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De versos a besos (ultima parte, como yo lo viví)

vanellope

Becerro
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http://ba-k.com/threads/3359761-De-versos-a-besos-VI Parte VI (final)

http://ba-k.com/showthread.php?t=3357572 Parte V

http://ba-k.com/showthread.php?t=3355311 Parte IV

http://ba-k.com/showthread.php?t=3351402 Parte III

http://ba-k.com/showthread.php?t=3349352 parte II

http://ba-k.com/showthread.php?t=3347003 parte I







Las reacciones de Damian ante mis letras eran fabulosas, y no nos explicábamos como llevábamos tiempo así, haciéndonos el amor sin haber consumado tan anheladas caricias.

Habían pasado un par de meses y nuestro encuentro siempre se veía retrasado por algún motivo.

Pero el encuentro iba a ser inevitable.

Damian es un buen hombre, es un hombre en toda la extensión de la palabra. Un excelente ser humano. Y me protegía tanto. Siempre me dijo el miedo que tenía de hacerme daño. Siempre me hablo con la verdad. “Liz, aunque quisiera, jamás podría abandonar a mi esposa”. Y tenía sus motivos, más fuertes que cualquier otra cosa en el mundo, motivos que no les contaré porque eso es algo muy nuestro, de Damian y mío.

Me molestaba un poco la forma de protegerme, siempre he sido una mujer muy recia que hace las cosas como las quiere, como le nacen y con mucha determinación.

Para ese punto, yo ya me encontraba más que enamorada, decidida. Y llegué a pensar: “que se caiga el mundo a pedazos, porque voy a correr el riesgo”. Porque él lo vale. Es un hombre por el que cualquier mujer se tomaría el riesgo. (Insisto, no sé por qué su esposa no era capaz de verlo).

Su protección hacía mí (que era sincera preocupación) me resultaba en ocasiones ofensiva (y eso era más por mi manera de ser, que por lo que él hacía). Me sentía como la niña boba enamorada de su profesor. Pero yo sabía que mi sentimiento era recíproco. Sabía que no era la única enamorada en el juego. Sabía que él, a veces, trataba de alejarme para protegerme. Pero terminábamos siempre soñando juntos. Porque el cariño y el deseo nos sobrepasaba.

Y además, como dije ya, soy una mujer determinada. Y NECESITABA verlo. No me importaba si no me hacía el amor, si no me tocaba siquiera. Necesitaba verlo aunque fuera una sola vez para poder reflejarme en sus ojos y poder decirle muchas cosas sin necesidad de hablar. Y así lo hice.

Como les conté ya, y como se habrán podido dar cuenta, soy una mujer plena de mi sexualidad.

Cuando Damian y yo quedamos en vernos. Le propuse algo a lo que primero se negó, pero de lo que pude convencerlo.

“Quiero verte en un hotel. Quiero que cuando yo llegué tu ya estés ahí, en nuestra habitación” le dije.

Como el caballero que es, se negó, argumentando que eso le parecía un poco (un demasiado pensaba él debido a su reacción) patán de su parte. Pero como le explique más tarde, era algo que deseaba, además de que no podría con los nervios de tener que caminar acompañada de él entrando en un hotel cuando era la primera vez que nos veíamos.

Planeamos el encuentro (pidiendo al cielo que nada lo impidiera esta vez), y varios días antes, nos platicamos todo lo que sucedería, lo que queríamos, lo que esperábamos…

Pero dicen por ahí: “Si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes”.

Y las cosas se dieron totalmente diferentes.

Aquella mañana me desperté ansiosa (casi no dormí la noche anterior pensando en que por fin conocería al dueño de mis besos).

Me metí a bañar, me depile TODO el cuerpo. Me alacié el cabello (tardando horas debido a mi abundante cabellera), me maquille, me puse crema en cada rincón de mi cuerpo, y me vestí.

Llevaba la ropa interior negra, unos jeans entubados, una blusa negra que de frente tenía un pequeño escote y en la parte de atrás un escote totalmente abierto que dejaba mi espalda casi al descubierto, y encima me puse una camisa negra que tapaba aquel escote y que me cubría del frío que hacía en la ciudad.

Llevaba puestas unas botas sobre los pantalones. Me había pintado las uñas de las manos y los pies de un color rojizo.

Entonces me llamo. “Liz, acaba de pasar algo…”

“Ya sabía yo que algo pasaría”, pensé.

Una vez más nuestro encuentro tenía que posponerse. Y eso me hizo sentir frustrada, “vestida y alborotada” me dije mientras trate de reírme de la situación.

