que no quieras y si estás de acuerdo, pues seguimos hasta donde tú digas”. Pedí la cuenta, pagué y salimos al hotel.
Al entrar a la habitación, Marta pasó al baño y yo aproveché para sacar unos condones de mí mochila. Ella salió cuando los estaba dejando encima del buró. Los vio y me dijo “¿Te vas a quedar toda la noche conmigo?”. “Si tú quieres, sí”. Ella asintió con la cabeza, sonrió y dijo: “Gracias”.
Se sentó en la cama y yo me senté a su lado. Me miró y preguntó: “¿Qué hacemos? ¿Quieres platicar un rato?”. Yo comencé a acariciar suavemente su mano, después subí por su brazo hasta su hombro. Marta no dijo nada. Cerró los ojos y dejó que la acariciara. Le besé el cuello y le di unos leves mordiscos. Ella hizo su cabeza para atrás y suspiró. Yo comencé a bajar el cierre de su chamarra y la abrí. Enseguida comencé a acariciar sus pechos por encima de la blusa. Ella giró su cabeza y me plantó un beso muy intenso. Nos separamos y noté que sus mejillas estaban enrojeciéndose. “¿Tienes calor?”, pregunté. Marta dijo: “Sí. Empiezo a sentir calor”.
Se puso de pie y yo me paré frente a ella. Comencé a quitarle su chamarra y ella me dejó hacerlo. Sólo hizo los movimientos necesarios para ayudarme. En seguida acaricié sus delgados brazos y subí hasta sus hombros. Volví a besarle el cuello y ella suspiró. Me puse detrás de ella y comencé a acariciar su espalda. Después bajé hasta su cintura y pase a sus nalgas. Sentí cómo ella las apretaba en cuanto sintió las caricias, reaccionando a ellas. Dijo muy suavemente: “Sigue acariciándome, por favor”. Yo recorrí el resto de su cuerpo. Todavía estaba vestida, pero no había prisa. Teníamos toda la noche.
Seguí recorriendo el cuerpo de Marta de arriba a abajo por varios minutos. Después le pedí que se sentara en la cama. Me hinqué frente a ella y acaricié sus piernas. Comencé a desatar sus zapatos y se los quité. Seguí con sus tobilleras. Cuando desnudé sus pies, comencé a acariciarlos suavemente, desde las puntas de los dedos hasta los tobillos. Los recorrí por arriba y por las plantas, con suaves movimientos circulares. Ella sólo cerró sus ojos y se dejó acariciar. Después me levanté y me acerqué a ella para quitarle su blusa. En cuanto ella sintió que se la estaba quitando, levantó sus brazos y dejó que se la sacara suavemente. Pude volver a contemplar su sencillo brasier blanco de algodón, que cubría sus pequeños pechos.
La tomé de la mano e hice que se levantara. Me hinqué frente a ella y comencé a acariciar sus caderas y suavemente acaricié su sexo por encima del pantalón. Después le desabotoné el pantalón y comencé a bajar el cierre muy despacio. Marta siguió con su actitud de dejarse quitar la ropa, haciendo sólo los movimientos necesarios para facilitarme la tarea, pero sin tomar la iniciativa de quitarse nada ella misma. Cuando terminé de quitarle el pantalón, tuve frente a mí su vientre, cubierto por la tela de encaje de su pantaleta, a través de la que podía ver el triángulo oscuro de su sexo. Hice que se diera la vuelta y comencé a acariciar sus nalguitas, después la parte posterior de sus muslos. Ella comenzó a gemir muy suavemente y sentí cómo apretaba los músculos de sus piernas. Seguí recorriendo sus piernas de arriba a abajo, su cadera, vientre y nalgas. Después, la hice girar y acaricié suavemente su sexo por encima de la pantaleta con la punta de mis dedos. Marta, hizo un movimiento involuntario y sentí cómo su sexo se contraía suavemente.
Me puse de pie y comencé a recorrer suavemente sus costados y luego sus pechos, que podía abarcar con una mano, por encima del brasier. Con el pulgar y el índice comencé a acariciar sus pezones, por encima de la tela. Ella cerró sus ojos otra vez y yo seguí con el movimiento por unos minutos más. Suavemente tomé sus hombros e hice que girara para darme la espalda, que recorrí con mucha suavidad durante un breve rato. Le desabroché su brasier, bajé los tirantes por sus hombros y suavemente se lo quité. Acaricié y besé su espalda y sus hombros. La hice girar para que quedara frente a mí. Me incliné para rozar sus pezones con la punta de mi lengua. Poco a poco se comenzaron a endurecer y Marta dijo muy suavemente: “Sigue así, por favor”. Continué acariciándolos con mí lengua y luego seguí con sus pechos. Me agaché. Con suavidad tomé los costados de su pantaleta y comencé a bajarla muy despacio. Nuevamente, Marta hizo sólo los movimientos necesarios para ayudarme a quitársela. Una vez que se la quité, la puse con el resto de su ropa, que había ido amontonando encima del buró más cercano. Ahora Marta estaba otra vez completamente desnuda frente a mí.