Y como suele suceder en esta vida (o tal vez solo me suceda a mi), mi día comenzó a empeorar.

El taxi que tome para irme a la universidad (porque se me hacía tardísimo) chocó, llegue tarde a mi clase (y me lleve una buena llamada de atención por eso), entre algunas otras cosas.

La universidad donde estudio tiene una red inalámbrica pésima. Siempre nos quejamos porque el internet nunca sirve.
Pero ese día mi lap se conectó a una red (que jamás había visto) y como ya estaba de malas, entre a pendejear por la red, mientras mi maestro daba la clase a la que no puse la menor atención.

Entonces Damian se conectó. Me explico las razones de por qué no había podido verme y me pidió disculpas más de 10 veces (algo muy característico de él).

Pero mientras él se ocupada de pedirme disculpas, mi cabeza ya tenía un plan perfectamente estructurado.

“Damian, dime cuantas ganas tienes de verme”.

“Demasiadas Liz, pero no hay mucho que pueda hacer ahora, ya sabes cómo son las ondas de la oficina y no me podré safar más temprano”

Yo sabía que su trabajo quedaba bastante lejos de donde yo estaba, y mucho más de donde yo vivía, pero mi decisión ya estaba tomada.

“No te preocupes, si tus ganas de verme son tan grandes como las mías, nos veremos entonces. Cuando salgas de la oficina, estaré ahí afuera esperándote” le dije con una determinación que hasta a mi me sorprendió.

A pesar de que él estaba tan preocupado por mí (por tener que andar “solita” por la calle), le dije que para mí, la decisión ya estaba tomada, y que no podía vivir un día más sin poder ver que era real, que existía, no podía estar un día más sin sus besos, sin ver sus labios y esos brazos que me aniquilaban.

Así que quedamos en eso. Si él no podía venir a buscarme, iría yo a su encuentro (porque ese juego del gato y el ratón ya me estaba desesperando).

Y así pasaron las 5 horas más largas de mi existir.

Estaba hecha un nudo de emociones. Tenía nervios, miedo, ansiedad, emoción, mucha alegría.
Cuando las horas transcurrieron, fue el momento de partir.

Me subí a un autobús que me llevaría al metro. Y así tarde horas en llegar (ésta ciudad es un completo caos).

Mientras el autobús avanzaba, no podía dejar de juguetear con mis manos, ya me empezaba a doler el labio inferior debido a esa manía de morderme cada vez que me encuentro nerviosa. Miraba a mí alrededor.

Damian me llamó varias veces, preguntándome si todo estaba bien, si no me había pasado nada. Y eso me hacía sonreír.

Cuando al fin llegué a aquella estación del metro, me llamó una vez más. “Liz, ya es tarde, iré por ti al metro, porque la oficina ya cerró. Cuando te bajes del metro, estaré esperándote ahí”. Sus palabras causaron conmoción en mí. Estaba a tan solo un par de minutos de encontrarme con aquel hombre que había estado esperando durante toda mi existencia.

Cuando entre a la estación del metro, mis piernas ya no me respondían correctamente. Tenía los nervios de punta, las manos comenzaron a sudarme, mi pulso cardiaco iba cada vez más en aumento.

Subí al metro y me sorprendió un mareo que no podía controlar. En verdad sentía que estaba a punto de desvanecerme.

Pasaron un par de estaciones y el metro se detuvo. Se abrieron las puertas y pensé “No me voy a bajar. Me seguiré a la próxima estación y me regresaré a mi casa. Esto es absurdo”. Pero entonces mi yo interno (que resulta ser una cabrona que me grita y me pone en mi lugar a cada instante) me dijo: “¡Vamos Liz! ¡No seas maricona! Esto es lo que has estado esperando desde hace tanto, ¡muévete!”.

Cuando la alarma del metro que indica que las puertas están por cerrarse sonó, me bajé aprisa del vagón.

Había demasiada gente. Pero cuando busque con la mirada lo vi ahí. Y me recargué detrás de una columna, donde el no pudiera verme. Respire profundo, muchas veces. Trate de disimular mis nervios, me paré de manera erguida y avance sobre el andén.

Ahí estaba Damian. Parado en una esquina. Con una actitud arrolladora, una seguridad impresionante. No mostraba señales de nervio (si los sentía, lo supe mucho después).

Era más alto que yo, moreno de fuego, de una complexión robusta, un cuerpo casi atlético.

Nuestras miradas se cruzaron al instante. Al mirarnos, no pude evitar sonreír, con una sonrisa tan radiante, que apuesto que pude haber iluminado la estación entera; mis labios iban pintados de un color rojo carmín; y aquella sonrisa fue una sonrisa sincera, enorme, una sonrisa que según supe después, le iluminó la vida a Damian.

Me acerqué (creo que lentamente), mis piernas apenas me respondían. Al estar frente a frente me abrazó, de una manera tan dulce, tan desesperada, tan ansiosa… su nariz se acercó a mi cuello, y me inhalo de un solo golpe. Su respiración lenta y profunda me recorrió todo el cuello, provocándome el escalofrío más sensual que he sentido en toda mi vida.

Aún sin hablar, Damian me aparto un poco y me miró completamente, esa mirada me atravesó hasta el alma.

Levanto mi cara, beso mis labios rojos, carnosos, bien delimitados, con un beso fugaz, lento, tierno, deseado. Un beso que duró apenas un par de segundos.

Entonces fue él el primero en hablar: “no sabes cuánto tiempo esperé a que entraras en mi vida princesa”. Esas palabras, me atravesaron el corazón, me hirvieron la sangre, me dieron de lleno en el alma.

“¿Nos vamos?” Apenas pude contestar, y solo moví la cabeza en señal de afirmación.

Damian me quito la mochila y eso me provoco una sonrisa, hacía años que nadie me cargaba la mochila.

Tomamos un taxi que nos dejo a unos cuantos pasos de un hotel.

Mientras el taxi avanzaba, apenas y dijimos un par de palabras. No había mucho que decir. Esa primera mirada, ese primer beso, dijo mucho más que mil palabras.

Al llegar al hotel me sentía nerviosa, ansiosa. Era un hotelito pequeño, modesto, pero lindo. Realmente eso salía sobrando, podía haber sido cualquier lugar, y no hubiese importado. Eran las caricias y los besos los que harían de aquella tarde algo inolvidable, no el lugar donde nos encontráramos.

Al entrar a la habitación casi tropiezo, y pensé “que tonta Liz, ¡compórtate!”.

Entre directo al baño, me tomé un respiro.

Al salir lo encontré ahí parado, mirándome fijamente. Pensé en lo bien que se veía, en lo mucho que la imagen iluminaba mi vista.

Nos quedamos así unos minutos, lejos el uno del otro, sin hablar, diciéndonos todo y nada con la mirada.

Damian se acerco a mí, sigiloso, cautivante, decidido, seguro, lento.

Al tenerme cerca, aspiro mi aroma y me beso los labios, un beso tan anhelado, un beso que comenzó lento, y que poco a poco dio paso a la pasión, nuestras lenguas se encontraron, lucharon, podía sentir con mi lengua cada espacio de su boca, su paladar. Me retiré un poco para poder morder sus labios de manera suave, pero sensual.

Generalmente el primer beso entre dos personas es raro. Uno tarda en acostumbrarse o acoplarse a los labios de otra persona. Pero… ¿nosotros? era como si nos besáramos desde hace tanto. Fue una conexión que se dio natural, inmediata, tan extraña.
El aroma de su aliento era un aroma que no conocía, el sabor de su saliva es inexplicable, era un sabor dulzón que me dejo un cosquilleo en los labios.

Sentía que me desvanecería en cualquier momento. Y entonces me abrazó, tan fuerte; estrujo mis pechos en aquel abrazo, y yo pude sentir la dureza de su sexo sobre la ropa. Al momento de abrazarnos, el olor característico de aquel hombre me golpeó la nariz, y me produjo una sensación de sopor, embriagándome lentamente.

-No sé qué decir, los nervios me están matando- le dije mientras jugueteaba con mis manos.

Se acercó a mí con una sonrisa comprensiva.

-Siéntate mi amor, no voy a hacerte nada, nada que no te guste- sus ojos brillaron con un chispazo de malicia y sensualidad que me aniquilaron.

Me senté sobre la cama, y respiré un par de veces. Hasta ese momento me sentí sumisa, me sentía nerviosa, presa de aquella mirada que me hipnotizaba.

Mientras me encontraba sentada, me pidió disculpas (algo totalmente predecible en él) y se despojo de la camisa, argumentando que podía mancharla de maquillaje o dejar mí penetrante perfume sobre aquella prenda.
“Yo la hubiera arrancado” pensé con un poco de decepción, pero como no había podido moverme debido a mi nerviosismo, no me era posible recriminarle tal atrevimiento.

Entonces se acerco a mí, y yo me levante para poder besarlo una vez más.

Dimos una vuelta lentamente y fue él quien se sentó sobre aquella cama, que estaba ansiosa por ser recorrida e invadida por nosotros.