Ella me dijo: “¿No te vas a poner cómodo?”. “Claro que sí”, respondí y comencé a desvestirme con rapidez. En unos segundos estaba casi desnudo. Sólo me dejé puesta mi trusa. Puse mi ropa encima de la cama. Nos acostamos en la cama y comencé a acariciar y besar su cuerpo desnudo. Lo recorrí de los pies a la cabeza y notaba cómo conforme avanzaba con las caricias, Marta se iba excitando cada vez más. Puse especial atención en la zona de su sexo y sus pechos, donde le hice caricias muy suaves y usé mi lengua para hacerle algunas caricias más delicadas. Sus pezones se sentían muy duros cuando les pasé la punta de mí lengua. Su respiración se hacía cada vez más agitada. Ella suspiraba y emitía suaves gemidos.
Después, con su mano rozó mi miembro, ya totalmente erecto debajo de la trusa y me dijo: “Quítatela, por favor”. Yo obedecí y me desnudé por completo. Me acosté a su lado y tomé un condón de la caja que llevaba. Antes de que me lo pusiera, Marta comenzó a acariciar mi pene. Empezó con la punta y muy suavemente lo recorrió con sus dedos, hasta llegar a la base. Después acarició la zona cubierta de vello y volvió a subir hasta la punta, acariciándolo suavemente con las yemas de sus dedos. Me causó un placer muy grande. Tomó el condón, vio la envoltura y me dijo: “Ah, es de sabor. Pues hay que aprovecharlo ¿No crees?”
Abrió el condón y me lo puso con suavidad. Después comenzó a darle lengüetazos a mi miembro, desde la punta hasta la base. Cuando terminó, mientras con su mano derecha seguía acariciándolo, con su lengua recorrió mi zona pélvica y mis testículos. Luego, con los dedos de su mano acarició el vello de la misma zona. Con estas caricias me provocó un placer enorme. Por la posición en que quedó, Marta puso al alcance de mi mano sus nalgas. Comencé a acariciarlas suavemente, después, comencé a recorrer la zona de su sexo, expuesta gracias a la posición en que estaba. Su sexo se comenzó a humedecer.
Marta reaccionó a las caricias. Me dijo: “Ya puedes metérmela, estoy lista” y se acomodó en la orilla de la cama, en posición de “perrito”. Yo me paré detrás de ella. Al entrar, Marta hizo un gemido suave. Con mis dos manos la tomé de la cadera y comencé a moverme despacio. Ella reaccionó casi de inmediato con más gemidos, primero muy bajitos y después fue subiendo el volumen. Mientras me movía dentro de ella acaricié su espalda y sus nalgas, después me incliné para acariciar sus pechos. La tomé de la cintura y comencé a moverme más rápido. Marta comenzó a gemir más fuerte: “Ay, mmmmhhh, síguele así…”
Habían pasado unos minutos y comenzaba a sentirme a punto de eyacular. Le dije: “Ya no voy a aguantar mucho ¿Cómo vas?”. Ella respondió: “Si quieres, cambiamos de posición”. Yo acepté y me salí. Esperamos unos minutos, en los que aproveché para acariciar otra vez su cuerpo. Acaricié sus piernas, su vientre, su sexo cubierto con el triángulo de vello púbico bien delineado, seguí por sus pechos y comencé a besar sus pezones. Marta dijo: “Entra otra vez, anda, tengo muchas ganas. Acuérdate que llevo un buen rato sin que me atiendan”.
Ella se quedó boca arriba, mientras separaba sus piernas, para que la penetrara en la posición del misionero. Yo me acomodé encima de ella. Nos miramos a los ojos mientras nos acomodábamos. Entré despacio. Marta apretaba muy bien, creo que por lo delgada que era, pero también ayudó que sabía apretar con los músculos de su zona pélvica, pues en unos segundos sentí cómo aumentaba la presión alrededor de mí miembro. Comencé a moverme. Primero muy despacio. Marta me dijo: “Si, así, despacio, por favor”. Subió sus piernas y las apoyó sobre mis hombros.