Quede de pie frente a él, me incliné para besar su labios (en verdad no podía parar de besarlo, ese aliento me había idiotizado, y ahora me sentía absolutamente adicta de sus labios). Entonces de manera sutil, más no torpe, me despojó de la camisa negra que cubría aquel escote. Cuando subió sus manos por mi espalda, se dio cuenta de que estaba semidesnuda por detrás, provocándole un suspiro digno de cualquier enamorado.

Con un movimiento ágil, desabrocho mi brassiere y me despojó de él. Trato de quitarme la blusa, pero eso despertó algo en mí.
Lentamente aparte sus manos de mi espalda, impidiéndole deshacerse de la blusa que cubría aquellos pezones que se encontraban firmes y anhelantes.

Levante a Damian lentamente y comencé a besarlo de manera apasionada, mientras (sin que él se diera cuenta) lo encaminé hacia aquel pequeño tocador que se encontraba frente a nosotros.

Cuando lo tuve totalmente de espaldas a aquel espejo que flotaba sobre el tocador, comencé a besar su cuello, llevando la punta de mi lengua desde el lóbulo de su oído hasta sus clavículas, pasando de un lado a otro.

Mi respiración era rápida y mis movimientos atinados. Quería llevarlo al punto en donde penetrarme no fuera un deseo, sino una necesidad.

Poco a poco baje mis labios a su pecho, lamiendo lentamente aquel vello que lo adornaba, dándole una imagen más que varonil.

Mordí sus pezones de manera firme, pero no violenta. Para mi pesar, tenía que disfrutar de aquel cuerpo sin dejar rastro de mi paso por él. No podía levantar sospechas de su esposa.

Me despegué un poco de aquel cuerpo para poder admirarlo.

Damian era un definitiva una delicia de hombre, una exquisitez en su totalidad.

Más alto que yo, de piel morena y tostada, un abdomen, que si bien no estaba marcado, era atlético. Sus brazos (¡sus brazos!) eran fuertes, gruesos, musculosos, deliciosos.

El pecho era firme, torneado. Desde aquel pecho comenzaba una línea de abundante vello que bajaba por su abdomen de manera fina hasta juntarlo con el vello púbico (eso lo supe cuando lo tuve completamente desnudo); sus piernas eran fuertes, gruesas, carnosas.

¡Y sus manos! Eran unos dedos largos, como de pianista, y suaves, raro en un hombre, eran tan suaves como la seda. A pesar de ser un músico de corazón, sus manos no tenían ningún rastro que suele dejar el uso constante de algún instrumento musical.

Baje lentamente desde su pecho hasta su abdomen, mordisquee juguetonamente sus caderas. Para ese entonces, Damian se retorcía debido a las sensaciones que mi lengua y mis dientes causaban en él.

Quiso mover sus manos para tocarme, para acariciarme la cara, para enredarse en mi cabello, pero no se lo permití. Con un movimiento firme, aparte sus manos de mi y las recargué sobre aquel tocador. Levante la mirada con decisión y le dije en un tono de voz casi inaudible “las manos no, no puedes tocarme hasta que yo te lo permita”. Eso pareció excitarlo aún más y asintió con la cabeza, sin decir nada.

Lentamente me hinque sobre ambas rodillas, y acaricie su espalda lentamente, dando pequeños arañazos que no causaban dolor, sino más bien un cosquilleo. Acerque mi cara a su sexo sobre la ropa y aspire aquel aroma que me produjo una explosión de endorfinas.

Con las dos manos desabroche aquel pantalón (que para mi disgusto, llevaba un broche en vez de botón), y baje lentamente el zipper con los dientes.

Deslice el pantalón hacía abajo con ambas manos, sin dejar de tocar cada centímetro de aquellas piernas que se encontraban tensas. Me deshice en su totalidad de aquel pantalón, de sus zapatos, y sus calcetines (odio los calcetines a la hora del sexo).

Lo tenía ahí casi desnudo ante mí. Su ropa interior tendría que esperar un poco más.

Bese cada centímetro de sus pies, sus pantorrillas, sus muslos carnosos, acerque mi nariz a su sexo por encima de la trusa que llevaba puesta, volví a morder sus caderas, a lamer su abdomen, introduje mi lengua a su ombligo, mordí una vez más sus pezones y me acerque para darle un beso antes de volver a ponerme en cuclillas.

-Liz no poder tocarte es una tortura deliciosa-. Sonreí maliciosamente.

El poder que sentía sobre él era de más de excitante. Tenerlo ahí, tan mío, tan sumiso, y desnudo, mientras yo seguía vestida era una ventaja sobre él, y eso me excitaba demasiado. Por debajo de los jeans y de mi ropa interior, podía sentir esa humedad a todo lo que daba.

Una vez más me recargue sobre mis rodillas y comencé a rozar su sexo por encima de la ropa interior, hasta que los roces se volvieron caricias totales.

Aquel miembro debajo de la ropa interior era simplemente magnifico.

Era una verga gruesa, deliciosa.

En ese mismo instante baje de un solo golpe aquella trusa, dejando aquel delicioso pene frente a mí, contoneándose de una manera de más incitante.

Al tomar aquella delicia entre mis manos, que son muy pequeñas, no pude evitar sentir el palpitar de ésta. Era como si el corazón de Damian se encontrara en su pene, bombeando con gran fuerza toda la sangre contenida en aquel cuerpo.

Entonces comencé por besar su vientre, baje suavemente hasta poder morder su inglés, lo que provoco que mi nariz rozara suavemente aquel par de testículos de gran tamaño que colgaban siendo espectadores de aquel primer encuentro.

Tome aquella exquisitez con mis manos y acaricié mi rostro con aquel delicioso pene. Su textura era suave, pero estaba firme, y palpitante, y yo sabía que era por mí. Acaricié mis mejillas, mi nariz, hasta llegar a mis labios.

Roce aquel miembro con mis labios, sin abrirlos, y poco a poco comencé a dar pequeños besos por toda la longitud de aquel manjar. Eran besos que iban desde la punta del glande, hasta la unión de aquel falo con el abdomen.

Damian no dejaba de respirar cada vez más fuerte, más rápido, con mayor desesperación. Al abrir mis ojos y alzar la mirada, pude verlo firmemente a los ojos, donde suplicaba silenciosamente.

Parecía que el tocador se iba a partir a la mitad debido a la fuerza con la que Damian lo apretaba para controlar su impulso de tocarme, de aventarme hacía aquella cama. Sus brazos fuertes se encontraban en tensión total, sus venas habían adquirido un grosor impresionante, sus manos se encontraban aferradas a aquel tocador como si éste fuera a derrumbarse.

Después de haber propinado aquellos besos dulces sobre aquel falo, saque la punta de mi lengua y comencé a acariciar y lamer sin piedad alguna, de vez en vez miraba hacia arriba, para comprobar que mi amante estaba disfrutando de aquella experiencia.

Un temblor en aquellas firmes piernas comenzó a hacerse presente, y entonces abrí la boca de manera que pudiera penetrar mi cavidad oral.

La sensación de su verga frotando mi lengua era deliciosa, podía sentir como entraba de lleno hasta tocar mi garganta (tuve que respirar profundo por la nariz un par de veces, para evitar arcadas que me hicieran detenerme). Sin poder contenerse más, Damian enredó sus manos entre mi cabello, alborotándolo y controlando mis movimientos. Mientras le estaba regalando aquel sexo oral, mis manos no podían quedarse quietas, trataba de tocarlo todo con desesperación. Sus piernas, sus nalgas, su abdomen, incluso trate te tocar aquellos pezones que sabía que esperaban mis caricias, lo cual fue dificilísimo, debido a su altura y mis brazos no tan largos.

Si tuviera que describir su sabor no podría porque no tiene comparación, pero, (que cursi soy), Damian sabía a gloria, a deseo, a pasión, a anhelo, sabía a amor puro, a miel amarga que quemaba mi garganta, a sueños, a… sabía a lo que siempre había querido probar. Tenía un sabor tan agridulce, un sabor tan especial, que aún después de varios días, ese sabor continuó impregnado en mis labios, en mi lengua. Sabía a saciedad.

Después de varios minutos de acariciar con mi lengua aquel maravilloso pene, me detuve completamente.

-¡Date la vuelta!- mis palabras sonaban firmes, era totalmente una orden.
-Pero, liz…- Damian sonaba dudoso, podría decir que había un dejo de temor en su voz.
-¡Que te des la vuelta dije!- Tener el control de la situación me hacía sentir la reina del mundo. Me sentí invencible, capaz de cualquier cosa.

Lentamente mi amante se dio la vuelta, aún dudoso de lo que podría hacer, y eso me causo ternura, el cazador había resultado cazado (y casado también).
Recorrí mi lengua por detrás de sus piernas, deteniéndome justo detrás de sus rodillas, lo que provocó en él un sobresalto.
Bese la parte posterior de sus muslos. Mordí aquellas nalgas redondas, firmes, carnosas y deliciosas.
Con la punta de la lengua acaricié su espalda, recorriendo desde su coxis hasta su nuca en un movimiento constante y firme.