Marta comenzó a gemir otra vez. Primero muy suavemente, después subió el volumen. Su respiración se hizo más agitada. Yo comencé a moverme más rápido. Era evidente que Marta estaba disfrutando lo que hacía. En su rostro se dibujó una sonrisa que lo decía todo. Ella me dijo: “Vente, ya vente, ya… ¡Ay, ay…!” y unos segundos después, me dejé venir y sentí un placer indescriptible. Me quedé recostado sobre ella. Su respiración estaba todavía agitada y sentía el calor de su cuerpo. Nos cubrimos con la sábana y después de unos minutos me salí de ella y me acosté a su lado: “¿Cómo estuvo?” Pregunté. Ella dijo: “Para ser el primero, bien. Además tenemos la noche para mejorar ¿No?”. “Sí. Tenemos el resto de la noche”. Después de unos minutos nos quedamos dormidos.
Desperté por la necesidad de orinar. Todavía estaba oscuro. Vi mi reloj: eran cerca de las 3:00 de la mañana. Me levanté con cuidado para no despertar a Marta, mi compañera ocasional, que seguía dormida a mí lado, y me dirigí al baño. Después de salir, comencé a levantar mi ropa, que se había caído a los pies de la cama. La dejé encima de una silla. Después noté que la bolsa de Marta estaba encima del buró del lado en que yo dormía. Sentí una gran tentación de revisarla, para ver si encontraba alguna pista de su verdadero nombre, pues para mí estaba claro que me había mentido al respecto, pero decidí volver a la cama.
Marta se acomodó y me dijo medio dormida: “No te vayas, por favor”. “Tranquila, sólo fui al baño, ya estoy de regreso”. Comencé a acariciar su cuerpo, que seguía desnudo bajo la sábana. Ella empezó a reaccionar a mis caricias. Se despertó y comenzó a acariciar mi pene, que en pocos segundos estaba otra vez erecto. Me dijo: “¿Nos echamos otro?”. “Bueno” Respondí. Después encendí la luz y tomé otro condón. Me lo puse y Marta no me dio tiempo de reaccionar: comenzó a acariciar mi miembro, después de unos segundos se montó encima de mí y penetró su sexo con mi pene. Comenzó a subir y bajar, apoyándose en mis hombros. Ahora parecía más excitada. Durante varios minutos estuvo encima de mí, subiendo y bajando. Después, se detuvo y me dijo: “Vamos a cambiar de posición. Ya me cansé. Házmelo de a perrito”. Yo me levanté y dejé que ella se acomodara en la orilla de la cama. En cuanto entré, Marta hizo un gemido suave y ronco. Se notaba que esa posición le gustaba mucho. Yo la tomé por las caderas y comencé el movimiento de entrar y salir.
Después de unos minutos, empujé su espalda hacia abajo, para hacer que ella se pusiera en ángulo y la sensación placentera fuera mayor para ella. Marta reaccionó con unos gemidos más cachondos todavía. Tardé un poco más en venirme, pero mientras, ella fue aumentando sus gemidos: “Mmmmh, síguele, se siente bien… ¡Ay, ay! ¡Sí!...” Cuando por fin, pude venirme, sentí un gran placer. Marta terminó diciendo: ¡Sí, así, así, ah…! Se dejó caer sobre la cama y yo acaricié su espalda y sus nalgas. Nos volvimos a meter en la cama y nos dormimos abrazados. El calor de su cuerpo era muy agradable.
A la mañana siguiente, me desperté por el ruido de las puertas de otras habitaciones. Marta seguía a mi lado. Me levanté y ella reaccionó al movimiento casi de inmediato. Nos dimos los buenos días. Le dije: “¿Cómo estás?”. “Bien”, respondió ella con una sonrisa. “¿Nos damos un baño antes de irnos?”. “Sí, estaría bien”. Marta salió de la cama completamente desnuda. Yo la admiré mientras caminaba por el cuarto hacia el baño. Me seguía gustando su cuerpo delgado, sus pechos pequeños y sus nalgas también pequeñas pero firmes. No podía creer que había tenido tanta suerte y que había conseguido pasar la noche con esta chica, después de haberla conocido y de haber hecho plática con ella por un par de horas. La verdad, las cosas se habían dado de tal forma que esto parecía una fantasía hecha realidad.
Ella notó mi mirada y me dijo: “¿Qué pasa?”. “Nada. Sólo te estoy admirando. Me parece que te ves muy bien así, desnuda”. Ella se sonrió y me dijo: “Gracias ¿Nos damos un baño? Me gustaría que me ayudes a tallarme la espalda. También yo podría ayudarte” y se sonrió con cierta malicia. Entramos al baño. Abrí la regadera y regulé la temperatura. Cuando estuvo tibia me metí bajo el agua. Marta me siguió, tomó un jabón y comenzó a tallarme el pecho y después el resto de mi cuerpo. Me pasó el jabón y me dijo: ¿Me ayudas a enjabonarme? Yo no lo dudé, tomé el jabón y recorrí todo su cuerpo con suavidad. Nos enjuagamos y ella se puso frente a mí. Comenzó a tocar mi miembro, que casi de inmediato se puso erecto. Cerró las llaves y me dijo: “No es bueno desperdiciar el agua”. Se puso de rodillas y enseguida, comenzó a hacerme un muy agradable sexo oral. Me sorprendió un poco, pues no lo esperaba, pero conforme avanzaba, el placer fue aumentando y yo me sentía cada vez más feliz con lo que Marta hacía. Yo intenté acariciar sus hombros y sus senos, pero los movimientos de ella me causaban tanto placer, que no podía coordinar mis manos para acariciarla.