Acerqué mis labios a su oído y le dije suavemente “te quiero Damian”.
El tenía los ojos cerrados, mientras con las manos acariciaba su firme pecho.
-Abre los ojos mi amor- le dije tiernamente.
Esa escena, esa precisa escena la llevó tatuada en lo más profundo de mí ser. Cuando Damian abrió los ojos, se encontró con nuestro reflejo, el parado de frente ante aquel espejo, y detrás de él se asomaban mis ojos grandes, cafés, profundos. Solo se alcanzaban a ver mis ojos (debido a que soy más bajita que él). Llevaba los ojos maquillados de negro, difuminados, con las pestañas perfectamente rizadas y espesas debido al rimmel. Esa escena para mi duro una eternidad.

Lentamente dio la vuelta y me beso con tanta pasión, con tanto deseo que sentí que ese beso me robaba el alma.
Pero esa lucha de egos no terminaba ahí. Me tomo firmemente de los hombros y con un mágico movimiento me dio la vuelta. Ahora yo quedaba frente al espejo y el detrás de mí.

Se deshizo de mi blusa rápidamente, beso mi espalda. Mi piel se erizó en un instante. Mis pechos, grandes, redondos y firmes cayeron alegremente víctimas de la gravedad. Fue bajando lentamente por toda mi espalda, hasta llegar a mi pantalón, desabotonándolo de un solo golpe. Deslizo sus suaves manos bajo mi pantalón para encontrarse con aquella inminente humedad debajo de mi ropa interior.

Me quito los zapatos de una manera tierna y dulce, me bajo los pantalones hasta deshacerse de ellos.

Amaso mis nalgas que se encontraban deseosas, vibrando de deseo de ser tocadas por aquellas mágicas manos.

Volvió a darme la vuelta y me besó una vez más.

-Te quiero Liz, mi Liz,- Cada te quiero resonó en mi corazón.

Me condujo hasta la cama. Sus movimientos eran suaves, parecía que fuera yo de cristal, era como si Damian temiera que pudiera romperme, como si me fuera a desvanecer de sus manos.

-No puedo creer que seas real, que estés aquí- me decía suavemente mientras me recostaba sobre la cama.

Mi ropa interior se deslizó por mis piernas en un movimiento hábil.

Damian recorrió con sus labios y su lengua mis piernas carnosas, largas, morenas.

Beso mis pies y mordió uno de mis deditos. Y eso me hizo explotar.

Lentamente fue deslizándose por cada rincón. Mordió mi vientre, subió por mi ombligo, lamiendo cada parte de mi ser.
Al llegar a mis pechos, sonrío al encontrarse de aquel lunar tan descrito, un lunar pequeñito que adornaba mi seno derecho.

Introdujo mi erecto pezón en sus labios, mordiéndolo suavemente, mientras con la otra mano acariciaba mi otro pecho.
Succionaba mis pechos como si estuviera hambriento, como si yo tuviera el alimento que le salvaría la vida. Lamia, estrujaba, mordía, mamaba, subía y bajaba.

Poco a poco bajo de nuevo a mi vientre, hasta llegar a mi sexo. Aspiro mi aroma de mujer un par de veces y entonces mordió mis labios vaginales de una manera deliciosamente dulce.

Y entonces sin pensarlo dos veces, introdujo su lengua en mi ser, provocándome una sensación indescriptible.

Abrí las piernas de manera automática para facilitarle la entrada a mi muy húmeda vagina. Besaba mi sexo como si se tratara de mi boca. Empujaba su lengua contra mi clítoris de manera furtiva, lamia como si se tratara de un dulce que quisiera devorar.

Mis manos se retorcían en aquellas sábanas blancas. Movía la cabeza de un lado a otro, mi respiración era agitada, mis pechos subían y bajaban con violencia debido a aquel ataque a mi sexo. Los dedos de mis pies se tensaban con cada movimiento, mi labio inferior estaba a punto de sangrar debido a que no podía parar de morderlo.

Me entregué totalmente a aquella sensación, mis gemidos cada vez eran más audibles.

Mis piernas comenzaron a temblar.

Sentía mis fluidos emanar de mi vagina, mientras él los absorbía todos, saboreándolos. Alce la mirada y me encontré con sus ojos clavados en mí. Le divertía ahora ser él el domador y yo simplemente su esclava sumisa.

Era mi dueño. Dependía totalmente de él. Sentía que si se detenía mi vida acabaría en un instante.

Los franceses le llaman al orgasmo “Le petit morte”, y en esos momentos me sentía precisamente así. La vista se nublaba, la mente estaba en blanco. Podría haberme pedido lo que fuera en ese momento, porque yo le pertenecía, y con tal de seguir sintiendo aquella lengua deliciosa sobre mi sexo, hubiera dado la vida entera.

Fue entonces cuando Damian se detuvo, y subió por mi cuerpo, besando, lamiendo, mordiendo, jadeando.

Me beso una vez más de manera violenta y apasionada, y yo pensaba “si no me coges ahora mismo, me voy a morir”.

Entonces lo hizo.

Sentir la penetración por primera vez fue la gloria misma. Su gruesa y exquisita verga me atravesó de un solo golpe. Pude sentir como mis músculos vaginales se contrajeron al recibir semejante embestida.

Nuestros sexos encajaban a la perfección. Mi vagina lo recibió gustosa, anhelante, desesperada. Los movimientos tenían una perfecta sincronía, sentía como me llenaba con cada penetración.

Tomo mis tobillos y los recargó sobre sus hombros. Y la penetración se sintió muchísimo más profunda. El sonido de mis muslos contra su pecho, sus respiraciones agitadas y mis gemidos (que estaban a punto de convertirse en gritos) eran la melodía perfecta para mis oídos.

Entraba, salía, y yo sentía a cada momento que no podía más.

Baje mis piernas de sus hombros y con todas las fuerzas que mi cuerpo me dio, le di la vuelta, quedando yo sobre él, sentada sobre esa deliciosísima verga. Trate de moverme lo más deliciosamente posible. Subí, baje, hacia adelante, hacia atrás. Mis pechos se movían a compás de mis movimientos.

Lo miré detenidamente mientras seguía penetrándome desde debajo de mi. Lo miraba y pensaba “cuanto te amo”. No hablé, no dije nada; eran mis movimientos y mi mirada fija en él. Y eso lo sonrojó, y me hizo sonreír.

Damian me empujo levemente y quede acostada boca abajo, sumisa y presa de sus deseos. Tome una almohada y la coloque debajo de mi vientre. Y me penetro, tan profundamente, tan deliciosamente. Sentir su verga entrar y salir una y otra vez, la humedad de mi ser, los movimientos violentos, mis nalgas chocando contras sus muslos… y sus manos sobre mi espalda fue delicioso.

Entonces Damian se detuvo, se paro y se sentó sobre un banquito que estaba ahí.

“Siéntate aquí amor”. Yo, obediente y sumisa hice caso de su petición, lo bese rápidamente y dándole la espalda me senté sobre él. Sentir su miembro penetrarme en esa posición fue la muerte. Sentía que me atravesaría en cualquier instante. Mis movimientos se volvieron rápidos, subir, bajar… y sentir sus manos sobre mis pechos, estrujándolos a cada momento era excitantemente perfecto.

“amor, ¿podrías recostarte sobre la cama?”

Sin hablar, me pare de aquella verga dura como una piedra y recosté la mitad de mi cuerpo sobre la cama, quedando mis piernas estiradas y los pies sobre el piso.

Damian se acercó a mí y me tomo por las caderas, penetrándome de un solo golpe. Fue perfecto, sentirme ahí, sumisa, poseída, arremetida, fue perfecto.

Me tomo por los cabellos, controlando la profundidad de su penetración. Puso mis manos sobre mi espalda y me sometió a su antojo.

Yo solo podía gemir, gritar. Mi cuerpo se estremecía, el sudor era exagerado.

Senti sus dedos juguetear en mi ano, y eso me excito de una manera impresionante. Estaba a punto de llegar al orgasmo cuando saco su pene de mí ser y lo introdujo de golpe en mi ano.

Los ojos me lagrimearon, el dolor fue seco, sentí que me partiría en dos. Con sus propias piernas, Damian abrió un poco más las mías, y con sus ágiles manos comenzó a frotar mi clítoris mientras seguía penetrándome analmente. Eso para mi fue la gloria.

Las piernas no me respondían, se doblaban y sentí el delicioso orgasmo invadirme el cuerpo, el alma, mi ser entero.

Mis manos se retorcieron, estrujando aquellas sábanas blancas. Grite fuertemente y tuve que ahogar mis sonidos de mujer contra la almohada, porque en verdad pensaba que me escucharían en toda la ciudad.

Al relajar un poco los músculos después del tan anhelado orgasmo, Damian se separo de mi, y me acarició la espalda.

Pero sabía que el aún no terminaba. Así que lo senté sobre la cama y comencé a hacerle una mamada digna de dioses. Mi lengua caprichosa se esmero en hacer que llegara al orgasmo.