Llegó un momento en que ya no pude contenerme y le dije: “Ya, ya casi me vengo…” Ella se detuvo y me dijo: “Vamos a la cama, a echarnos el último, antes de irnos ¿No?”. Salimos del baño y nos envolvimos con las toallas. Nos secamos rápidamente y comenzamos a tocarnos, le di un beso y ella me correspondió con mucha intensidad, nos tiramos en la cama. Apenas tuve tiempo de ponerme el último condón que me quedaba. Marta tomó mi miembro con su mano derecha y lo dirigió a su sexo, mientras separaba las piernas. Sólo dijo: “Entra ya, por favor”. Yo la penetré con mucha facilidad. Estaba muy mojada. Comencé a moverme dentro de ella, mientras que emitía esos gemidos suaves que tanto me habían gustado. Sólo decía: “Síguele, sigue así, ay…” Después de unos minutos estaba otra vez a punto de eyacular. Sólo alcancé a decir: “Ya casi termino… ¿Cómo vas?”. “Vente, vente, no te detengas”. Con una gran sensación placentera, eyaculé y me dejé caer junto a ella. Nos quedamos así, uno junto al otro durante unos minutos.
Después nos levantamos. Marta se dio un baño rápido. Yo también me di un baño rápido. Salimos y nos comenzamos a vestir. Yo dejé de moverme para poder admirar a Marta mientras volvía a vestirse. Ella se dio cuenta y me dijo: “No me quitas los ojos de encima ¿Qué tanto me ves?”. Yo respondí: “Pues, me gustaste mucho y quiero verte lo más de tiempo posible sin ropa”. “Pues gracias. Pero ya tengo que vestirme. No me puedo quedar todo el día. Acuérdate que no he regresado a mi casa desde ayer. Si no me apuro, mi familia va a regresar antes que yo y se van a dar cuenta que no llegué a dormir”. “Bueno. Tienes razón. Ya es hora de irnos”. Yo también me vestí, pero no aparté mi mirada de ella, admirando todos los detalles que pude de su lencería, conforme fue desapareciendo bajo el resto de su ropa. Antes de salir del cuarto, saqué de mi bolsa la cantidad acordada para ayudar a Marta. Le dije: “Toma, es el dinero que te ofrecí para que te vayas a tu casa. No se si quieras desayunar antes de irte”. Ella se disculpó: “No puedo. Si no me apuro, voy a llegar muy tarde a mi casa. Te prometo que te devuelvo el dinero. Lo voy a tomar como un préstamo”. “¿No recuerdas que te lo había ofrecido sin necesidad de que me lo pagaras?”. “Sí. Pero creo que si te lo pago es mejor. Además, puede ser un buen pretexto para volvernos a ver ¿No crees?”. Eso me pareció una buena señal y le dije: “Está bien, cuando puedas, me lo pagas y aprovechamos para vernos otra vez”.
Intercambiamos teléfonos y dejamos el cuarto. Pasé a entregar la llave a la recepción del hotel y después salimos a la calle. Marta me dijo que tenía que irse pronto: “No te preocupes por acompañarme. Ya se cómo puedo llegar a la estación de autobuses. Antes de tomar mi camión, compraré algo para desayunar, con el dinero que me prestaste. Te prometo que te llamaré en la primera oportunidad que tenga, para vernos otra vez”. Nos despedimos en la entrada del Metro. Marta bajó las escaleras para entrar a la estación y yo caminé un par de calles para tomar un microbús a mi casa. Días después, Marta habló a mi celular, para avisarme que trataría de pagarme antes de fin del mes, pues su esposo estaba a punto de regresar de los Estados Unidos. Desafortunadamente, creo que ella no tuvo oportunidad de volver al D.F. antes de que eso ocurriera, pues ya no me volvió a llamar. No volví a tener noticias de ella y aunque tenía su número de teléfono, preferí no hablarle, para evitarle un problema con su marido, que probablemente ya estaba de regreso.
Durante mucho tiempo permaneció el recuerdo de esa agradable noche con Marta. El hotel donde pasamos esa noche todavía existe. Cuando paso frente él, no puedo evitar que vuelvan a mi memoria los buenos momentos que pasamos allí y cómo, sin proponérmelo, una buena acción de mi parte, fue más que recompensada.
 