Saque esa deliciosa verga de mi boca y la apretuje entre mis dos pechos, tome las manos de Damian y las puse en cada uno, para que fuera él quien controlara los movimientos de aquella “rusa”.

Pero aquel hombre parecía insaciable, pensé que no habría poder humano que lo hiciera eyacular. Así que se volvió un reto para mi.

Parado, comenzó a masturbarse, lo que no permití, porque volví a arremeter con mi lengua aquel delicioso miembro. Después de un rato, deje que Damian controlara sus propios movimientos y se masturbo sin pudor alguno frente a mi rostro.

Unas gotas de semen emanaron de su ser, cayendo sobre mi frente y mis mejillas, el calor de este era delicioso.

Damian me pidió pellizcar sus pezones mientras seguía con aquella deliciosa chaqueta. Lo hice con cuidado, pero él me dijo “más fuerte amor, sin piedad”.

Cuando mis caricias fueron violentas, vi en el rostro de aquel hombre que amaba que el orgasmo estaba por llegar, así que introduje aquella verga a mi boca y absorbí aquel delicioso líquido vital que me supo a gloria.

Su sabor era, exquisito. Era un sabor agridulce en la boca, un sabor que impregna los labios, la lengua, la garganta. Su semen era de las cosas más exquisitas que había probado en la vida.

Sentir sus piernas doblándose, sus pupilas dilatadas, su orgasmo ahí mismo fue perfecto. Es lo mejor que he vivido.

Terminamos de hacer el amor de aquella maravillosa manera, la entrega a aquel hombre que amaba era muchísimo mejor de lo que pude haber imaginado.

El silencio. Aquel silencio que decía todo sin tener que emitir una palabra. Podría quedarme ahí toda una vida.

Me senté sobre la cama y deje que recargara su cabeza en mis piernas mientras acariciaba su cabello. Tratamos de resumir una vida de ausencia en minutos que parecían avanzar a la velocidad de la luz.

Damian se recostó sobre la cama, desnudo y yo me escurri entre sus piernas, quedándome recostada con la cabeza recargada en su abdomen. Tomo mis cabellos y los enredo entre sus manos.

Los “te quiero” que en realidad querían decir “te amo” volaron una y otra vez.

Pero el tiempo corría.

Damian se levanto de la cama. “Me tengo que bañar amor, no puedo llegar a mi casa oliendo así” me dijo con un semblante de absoluta tristeza.

“Amor, báñate tu, yo quiero llevare tu aroma, quiero que cuando duerma en mi cama, sea capaz de olerte y soñar que duermes a mi lado”.

Damian se metió a bañar, mientras yo lo mirada de pie, recargada en el filo de la puerta de aquel baño. Ver a ese hombre con toda su virilidad bajo el agua fue perfecto. El vapor del agua perfumo toda la habitación con nuestro aroma. Era un aroma exquisitamente delicioso.

Al salir de aquel lugar supe que ya le pertenecía toda, que de ese momento en adelante seria suya (no sabía cuánto tiempo, pero era suya).

No puedo decir que este sea el final de la historia, porque fue apenas el comienzo de muchas cosas…

Hoy puedo decirles que me siento en el mejor estado en el que se pueda encontrar cualquier ser humano. ESTOY ENAMORADA.

Lo amo profundamente, lo amo con todas mis fuerzas, mis ganas, con todo mí ser.

Y soy una mujer paciente. Espero con ansias el momento de entregarle mi amor por completo una vez más. De dormir una noche entre sus brazos, de besarlo con pasión, con mucho anhelo.

¡Y que sea lo que tenga que ser!

Este amor es tan inesperado, tan delicioso, tan puro, tan apasionado, que es inevitable no vivirlo, no aprehenderlo en el corazón. Lo amaré con cada parte de mi ser y de mi alma hasta que… no se que pasará.

Gracias amor mio, por haberte convertido en el motor de mi vida y en el alimento de mi corazón.

Amarte… amarte es un placer.
 

lucy13

Bovino adolescente
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Muy buena historia y mas hermosa aun por el amor que dicen las letras, suerte es todo
lo que me queda por decir, felicidades por este amor
 

pastor666

Bovino maduro
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Perfecto!!!, una verdadera historia de amor que ha logrado ser consumada, les deseo toda la suerte del mundo, que siempre exista ese amor tan bonito que poco a poco fue naciendo entre ustedes y que hoy en día es tan grande, que fue capaz de romper toda las barreras para que estuvieran juntos. Besos.
 

Tanin

Bovino maduro
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Wow, wow, sin duda, el mejor estado para un ser humano, viva el amor!!
 
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