gShrek

Bovino maduro
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14 Feb 2010
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Excelente relato. Que lastima que ya nunca mas la volviste a ver.
 

VAKO LOKO

Becerro
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Algo largo pero al fin bueno, espero y te la vuelvas a encontrar para q nos pongas una fotito

Saludos ........
 

Yonas

Becerro
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excelente relato... esos encuentros.. suelen ser muy placenteros
 

iramon

Bovino maduro
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uN MUY BUEN RELATO, ESPERAMOS NO SIGAS PLATICANDO OTRAS DE TUS VIVENCIAS
 

galapagoz

Bovino adicto
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a nadi se les da gusto jeje que si la foto que si largo que si ......... carnal tu relato esta muy fregon gracias por compartilo
 

pastor666

Bovino maduro
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Buen relato camarada. Lástima que ya no volviste a saber de ella. pero algunas veces es mejor así, pues ese recuerdo que vive en tu memoria, de la noche que pasaron juntos, sigue intacto sin ningun otro momento que lo empañe.
 

coom10

Bovino maduro
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ssssss, te la rifaste carnal, es una exelente historia, bien relatada y con gusto de detalles, nos leemos en las siguientes...!!
 

Maximus_Skywalker

Bovino Milenario
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es de esos relatos largos que se hacen cortos con una buena historia. excelente relato. hasta me la imagine! jajajaja

chido bro!
 

abacu_america

Bovino adolescente
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muy buen relato.......largo pero entretenido............exelente hermano....lastima q ya no la puedas ver y lastima q no le pudiste tomar unas fotitos.......
 

nickolmo

Becerro
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Excelentes relatos compañero bakuno. que bien por compartir con la comunidad tus aventuras. No se si hablo por los que comentan aqui, pero esperamos mas de tus relatos.... :metal:
 
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